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lunes, 18 de marzo de 2013

'El Esquinazau' (1897-1960)


La insólita trayectoria de este polifacético aventurero, desde la revolución mexicana a su fervorosa conversión al catolicismo pasando por la militancia comunista, tiene en el liderazgo de la bolsa de Bielsa su suceso más brillante

A Antonio Beltrán no se le ponía nada por delante. Creía en el destino y estaba convencido de que en el suyo no estaba escrito participar en guerras, "pero sí, en cambio, encabezar revoluciones". Ésas son las palabras que sus biógrafos, Ramón Ferrerons y Antonio Gascón, ponen en su boca nada más comenzar el relato de su vida en El Esquinazau. Perfil de un luchador. Sin embargo, en el carácter de Beltrán no se encontraba, precisamente, la pasividad ante el devenir de las circunstancias. Si alguna vez creyó que tal era su destino, no tuvo más que esperar al estallido de la Guerra Civil para desechar esa convicción.

Beltrán nace en Canfranc (Huesca), de padre celador de telégrafos y madre procedente de buena familia, el 8 de marzo de 1897. Allí transcurre su infancia demostrando un carácter "vivaracho y decidido", según Ferrerons y Gascón; se fuga de vez en cuando a Jaca, se escapa del internado al que le envían sus padres, y cuando éstos lo encuentran trabajando de pinche, le llevan de vuelta a casa y le ponen a trabajar. A los trece años, Beltrán decide que su pueblo se le ha quedado pequeño y, con la ayuda económica de sus padres, se marcha a Estados Unidos a hacer fortuna.

Le acogen unos familiares que, además, le proporcionan una profesora particular que le enseña inglés. Trabaja en el rancho de sus parientes en Nuevo México, pero por poco tiempo. Cuando, en una de sus frecuentes incursiones, Beltrán se topa con los hombres de Pancho Villa, no duda en unirse a ellos. Llega a Alabama y sube, ya por su cuenta, por los Apalaches, hasta llegar a Canadá. Harto del clima -"hacía un frío que helaba las orejas"- y de la relativa tranquilidad que se respira por esos lares, en 1917 Beltrán se enrola como voluntario en la Legión estadounidense. En sus filas no tarda en regresar a Europa para combatir en la Primera Guerra Mundial.

Beltrán ya tiene aventura, pero no se encuentra a gusto. "Ésa no es mi guerra", asegura. Y aprovecha un permiso para visitar a unos familiares que viven cerca de la frontera francesa, justo en la zona de Canfranc, para quedarse.

Ya entonces comienzan sus devaneos amorosos. Deja embarazada a una joven en Castiello, aunque no tarda en conocer a Teodora, con quien se casa en 1926.

Detenido por contrabando de mercancías, consigue que un amigo suyo le pague la fianza. Con el dinero en su poder, pasa rápidamente a Francia y de allí, con su familia, a Argentina, de donde volverá algunos meses después, aprovechando la amnistía proclamada tras la dictadura de Primo de Rivera.

De vuelta a Jaca, se afilia a la Acción Republicana de Azaña, y adopta el sobrenombre de el Esquinazau, apodo familiar que recibió un antepasado suyo por comentar, invariablemente, lo "esquinazau" -baldado- que estaba después de trabajar. Es entonces cuando Beltrán se une a la sublevación que estalla en la localidad en 1930. Tras el fracaso del pronunciamiento republicano, el Esquinazau da con sus huesos en la cárcel.

Su juicio se retrasa lo suficiente para dar tiempo a que, el 14 de abril de 1931, se proclame la República en todo el país. Nueve meses después, Teodora da a luz a Esther, su primera hija, a la que seguirá Roentgen Edison, hermano pequeño que recibe su nombre en homenaje a los científicos homónimos.

Cuando estalla la Guerra, y con la proximidad de las tropas nacionales, El Esquinazau, ya famoso republicano, se ve obligado a huir a Barcelona, donde empuña las armas y se afilia al PSUC. Desde allí parte al frente pirenaico. Su conocimiento del terreno y sus dotes militares resultan muy útiles para la causa republicana. Allí lidera la formación de la famosa bolsa de Bielsa, la hazaña de más de dos meses de resistencia de un puñado de republicanos frente al avance imparable de las tropas franquistas. Y desde allí, ya sin su familia y en compañía de Elena, una ex miliciana con quien viene manteniendo relaciones, tiene que pasar a Francia cuando los nacionales se proclaman vencedores.

En abril de 1939 parte con un grupo de españoles hacia la URSS, donde es seleccionado para integrarse en la Academia Superior del Ejército Rojo M.V. Frunze. Poco después, Elena se reúne con él y le da una nueva hija, Olga. El Esquinazau sigue los estudios militares al sur de Kubán, para pasar a Uzbekistán y, de allí, a Moscú. Desencantado por la omnipresente miseria que desmiente los mensajes de la propaganda comunista, Beltrán decide marcharse primero a Yugoslavia, después a Trieste y, finalmente, vía Suiza, llega solo hasta Francia. Allí, cerca de la frontera pirenaica, entra en contacto con la guerrilla que resiste en la frontera contra el régimen franquista. Dotados de menos organización e infraestructura que el maquis, Beltrán será el encargado de coordinar este grupo. A estas alturas, y tras observar las rivalidades internas en el PCE, el Esquinazau reniega del partido y de la propia Elena, al constatar, según escribe a su primo Lázaro, su "intransigencia".

Malvive Beltrán en Francia durante un tiempo, hasta que el Gobierno francés decide dejar de apoyar a los comunistas refugiados en su país. Corre el año 1950 y Beltrán está todavía fichado como miembro del partido. La confusión provoca su deportación a Córcega, donde permanece cautivo trabajando por dos reales.

Escribe a su familia, al Gobierno francés, a las autoridades republicanas en el exilio, a todo el que pueda ayudarle a escapar de allí. A finales de 1951, el Esquinazau puede volver a Francia, aunque con la condición de que ayude al Gobierno francés a controlar a la guerrilla antifranquista que actúa en la región pirenaica. Beltrán obtiene un empleo y consigue establecerse en la localidad fronteriza de Pau, donde recibe la visita de su mujer y sus hijos.

El Esquinazau tiene pronto oportunidad de cruzar de nuevo el Atlántico. El Gobierno republicano en el exilio realiza gestiones para que Beltrán se encargue de recabar apoyos para un memorándum y obtener ayuda en la esfera internacional. Viaja a Brasil, Uruguay, Argentina, Bolivia, Perú y México. Durante su periplo, el Esquinazau mantiene una copiosa correspondencia con su familia, en la que relata su insólita "conversión" al catolicismo después de asistir a la licuación de la sangre de cierta santa en la capital peruana.

Beltrán todavía volverá a Europa. Expulsado de Inglaterra, pasa a Bélgica y de allí a Francia, donde se establece. Pero presionado por el Gobierno francés para que informe de los movimientos fronterizos de la guerrilla, decide marcharse. A estas alturas, el Esquinazau sólo quiere vivir en paz. Y marcha a México, donde malvivirá todavía tres años, buscando agua en su pequeño rancho, hasta que un cáncer gástrico termine con su vida, a los 63 años, el 6 de agosto de 1960. Su ataúd será llevado a hombros hasta el cementerio español de México, envuelto en la bandera tricolor.

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