Estamos en presencia de un suceso que lleva al límite de lo máximo el estado anárquico de esta España del Frente Popular. Queremos que se lea así porque, desgraciadamente para todos, así es. El atentado que ha arrancado la vida a la personalidad insigne de don José Calvo Sotelo no es causa, ni mucho menos, de un hecho aislado; tiene su origen en esa descomposición interna que se ha venido denunciando, día tras día, sin encontrar el remedio necesario en los hombres encargados del Gobierno de la Nación. Se ha tenido que llegar a un golpe de esta naturaleza para que todo haya aparecido tal como es, en su monstruosidad y su repugnancia.
Ha sido preciso que el señor Calvo Sotelo haya subrayado con su muerte cuanto se atrevía a denunciar, con firme valor y doble patriotismo en el Parlamento, para que sé aprecie sin meticulosidades el mal que él tan magistralmente señalaba. Es la anarquía, apoderada de un pueblo, que lo carcome todo hasta sus pilares más básicos. Cuantas veces se ha querido llamar la atención de nuestros Gobiernos sobre la verdad de nuestra España sangrante, se ha contestado con discursos demagógicos y hasta incitaciones al crimen por elementos de la mayoría qué alguna vez tuvieron por blanco esta insigne figura malograda.
Hoy, todas las conciencias honradas sienten su repugnancia hacia estos crímenes y todas las miradas van hacia el mismo sitio. Hacia aquellos que, estando obligados a hacerlo, no supieron evitarlos. Hacia los que un día y otro se les percataba del peligro cada vez más potente y no quisieron oír las quejas porque se lo impedía una política de debilidades y claudicaciones al servicio de partidos que ostentan la revolución como meta final de sus aspiraciones. Es ahora cuando se habla de medidas enérgicas y urgentes. Cuando se dice, sin rodeos, que éstos sucesos son impropios de países civilizados y qué para terminar con ellos se pondrán en juego todos los resortes del Poder. Lamentamos la hora de la decisión. Llega tarde en este caso. A los males se les ataja cuando están latentes, no cuando se han consumado. Nuestro temor por la suerte de España parte de la enseñanza que proporciona este mismo caso. Continuamente se está señalando el peligro, no se esperará también que no haya solución para empleara fondo el remedio. Sería un sarcasmo.
El señor Calvo Sotelo ha muerto víctima de su amor a España. Ese era su sello y por eso se ha fraguado sobre él una ruin venganza. Representaba la bandera enhiesta de nuestras tradiciones y de nuestra fortaleza de raza, de nuestra civilización occidental frente a la invasión asiática que amenaza el porvenir de España con el signo bárbaro del puño cerrado. Aquello representaba, don José Calvo Sotelo y de esa manera deja sellado su patriotismo, tan vilmente menoscabado por esa prensa cobarde que hace la revolución en España tratando de ridiculizar a quienes llegan hasta dar su vida por esos sentimientos que nadie consiguió desenraizarle. En España, en esa España que volverá a ser Genio y Estado, Calvo Sotelo tendrá un recuerdo benemérito.
Y ahora a esperar. Esperar esa obra que anuncian nuestros gobernantes. De todos modos, bueno será que vivamos alerta. Sabemos que el enemigo no se detiene y nos causa risa -entiéndalo bien la prensa que tanto los emplean- esa serie de tópicos, de frases hechas y líricas con que los republicanos de izquierdas quisieran sostener nuestro país. Hoy día no hay más que una verdad cruda y que está en el corazón de todos: o acabamos con la anarquía o la anarquía acabará con nosotros. Desgraciadamente ya es tarde para la apreciada vida de uno de los hombres más privilegiados de España.
Labor Año III Número 168 - 1936 julio 16
Labor Año III Número 168 - 1936 julio 16
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