La independencia no ha sido la primera opción del movimiento catalanista mayoritario. El independentismo ha sido la consecuencia de la negativa española a la autonomía o de la desilusión ante el deterioro de su autonomía o su insuficiencia práctica en temas básicos.
El separatismo de la agrupación Estat Català de Francesc Macià en los años veinte fue la consecuencia de la negativa del Congreso español a un estatuto de autonomía para Cataluña en 1919 y de la dictadura de Primo de Rivera, que liquidó en 1925 la modesta Mancomunitat de Catalunya, una federación de las cuatro diputaciones provinciales, constituida en 1914. Pero Macià, que era independentista de la Monarquía española, no lo era de una República, especialmente cuando los republicanos y socialistas españoles prometieron la autonomía de Cataluña en el Pacto de San Sebastián de agosto de 1930.
La victoria aplastante de ERC en los comicios locales del 12 de abril de 1931 fue un vuelco electoral que solo se explica por la experiencia de que bajo la monarquía era imposible la autonomía de Cataluña. Se consideraba fracasada la estrategia posibilista de la Lliga Regionalista de Cambó, que aceptaba el marco de una monarquía que se había deslegitimado avalando seis años de dictadura.
El 14 de abril de 1931, Macià proclamó en Barcelona la República Catalana horas antes que en Madrid. Tres días después la retiró y la sustituyó por un gobierno provisional de la Generalitat. La confianza de los catalanes en la República era en aquel momento ilimitada porque gobernaban en España los partidos del Pacto de San Sebastián. Constituyó una primera desilusión la oposición que las Cortes constituyentes de izquierdas ofrecieron al moderado estatuto aprobado en Cataluña por el 75 por ciento del censo electoral en agosto de 1931.
Un año después, la sanjurjada fue un toque de alerta para todos y se acabó aprobando un Estatuto en septiembre de 1932, pero notoriamente recortado en dos aspectos cruciales: la enseñanza y la financiación. A pesar de todo, Macià y ERC consideraron que era válido. La desconfianza empezó con la victoria electoral de las derechas en noviembre de 1933.
En el contexto de la gran depresión, Hitler acabó con la democracia en Alemania. La paz en Europa volvía a estar amenazada. Mientras tanto, crecía la influencia del modelo soviético, a pesar de la autocracia de Stalin y sus enormes costes humanos. Los socialistas españoles amenazaron con una huelga insurreccional si la CEDA de Gil Robles entraba en el poder. Ello era inevitable porque la derecha católica y centralista era la primera minoría parlamentaria, pero los socialistas temían que hundiese la República desde el Gobierno.
Un país polarizado
Los dos grandes partidos catalanistas dominaban el panorama político catalán. Los partidos españoles eran en aquel momento insignificantes en Cataluña, no así la CNT. ERC i Lliga Catalana, en vez de jugar el papel estabilizador que les correspondía como centro-izquierda y centro-derecha que eran, se dejaron arrastar por la polarización española y se pelearon por la cuestión agraria catalana de los rabassaires. Cuando quisieron restablecer los puentes, en septiembre de 1934, ya era tarde. Sin duda, la conflictividad social dificultaba una relación normal entre los dos grandes partidos catalanistas, pero debían haber superado el obstáculo para asegurar el despliegue y consolidación autonómicos.
El presidente Lluís Companys, que había sucedido a Macià, muerto a finales de 1933, declaró el 6 de octubre de 1934 el Estado Catalán dentro de la República Federal Española. La II República no era federal. No fue un golpe separatista como se dijo. Fue un gesto de revuelta al lado de las extremas izquierdas españolas, que en Asturias se convirtió en un amago de guerra civil. La revuelta de la Generalitat solo duró diez horas y capituló ante el Ejército. A treinta años de presidio fueron condenados los miembros del Consejo de la Generalitat, y el Estatuto quedó suspendido. El Frente Popular español prometió el restablecimiento total de la autonomía catalana junto con la amnistía y ganó en las elecciones de febrero de 1936, pero la conspiración contra la República ya era imparable. Companys recuperó la presidencia. Durante la primavera de 1936 hubo menos violencia en Cataluña que en Madrid y la normalidad política se iba estableciendo.
Reacción al 19 de julio
El apoyo civil al levantamiento militar el 19 de julio de 1936 fue mínimo en Cataluña. Los que desencadenaron la Guerra Civil lo hicieron contra la autonomía catalana, pero la contienda dividió a los catalanes. Durante el eclipse del poder del Estado republicano de los primeros meses, la Generalitat intentó cubrirlo y se puede hablar de autonomía ampliada de guerra. Cataluña parecía un estado asociado. Pero después de los hechos de mayo de 1937, la Generalitat perdió la competencia de orden público, los abastos, la industria de guerra y parte del poder judicial, con lo que en 1938 tenía menos autonomía que en junio de 1936.
El Estado en la zona republicana, en una situación de guerra y revolución, había crecido mucho hasta 1938, y dejar a la Generalitat con un poder inferior al de junio de 1936 era reducirla a una simple diputación, como escribía Companys a Negrín en abril de 1938. En 1939, Franco conseguía suprimir del todo lo que quedaba de la autonomía catalana.
Este artículo fue publicado inicialmente en LA AVENTURA DE LA HISTORIA el 09/09/2014
y en el periódico El Mundo
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