Medievalista ilustre y hombre comprometido políticamente con la República hasta julio de 1936, durante su largo exilio en Buenos Aires hará de España la razón de ser de su vida y de su obra historiográfica
"La Guerra Civil española ha destrozado mi vida y ha torcido sus rutas. Está ahí, en mitad del camino de mi existir. He meditado mucho sobre ella. Quizá desde 1936 no ha transcurrido una sola jornada de mi largo destierro sin que su recuerdo no se haya cruzado en mi memoria provocando inquietudes, problemas, tristezas, desesperanzas, angustias...". Quien así se lamenta, en un artículo publicado en 1979, es uno de los más insignes exiliados españoles, Claudio Sánchez-Albornoz, desde la lejana Buenos Aires. Lleva ya más de 40 años fuera de España, pero aún tendrá tiempo, antes de morir, ya casi imposibilitado para caminar, de cumplir su deseo de volver a la patria.
Los más antiguos recuerdos que vienen a la memoria de Sánchez-Albornoz cuando escribe esas líneas se sitúan en Ávila, ciudad donde pasa su infancia, aunque nació, casi por accidente, en Madrid, en 1893. A la capital volverá para dar comienzo a su brillante trayectoria académica. Aunque comienza los estudios de Derecho, quizá por complacer a su familia, su verdadera vocación se inclina más por el estudio y la indagación de los avatares medievales que por los vericuetos legales, y termina matriculándose en Filosofía y Letras. Se licencia y se doctora en Historia con premio extraordinario. Con sólo 25 años ocupa un despacho como catedrático Historia de España, primero Barcelona y dos años después en la Universidad de Madrid.
Sin embargo, sus inquietudes políticas le apartarán de la cátedra en dos ocasiones: la primera, en 1933, cuando Sánchez-Albornoz pide la excedencia para dedicarse con más ahínco a tareas políticas. La segunda, ya en julio de 1939, cuando, a causa de su filiación republicana, es despojado de su cátedra a golpe de decreto. Para entonces, Claudio Sánchez-Albornoz ya se encuentra muy lejos de Madrid. Después de haber participado activamente en la vida política de la Segunda República -fue diputado por Ávila en las tres legislaturas de las Cortes republicanas, ministro de Estado en 1933, vicepresidente de las Cortes en 1936 y consejero de Instrucción Pública-, en febrero de 1936 parte hacia Lisboa como embajador en Portugal. Allí le sorprende el estallido de la Guerra; durante los primeros momentos, abandonado por el resto del personal de la embajada, se dedica a ayudar a los exiliados españoles que llegan al país vecino, mientras denuncia el apoyo financiero de la dictadura de Salazar a los sublevados. Por fin, en otoño de 1936, una vez rotas las relaciones diplomáticas de Portugal con el Gobierno de Madrid, Claudio Sánchez-Albornoz abandona la embajada de Lisboa para comenzar su exilio en Francia.
Sánchez-Albornoz obtiene una cátedra en Burdeos, desde donde presencia el derrumbamiento de la República, y tiene conocimiento, impotente, del saqueo de su casa de Madrid por parte de las tropas franquistas. Ya despojado de su cátedra, cuentan que, incluso, llega a pedir a sus padres que lo deshereden para impedir que el nuevo régimen pudiera despojarle de algo más.
La etapa francesa se revela pronto como un pequeño paso hacia un exilio mucho más largo y lejano. Cuando en 1940, en plena Segunda Guerra Mundial, las tropas de Hitler invaden el país, Sánchez-Albornoz tiene que huir de nuevo. Su próximo destino, Argentina, se convertirá en su hogar durante las cuatro décadas siguientes.
El cataclismo personal que supone el exilio para Sánchez-Albornoz será, sin embargo, muy fructífero en lo que a actividad investigadora se refiere. Durante sus años en Argentina no sólo ejerce como docente en instituciones de todo el país -es, a su pesar, profesor de Historia de la Edad Media en la provincia de Mendoza, hasta que logra la plaza de catedrático de Historia Medieval en Buenos Aires, donde permanece hasta el final de su largo exilio-, sino que desde allí elabora una amplia y riquísima bibliografía sobre distintas materias históricas y, en especial, sobre el tema de España. La obra España, un enigma histórico (1956) constituye una larga meditación sobre el origen y los problemas de la nación que se había visto forzado a dejar atrás, bajo el peso de una dictadura que había derrocado su añorada República. Es la respuesta a otro libro, España en su historia, de Américo Castro, origen de la interpretación de España como crisol de las tres culturas. Sánchez-Albornoz se dedicará en adelante a refutar las tesis de su viejo amigo, otro represaliado por el régimen franquista, privado de su cátedra de Madrid por aquel mismo decreto de julio de 1939.
Sin embargo, en la medida que las circunstancias se lo permiten, y a pesar de que jamás se consideró un político profesional, el historiador nunca dejará de trabajar por el régimen republicano; a su labor divulgadora se une una actividad política que le lleva a convertirse en presidente del Gobierno de la República en el exilio en 1962, cargo que abandonará en 1971. También en Argentina emprende numerosos proyectos culturales, entre ellos la fundación del Instituto de Historia de España.
Pese a que durante esos años es invitado en alguna ocasión a regresar a España, nunca querrá hacerlo mientras perviva el régimen franquista, aunque, una vez muerto el Caudillo, comenzará a colaborar con diversas publicaciones: "Me es cruelmente doloroso recordar los años trágicos de nuestra amarga contienda (...), pero me han empujado a meditar sobre ellos solicitaciones repetidas a las que no he sabido resistir y mi anhelo de contribuir de alguna manera a evitar la repetición de la tragedia". Por fin, en 1976, puede realizar una visita de dos meses a España, durante la que pronuncia multitud de discursos y conferencias con el ánimo de contribuir a cerrar las heridas que el trauma bélico y la posterior Dictadura habían abierto en España: "Soy un sobreviviente de los clanes de otrora", escribirá, recordando aquel viaje, en 1979. "Dios ha limpiado mi corazón y me ha convertido en un humilde predicador de la reconciliación". Después regresa a Argentina, pero, tras una prolongada enfermedad pulmonar que le obliga a permanecer hospitalizado durante varios meses en el Hospital Español de Buenos Aires, decide volver, ya viejo y enfermo, para quedarse en Ávila, en 1983. Habían transcurrido 44 años de penoso exilio. Allí, en el claustro de la catedral abulense, reposarán sus restos cuando la muerte le sobrevenga tan sólo un año después, en julio de 1984. Ese mismo año, Claudio Sánchez-Albornoz había recibido el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades, en reconocimiento a "su pasión por el conocimiento científico de la historia y su actividad como hombre público".
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