Sería pueril, a la par que pretencioso, el querer recordar detalladamente a los actores, que siempre el terror blanco—reaccionario—que precede a toda revolución o sistema de libertad triunfante, está caracterizado por un gran desenfreno destructor y por una conciencia obcecada que no tiene de la razón más que el convencimiento selvático de que el otro y el aniquilamiento del adversario deben ser sus guías e inspiradores. Recuérdese a este respecto cómo los contrarrevolucionarios rusos que invaden Ukrania al mando de Denikin, arrasan con furor homicida todo cuanto hallan a su paso, quitando, con su actuación, la leyenda de los inevitables excesos que se cometieron en la revolución. Igual ejemplo nos ofrecen los célebres «cristeros» mejicanos que logran hacernos simpática y justa la figura de Pancho Villa, verdadero monstruo en la venganza—estallido a un complejo de sufrimientos—al par que en su inconmensurable amor por el pueblo. Y si desviamos un poco —o mucho— el orden de las fechas, podremos apreciar que si en el año 1789 Francia —la clase reaccionaria se entiende— tiembla ante la toma por el pueblo de la odiada Bastilla y ante las sangrientas jornadas de Agosto y Octubre, se encargarán más tarde Napoleón y Luis Felipe de borrar con su fanatismo tradicional.
Y si pasamos a España es más aleccionadora —por lo concreta— esa verdad histórica. Es un diagrama en el cual podemos marcar y comparar cuatro fechas importantes: el glorioso levantamiento de las Comunidades de Castilla y Gemanías de Valencia y la reacción que la camarilla de Carlos I levantó, matando a sangre y fuego -junto con los caudillos— a todo el que luchó por la libertad. El levantamiento de Riego, a impulsos de idealismo y de generosidad y su fin decretado por Fernando VII y ejecutado por una fracción del pueblo que hacía un culto santificado del crimen vulgar. La guerra carlista, que ahoga las palabras del comentario sólo al recuerdo de las figuras de Cabrera y del cura Santa Cruz, que en nombre de una religión y de un egoísmo familiar asolaron nuestra Patria, grabando para siempre en ella el estigma del odio. Y por último el año 1934, en que a un movimiento revolucionario —principalmente Asturias—sucede no una justicia humana, sino un desencadenamiento de los odios contenidos, de las venganzas fieras, de los tormentos fríos, de la locura, que se alimenta, cuando el dolor y la desesperación han llegado en el adversario al punto culminante del espasmo y del terror.
Y lo peor de todo ello es que esta línea ascensional del diagrama de la contrarrevolución española continúa a marchas forzadas desde el 14 de Abril del 31 hasta los días presentes en que el despecho del fracaso adquiere un tinte tan característico que si el pueblo con su consciencia y férrea voluntad de siempre no opone un dique donde se estrellen esos despotismos de los privilegiados, caeremos envueltos nuevamente bajo las sombra negra de los verdugos de Octubre.
Nadie cometerá la insensatez de suponernos partidarios del crimen político, sea cualquiera el bando que lo ejecute. No sabemos todavía de ninguna táctica nihilista que haya hecho triunfar un régimen. Es de más envergadura la labor que pedimos los que luchamos por el presente y queremos una perspectiva de libertades para la República: autoridades que sientan el ideal; funcionarios que no utilicen sus poltronas para conspirar contra la República; masas perfectamente individualizadas que por convicción —nunca por prurito de espectacularidad o venganza— sepan hacer triunfar los designios de su ideal.
Y sobre todo ello la certidumbre plena, categórica, de que la reacción no pueda llevar nunca la ofensiva a un régimen de justicia y legalidad, como en el momento presente, en que descaradamente se invita a las izquierdas españolas a una guerra civil.
Mientras tanto —y esto lo deben oir bien la reacción segoviana — nosotros les decimos: ¡España, Castilla, serán lo que nosotros queramos que sean, y para ello estamos alerta con un ideal, con una convicción y con el coraje necesario para impedir —al lado del Poder— el asalto armado al régimen, exponente de las libertades patrias y de las reivindicaciones de las masas obreras ofendidas y explotadas.
Heraldo de Segovia 19 de julio 1936 Año II Nº84
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