Descubre el papel de Joaquín Benjumea Burín durante la Guerra Civil: presidente de la Diputación de Sevilla, director de Regiones Devastadas y pieza clave en la construcción del Estado franquista.
Joaquín Benjumea Burín: del golpe de Estado a la institucionalización del franquismo
Joaquín Benjumea Burín (1878–1963) fue una figura central en la transición desde el levantamiento militar de 1936 hasta la consolidación del régimen franquista en Andalucía. Ingeniero de minas de formación, su verdadera influencia se desplegó en el ámbito político-institucional: desde el primer momento del conflicto, ocupó cargos estratégicos que le permitieron articular la nueva administración franquista en Sevilla, convertida en bastión del bando sublevado desde julio de 1936.
Primeros nombramientos tras el golpe militar
Tras el estallido de la Guerra Civil, Benjumea fue nombrado presidente de la Diputación Provincial de Sevilla en diciembre de 1936, cargo que mantuvo hasta 1940. Este nombramiento no fue casual: pertenecía a la burguesía agraria sevillana, familia vinculada al poder (su hermano Rafael Benjumea fue conde de Guadalhorce y ministro con Primo de Rivera), y contaba con la confianza de las nuevas autoridades militares.
Según fuentes documentales como las recogidas en Sevilla en tiempos de María Trifulca (Salas, 1994) y Sindicatos y trabajadores en Sevilla (Álvarez Rey y Lemus López, 2000), su gestión se alineó inmediatamente con los objetivos del bando nacional: purga administrativa, control del territorio y movilización de recursos para la guerra.
Al frente de las "Regiones Devastadas"
En abril de 1938, el gobierno franquista creó el Servicio Nacional de Regiones Devastadas y Reparaciones, encargado de la reconstrucción de infraestructuras, viviendas y servicios en zonas afectadas por la guerra —especialmente en el frente republicano, aunque también en áreas del bando sublevado.
Benjumea fue designado Director General de este organismo, un puesto de enorme relevancia política y económica. Desde allí, coordinó la reconstrucción simbólica y material del Estado franquista, priorizando la propaganda del "orden nacional" frente al "caos rojo". Como señala la historiografía actual, este organismo fue clave para legitimar el nuevo régimen mediante obras visibles: hospitales, escuelas, carreteras y viviendas sociales que servían como propaganda de la "obra pacificadora" del franquismo.
Durante este periodo, también ejerció como alcalde de Sevilla (noviembre de 1938 – julio de 1939), simultaneando ambas funciones, lo que demuestra su posición privilegiada dentro de la élite franquista temprana.
Del poder local al gobierno central
Con la victoria franquista en 1939, Benjumea ascendió al Gobierno de España: en agosto de ese año fue nombrado ministro de Agricultura y, de forma interina, ministro de Trabajo, cargos que ocupó hasta mayo de 1941. Su labor en Agricultura se centró en reforzar el control estatal sobre el campo, favoreciendo los intereses de la burguesía terrateniente a la que pertenecía.
Posteriormente, fue ministro de Hacienda (1941–1951) y gobernador del Banco de España (1951–1963), consolidándose como uno de los pilares técnicos del primer franquismo.
Un legado institucional al servicio del régimen
A diferencia de otros protagonistas de la Guerra Civil, Benjumea no fue un ideólogo ni un militar, sino un administrador eficaz al servicio del nuevo orden. Su trayectoria refleja cómo la burguesía conservadora andaluza se integró activamente en el proyecto franquista desde sus inicios, aportando legitimidad civil a un régimen nacido del golpe de Estado.
Su figura es, por tanto, fundamental para entender cómo el franquismo se construyó no solo con represión, sino también con instituciones, técnicos y redes locales de poder.
En 1951, Franco le concedió el título de conde de Benjumea, que fue suprimido en 2022 por la Ley de Memoria Democrática, en un gesto simbólico que subraya su vinculación indisoluble con la dictadura.
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