A LA DEVOCIÓN DE LA LEY
Con voluntad de defensa, el pueblo es invencible
La insurrección militar iniciada el jueves en el norte de Africa se ha extendido a la Península, donde tiene algunos focos de distinta intensidad. Los momentos son altamente delicados, sin que haya motivo para desconfiar de la victoria de la República, cuyo Gobierno, sobre disponer de buen número de recursos eficaces, cuenta con la ayuda de la clase trabajadora, que, en el momento en que escribimos, está a la espera de la orden precisa para entrar en juego. No necesitamos encarecer el valor de esa adhesión popular. Preparada para toda emergencia, la clase obrera se encuentra decidida a intervenir en la contienda, tan pronto como se le ordene, con la energía que el trance reclama. No hayá la menor duda al respecto. A los seis meses de una victoria legal, proclamada por las urnas, resulta un sueño de dementes pensar que la clase obrera acceda a dejársela arrebatar por unos insurgentes que, para serlo, han necesitado hacer traición a su propia palabra. Frente al traidor en armas, toda violencia puede ser corta. Pero ni de ella será menester usar. Será suficiente con que el Estado, tan pronto como se haga dueño de la situación, y ello debe suceder en el plazo más breve posible, haga recaer el peso de la ley sobre los actores e instigadores de la criminal agresión. De momento, todo cuanto interesa es rescatar la normalidad, alterada y ensangrentada por la insania de quienes, desde el 16 de febrero, mostraron su voluntad de invalidar, por artes de violencia, la victoria del Frente popular. Ninguna consideración de las llamadas "patrióticas" ha servido para disuadirlos de sus proyectos. En vías de obra los tienen. Lo que no consiguieron legalmente, intentan lograrlo ilegalmente. El error en que incurren no puede ser más voluminoso, y si no nos correspondiese condolernos de la sangre que haya de costar, lo celebraríamos, porque servirá para dejar constancia de que nada es tan imposible como derrotar y humillar a un pueblo cuando éste se encuentra decidido a defenderse. Esa disposición, exaltada hasta el paroxismo, llevada a alturas de sacrificio, es visible, bien visible, en la clase trabajadora. El barrunto del más liviano peligro la pone en pie y la sostiene noche y día, incansablemente, en guardia cerrada y vigilante. Nadie dude de que los efectivos obreros, estimulados por un espíritu de elevada moral, garantizan a la República su victoria. Si entran en juego, y ello depende exclusivamente, volvemos a repetirlo, de que lo entienda necesario el Gobierno, serán el alud que destruya toda posibilidad de resistencia de los insurrectos. Sobriamente, como cumple al momento, el Frente popular, con todas sus inmensas posibilidades, se ha ofrecido al Gobierno. Este es el que lleva la dirección del momento, y a él obedece, a cierra ojos, el Frente popular.
Para que se difundan en los lugares donde el proletariado atiende las órdenes que hayan de dársele, conviene escribir tinas palabras más. Las precisas. Que se sepa que estamos a la devoción de la Ley. Supuesto que necesitemos entrar en juego, entramos en él como una fuerza más del Estado. Quien se nos enfrente es un insurrecto, un ilegal, un adversario del Estado. Su destrucción es no sólo necesaria, sino legítima. Medítese sobre la ventaja moral de ese hecho, absolutamente nuevo en la acción obrera. Si llega el instante de intervenir en la liza, nadie olvide que es un leal al Gobierno y a la ley. Un leal al que la ley impone, además de su propio instinto vital, la necesidad de no retroceder y de aniquilar a quien se le enfrente como adversario. Si se nos reclama el concurso, ello ocurrirá porque la situación se ha hecho más difícil, y en tal caso, toda la dureza será poca para derrotar de modo definitivo a los insurgentes.
Doble moral para los combatientes obreros: la suya propia y la de la ley. Doble, pues, la energía. Convocados a las armas por la República, que nadie vacile en sacarla victoriosa de la prueba presente. Camaradas : ¡Atención a las órdenes!
El Socialista, 19/07/1936
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