Este médico monárquico, principal depurador durante el primer franquismo, comienza su trayectoria en el campo de la enseñanza y, desde febrero de 1939, será presidente del Tribunal de Responsabilidades Políticas
La guerra transtorna el sentido normal de las cosas. Sólo así se entiende que un médico, el doctor Enrique Suñer, se aplique a purgar los males políticos de su país desde el puesto de presidente del Tribunal de Responsabilidades Políticas, creado por Franco a mediados de febrero de 1939.
Enrique Suñer y Ordóñez nace en Poza de la Sal (Burgos) en 1878. Estudia Medicina y se especializa en Pediatría. Funda y dirige la Escuela Nacional de Puericultura. También escribe numerosos trabajos, entre los que destacan Enfermedades de la infancia y La salud del niño. Monárquico, aunque no se destaque por su participación pública, durante la República está vinculado a Acción Española.
Hasta aquí su actividad en tiempo de paz. Con el comienzo de la Guerra, Suñer empieza a colaborar activamente con el bando nacional. A finales de 1936, entra a formar parte de la Junta Técnica del Estado como vicepresidente de la Comisión de Cultura y Enseñanza.
Desde su puesto, interviene en tareas culturales y de instrucción pública, aprovechando sus conocimientos científicos y docentes -fue catedrático de las universidades de Madrid, Valladolid y Sevilla-.
Sus preocupaciones se centran en la reforma de las enseñanzas primaria, secundaria y universitaria, restaurando los valores y métodos previos a las innovaciones de la República. Así se expresa en su proyecto de reforma, expuesto en marzo de 1937 y que nunca llegará a ver la luz, pero que será parcialmente recogido meses después por el Ministerio de Educación del primer Gobierno de Burgos.
En esta Comisión, Suñer empieza a desarrollar su actividad de purificación aplicada al profesorado. Ante la dureza de la disposición relativa a la depuración del magisterio, de 11 de noviembre de 1936, incluso Pemán se muestra reticente.
Su severidad en la batalla contra los enemigos intelectuales de España le significa como un hombre capacitado para limpiar el nuevo Estado franquista, cuyo advenimiento, a principios de 1939, parece ya imparable. En febrero, Suñer es nombrado presidente del Tribunal de Responsabilidades Políticas. Aquí continuará su labor depuradora, extendiéndola desde la enseñanza al resto de ámbitos de la vida pública española. Valga como ejemplo para ilustrar su actitud el libro Los intelectuales y la tragedia española. Calumnias y caricaturas se combinan en lo que constituye uno de los ataques más feroces a la Institución Libre de Enseñanza, considerada por Suñer la peor enemiga de la tradición y, por consiguiente, de España.
Pero no ejercerá este cargo, ni tampoco el de presidente de la Real Academia Nacional de Medicina, durante mucho tiempo, ya que Suñer muere en Madrid en 1941.
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