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miércoles, 17 de septiembre de 2014

Y no será (Diario: Imperio, diario de la Falange de Zamora)

No podía ser. No era posible que fuera. 

Los torpes regidores de los destinos de España, minados por la lepra de la ambición, cuarteada su libertad por la quiebra de todos los valores morales del pueblo, estaban condenados al fracaso... Nosotros lo sabíamos, y si algo sentíamos en el derrumbe de todo lo caduco, era el dolor de España ultrajada, escarnecida, salpicada en su grandeza por el lodo de aquella ciénaga de sórdidas codicias. 

Era en vano que los fracasados y los ineptos buscaran en el calor del pueblo el Jordán regenerador de sus culpas y de sus yerros. Aquella ficción, aquella farsa tragicómica de las urnas, sólo servía para avivar la hoguera de la santa rebeldía que iba prendiendo en todos los lugares de España, hasta hacer de ella la gigantesca pira que fatalmente, inexorablemente, había de consumirles. 

Ellos, hasta los fronteros a nuestro campo, nos volvían la espalda con gesto de ridícula superioridad: ni la sangre generosa -sangre de redención- de nuestros hombres, caídos en la encrucijada de la traición, puso en punto de tregua en la persecución sistemática, que, si en unos era afán de criminal exterminio, en los otros, en los de la zona templaza, venía a ser ansia egoista de conservar sus posiciones privilegiadas. 

Y en el silencio de una clandestinidad noble, la Falange continuó su rumbo con la certidumbre de que en ella iba el germen del futuro imperial. 

Y llegó la hora de España. Y en fuerte contraste con el encogimiento espiritual de algunos y la cobardía agazapada -la más ruin de las cobardías- de no pocos, la Falange la recibió con hondo alborozo. Al fin, la sangre, las vidas, los sacrificios, el dolor callado de las horas de la era negra, no habían sido estériles. 

Y en pie de guerra, bajo el sol de los inmortales destinos, se lanzó a la lucha. Y fueron sus hombres -aquellos rebeldes y aquellos ilusos- los que hincaron la heroica bandera de su orgullo español, en las cumbres del Guadarrama. Y fueron aquellos exaltados -¡bendita exaltación, madre de heroísmos sin cuento!- los primeros pechos que, abiertos en haces de valor en fraterno yugo de victorioso empuje se unieron al Ejército salvador. 

Y fué entonces cuando aquellos políticos del hosco desdén, inclinaron ir frente bajo la pesadumbre del sonrojo: reconocían, tardíamente para ellos, todas las virtudes que la Falange alienta, quizás, quizás para, en el alborear de la victoria de España, ellos, los flageladores de nuestros recios afanes, sumarse al cortejo de los triunfadores con el oculto designio de saborear algún día el fruto maduro de nuestros esfuerzos. 

Pero esto no puede ser. Y no será.

Imperio : Diario de Zamora de Falange Española de las J.O.N.S. Año I Número 4 - 1936 Noviembre 02

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