Descubre la historia de Domingo Batet, general leal a la República fusilado por el bando sublevado en 1937. Su negativa a secundar el golpe de Estado lo convirtió en símbolo de lealtad constitucional.
Domingo Batet: lealtad, honor y fusilamiento en la Guerra Civil Española
El 18 de febrero de 1937, en Burgos, un general del Ejército español fue ejecutado por un pelotón de fusilamiento del bando sublevado. No era un miliciano anarquista ni un político de izquierdas: era Domingo Batet Mestres, un militar de carrera, católico y respetado, cuyo único “crimen” fue negarse a traicionar a la República en julio de 1936. Su figura encarna el dilema ético de muchos oficiales que, en nombre del juramento constitucional, eligieron el bando perdedor.
Lealtad frente al golpe de Estado
En julio de 1936, Batet era general en jefe de la VI División Orgánica, con sede en Burgos. Aunque mantenía amistad personal con Emilio Mola, uno de los principales conspiradores, se opuso firmemente al alzamiento militar. El 16 de julio, días antes del levantamiento, se reunió con Mola en el monasterio de Irache (Navarra) y le exigió su palabra de honor de que no participaría en la sublevación. Mola se la dio. Batet, hombre de principios, le creyó.
Cuando el 18 de julio estalló la rebelión, sus propios subordinados —el teniente coronel José Aizpuru y el comandante Antonio Algar— le exigieron sumarse. Batet se negó. Fue detenido inmediatamente y encarcelado.
Juicio sumario y ejecución
Tras meses de cautiverio, un consejo de guerra presidido por el general Ángel García Benítez lo condenó a muerte por “rebelión militar” —una acusación irónica, ya que fue precisamente su lealtad al gobierno legítimo lo que lo llevó a la condena.
A pesar de las gestiones de generales como Queipo de Llano y Miguel Cabanellas, que intercedieron por su vida, Francisco Franco se negó a indultarlo. Según el historiador Paul Preston, esta negativa fue un acto de venganza indirecta: Queipo había rechazado perdonar al general Campins, leal a la República en Sevilla, y Franco respondió con la ejecución de Batet.
Fue fusilado en Burgos el 18 de febrero de 1937. Sus últimas palabras, según testigos, fueron: “Disparadme al corazón, os lo pide vuestro general”.
Un militar de principios en tiempos de traición
Batet no era un ideólogo republicano. Había servido al Reino de España, participado en la guerra de Cuba y en la campaña del Rif. Pero durante la Segunda República demostró un respeto inquebrantable por la legalidad civil. En octubre de 1934, como capitán general de Cataluña, sofocó la proclamación del Estat Català por orden del gobierno de Lerroux, pero lo hizo con mínima violencia, evitando una masacre. Por ello recibió la Cruz Laureada de San Fernando.
Su postura equilibrada le valió críticas de ambos bandos: los conservadores lo tachaban de “tibio”, y los independentistas catalanes, de represor. Sin embargo, su coherencia ética fue reconocida incluso por sus enemigos.
Legado histórico
Hoy, Domingo Batet es recordado como uno de los pocos generales en activo que se negó a secundar el golpe de julio de 1936. Su ejecución simboliza la ruptura definitiva del Ejército con la legalidad republicana y la conversión del bando sublevado en una dictadura militar sin concesiones.
Su figura ha sido reivindicada por historiadores como Hilari Raguer (El general Batet: Franco contra Batet, crónica de una venganza) y aparece en estudios sobre la lealtad institucional durante la Guerra Civil Española.
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