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miércoles, 22 de octubre de 2025

Azpiazu Zulaica, Joaquín (1887-1953): el jesuita vasco que apoyó al bando nacional

Joaquín Azpiazu Zulaica (San Sebastián, 1887 – Valladolid, 1953) fue una figura clave del pensamiento católico español del siglo XX. Sociólogo, jurista y miembro de la Compañía de Jesús, su trayectoria intelectual estuvo profundamente marcada por la doctrina social de la Iglesia. Pero fue durante la Guerra Civil Española cuando su postura ideológica cobró especial relevancia histórica.

Apoyo al bando nacional durante la contienda

Durante la Guerra Civil Española (1936–1939), Azpiazu se alineó abiertamente con el bando nacional. Su posición no fue casual: se enmarcaba en su firme defensa del orden social católico frente a lo que consideraba una amenaza revolucionaria y anticlerical representada por sectores del Frente Popular.

Como intelectual comprometido con los principios del catolicismo social, Azpiazu interpretó el conflicto como una defensa de la civilización cristiana. Esta postura era compartida por amplios sectores del clero español y por la jerarquía eclesiástica, que vio en el alzamiento militar una oportunidad para restaurar un modelo de Estado confesional.

Influencia en la ideología del régimen franquista

Tras la victoria nacional en 1939, Azpiazu se convirtió en una voz autorizada en materia de moral económica y social. Publicó obras fundamentales como Orientaciones cristianas del Fuero del Trabajo (1939) y El Estado católico (1939), textos que sirvieron de fundamento intelectual para la política social del régimen franquista.

Su pensamiento se alineaba con los principios del corporativismo católico, promoviendo una visión orgánica de la sociedad donde la propiedad privada, la jerarquía y la intervención moral de la Iglesia eran pilares esenciales. Fue vocal del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y del Consejo Supremo de Protección de Menores, instituciones clave en la reconstrucción ideológica del país tras la guerra.

Legado intelectual y reconocimiento oficial

En 1949, su trayectoria fue reconocida con su nombramiento como académico de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas. Además, recibió distinciones como la Gran Cruz de la Orden de Alfonso X el Sabio y la Cruz de Oro de la Previsión Social, símbolos de su estrecha relación con el aparato institucional del franquismo.

Aunque su obra abarca temas tan diversos como la moral profesional, la acción social del sacerdote o incluso la novela, su papel durante y después de la Guerra Civil lo sitúa como uno de los principales ideólogos católicos del primer franquismo.

martes, 21 de octubre de 2025

Aspiazu Paúl, Manuel (1879-1936): Una víctima de la represión en Madrid

 En los primeros meses caóticos de la Guerra Civil española, muchas figuras militares se vieron atrapadas entre la lealtad al Estado, la presión de los sublevados y la violencia desatada en la retaguardia. Manuel Aspiazu Paúl (1879–1936) fue uno de ellos. Coronel del arma de ingenieros y jefe del Regimiento de Ferrocarriles n.º 2, con base en Leganés, su nombre quedó ligado a uno de los episodios más oscuros del conflicto: las Matanzas de Paracuellos.

Lealtad ambigua y detención en Madrid

Al estallar el alzamiento militar en julio de 1936, Aspiazu, que contaba con 57 años, no se adhirió abiertamente a la sublevación, pero tampoco mostró un compromiso claro con la República. Según las fuentes disponibles, mantuvo una actitud vacilante, lo que lo convirtió en sospechoso para las autoridades republicanas.

Poco después del inicio de la guerra, fue detenido y encarcelado en la Prisión Modelo de Madrid, junto a numerosos militares, religiosos y civiles considerados “enemigos del pueblo”.

Muerte en las Matanzas de Paracuellos

En noviembre de 1936, durante la ofensiva franquista sobre Madrid, se produjeron una serie de ejecuciones extrajudiciales conocidas como las Matanzas de Paracuellos. Cientos de presos fueron sacados de cárceles madrileñas y fusilados en zonas cercanas como Torrejón de Ardoz y Paracuellos del Jarama.

Manuel Aspiazu Paúl fue uno de los fusilados en ese contexto. Fuentes históricas, incluyendo la prensa de la época (ABC, 26 de enero de 1940) y estudios posteriores, lo sitúan entre el grupo de presos de la Prisión Modelo ejecutados en Torrejón (fosa en Soto de Aldovea???).

Un legado silenciado

A diferencia de otros militares de la época, Aspiazu no dejó una huella política o ideológica significativa. Su relevancia histórica radica en su condición de víctima de la represión republicana en la retaguardia madrileña, un fenómeno que, aunque menos documentado que la represión franquista, tuvo un impacto brutal en los primeros meses de la guerra.

Hoy, su nombre aparece en listas de víctimas y en estudios especializados sobre la violencia en la Guerra Civil, pero sigue siendo una figura poco conocida fuera de los círculos académicos.

lunes, 20 de octubre de 2025

Azorín (1873-1967): El escritor del 98 entre el exilio y la supervivencia

Cuando estalló la Guerra Civil en julio de 1936, José Martínez Ruiz —más conocido como Azorín— era ya una figura consagrada de las letras españolas, miembro de la Generación del 98, académico de la lengua y antiguo diputado conservador. A sus 63 años, su vida transcurría entre la escritura, el periodismo y la contemplación melancólica de una España que ya no reconocía.

Pero el conflicto lo obligó a tomar partido, aunque no con armas, sino con silencio y distancia. Huyó de Madrid republicano, se exilió en París, y años después regresó a España bajo la protección del régimen franquista. Su actitud durante la guerra —ni combativa ni comprometida ideológicamente— refleja la ambigüedad de muchos intelectuales conservadores que, sin apoyar abiertamente al fascismo, tampoco resistieron al nuevo orden.

La huida de Madrid: Un refugio en la neutralidad

Azorín vivía en Madrid con su esposa, Julia Guinda, cuando el Frente Popular tomó el poder. Aunque había sido diputado por el Partido Conservador y colaborador de ABC —periódico monárquico y antirrepublicano—, no era un militante político activo en 1936. Sin embargo, su perfil ideológico lo convertía en un blanco potencial en la capital republicana, donde muchos intelectuales de derechas fueron perseguidos o asesinados.

En 1936, aprovechando contactos y su estatus, logró escapar a Francia junto a su esposa. Se instaló en París, donde vivió con discreción, alejado de las polémicas del exilio republicano. A diferencia de otros escritores como Max Aub o Rafael Alberti, Azorín no participó en campañas antifranquistas, ni firmó manifiestos, ni dio discursos. Su exilio fue más bien una retirada personal que un acto político.

Silencio creativo y memoria fragmentada

Durante la guerra, Azorín apenas publicó. Su producción se redujo a notas íntimas y observaciones sobre la vida en París. No fue hasta 1966, casi tres décadas después, que plasmó sus impresiones de aquellos años en el ensayo París, una obra introspectiva más que histórica, donde evita cualquier juicio explícito sobre el conflicto español.

Este silencio ha sido interpretado por historiadores como una estrategia de supervivencia: Azorín, profundamente individualista y escéptico ante los extremismos, rehuyó alinearse con ninguna causa. Ni con la “barbarie roja” que denunciaba la derecha, ni con la “represión nacional” que denunciaba la izquierda. Prefirió, como escribió en sus memorias, “mirar desde la ventana, sin abrir la boca”.

El regreso protegido: La mediación de Serrano Suñer

Tras la victoria franquista en 1939, Azorín no regresó inmediatamente. Permaneció en Francia hasta que, en 1940, el ministro del Interior Ramón Serrano Suñer —cuñado de Franco y arquitecto de la política cultural del régimen— le facilitó los permisos necesarios para volver.

Este regreso no fue casual. El franquismo buscaba legitimarse culturalmente y reclutaba figuras del pasado que, sin ser falangistas, pudieran dar respetabilidad al nuevo Estado. Azorín, con su prestigio literario y su pasado conservador, encajaba perfectamente en esa estrategia.

En agradecimiento, en 1955 dedicó su libro El pasado a Serrano Suñer “con viva gratitud”, un gesto que muchos en el exilio consideraron una sumisión tácita al dictador.

¿Colaborador o superviviente?

La postura de Azorín durante y después de la Guerra Civil sigue generando debate. Para algunos, fue un intelectual que priorizó su integridad personal sobre el compromiso político. Para otros, su silencio y su regreso bajo el amparo del régimen lo convierten en un cómplice pasivo del franquismo.

Lo cierto es que, a diferencia de sus compañeros de generación —como Unamuno, que murió enfrentado al régimen, o Baroja, que permaneció en España en un silencio crítico—, Azorín eligió la discreción como forma de resistencia… o de acomodación.

domingo, 19 de octubre de 2025

Aznar Zubigaray, Manuel (1894-1975): La pluma al servicio del alzamiento

Cuando estalló la Guerra Civil en julio de 1936, Manuel Aznar Zubigaray —ya un periodista consagrado con experiencia en El Sol, La Nación de Buenos Aires y la prensa cubana— se encontraba en Madrid. A diferencia de muchos intelectuales que se alinearon con la República, Aznar eligió el bando sublevado. No solo se convirtió en uno de sus principales cronistas militares, sino en un estratega de la propaganda franquista, cuya pluma ayudó a construir la narrativa del “alzamiento nacional” como cruzada contra el caos y la barbarie.

Su labor durante la contienda fue tan influyente que, en 1938, recibió el Premio Nacional de Periodismo Francisco Franco por sus crónicas de guerra. Pero su legado va más allá del periodismo: fue un arquitecto simbólico del régimen que vendría.

De la condena a muerte al frente franquista

Aznar tenía un pasado complejo: había sido nacionalista vasco en su juventud, fundador del diario Euzkadi y simpatizante del PNV. Incluso fue condenado a muerte por el bando franquista en los primeros días del conflicto, acusado de “antiespañolismo”.

Sin embargo, logró huir a Bruselas y, desde allí, contactó con los sublevados. Su viraje ideológico fue total. Al regresar a España, se puso “al servicio de los nacionales” en Burgos, la capital del bando franquista. Su conocimiento del periodismo internacional, su dominio del francés e inglés, y su red de contactos lo convirtieron en un activo invaluable para la causa.

Cronista de guerra y creador de relatos épicos

Durante la contienda, Aznar acompañó a las tropas franquistas en múltiples frentes: desde el norte hasta Cataluña. Sus crónicas, publicadas en prensa nacional y extranjera, no solo informaban, sino que mitificaban la lucha franquista.

Uno de sus episodios más célebres fue la defensa del Alcázar de Toledo. Aznar no estuvo presente en el asedio, pero su relato —ampliamente difundido— convirtió el episodio en un símbolo de heroísmo nacional-católico. Más tarde, escribiría el libro El Alcázar no se rinde (1957) para refutar versiones críticas, como la del corresponsal estadounidense Herbert L. Matthews.

Su obra cumbre de la época, Guerra y victoria de España (1936–1939) (1942), y su posterior Historia militar de la Guerra de España (1940, reeditada en 1969), se convirtieron en textos de referencia del relato oficial franquista, aunque hoy son leídos con una mirada crítica por los historiadores.

Propaganda, prensa y legitimación internacional

Aznar no trabajó solo como cronista: fue director de medios clave del régimen, como el Diario Vasco y la agencia EFE, que fundó junto a Manuel Halcón en 1939. A través de estos canales, ayudó a controlar la narrativa informativa y a proyectar una imagen de orden, disciplina y victoria moral frente al “caos rojo”.

Además, su experiencia en Hispanoamérica y su dominio de las relaciones internacionales le permitieron contrarrestar la propaganda republicana en el extranjero, especialmente en países neutrales o aliadófilos.

Un legado controvertido: ¿periodista o ideólogo?

La figura de Manuel Aznar Zubigaray sigue generando debate. Para sus defensores, fue un gran periodista que adaptó su pluma a los tiempos turbulentos. Para sus críticos, fue un propagandista al servicio de una dictadura, que utilizó el periodismo como arma política.

Lo innegable es que, durante la Guerra Civil, su voz tuvo un impacto decisivo en la construcción del imaginario franquista. Y aunque su nieto, José María Aznar, llegaría décadas después a la presidencia de un España democrática, el abuelo permanece como uno de los pilares intelectuales del franquismo en formación.


sábado, 18 de octubre de 2025

Aznar Saratxaga, Santiago, (1903-1936), El socialista que mantuvo en marcha la industria vasca

Cuando estalló la Guerra Civil en julio de 1936, el País Vasco se convirtió en un bastión republicano con un gobierno autónomo recién estrenado. En ese contexto de caos, bombardeos y escasez, Santiago Aznar Saratxaga —sindicalista bilbaíno y militante del PSOE— asumió un rol decisivo: Consejero de Industria del primer Gobierno de Euzkadi, presidido por José Antonio Aguirre.

Su misión no era menor: mantener operativas las fábricas de armamento, siderurgia y maquinaria pesada en pleno frente de guerra. Gracias a su liderazgo, el puerto de Bilbao siguió funcionando, los obreros no abandonaron las líneas de producción y la industria vasca se convirtió en un pilar logístico esencial para la resistencia republicana en el norte.

Nombramiento estratégico: Un sindicalista al frente de la industria de guerra

Aznar no fue elegido por casualidad. Su trayectoria en la Unión General de Trabajadores (UGT) y su profundo conocimiento del tejido industrial bilbaíno lo convertían en la figura ideal para coordinar a patronos, obreros y el Estado vasco en una tarea de supervivencia nacional.

Desde su nombramiento en 1936, puso en marcha una política de gestión colectiva y movilización productiva, evitando la paralización de fábricas clave como Altos Hornos de Vizcaya o La Vizcaya. Su enfoque combinaba pragmatismo técnico y lealtad al proyecto autonómico, algo inusual en un socialista español de la época, más inclinado al centralismo.

La Junta de Defensa de Bilbao: Último esfuerzo por evitar la masacre

Con la ofensiva franquista avanzando imparable en el verano de 1937, y tras la caída de Durango y Guernica, la situación en Bilbao era desesperada. Ante la inminente toma de la ciudad, Aznar, junto a Juan de Astigarrabía (comunista) y Jesús María de Leizaola (nacionalista), creó la Junta de Defensa de Bilbao.

Este órgano tenía dos objetivos claros:

  1. Mantener el orden público en los últimos días de la resistencia.
  2. Negociar una rendición ordenada que evitara represalias masivas contra la población civil y los combatientes.

Aunque la Junta no logró evitar la entrada de las tropas franquistas el 19 de junio de 1937, su acción reflejó un intento humanitario en medio del colapso militar.

Exilio inmediato y lealtad al Gobierno Vasco

Tras la caída de Bilbao, Aznar huyó por Santoña —junto a miles de soldados republicanos— y se reunió con el Gobierno Vasco en el exilio, primero en Barcelona y luego en París. A diferencia de otros socialistas españoles, nunca renunció a la legitimidad del lehendakari Aguirre, lo que le granjearía tensiones con el PSOE central.

Durante la guerra, su figura simbolizó la alianza entre socialismo y autogobierno vasco, una combinación que muchos en Madrid consideraban contradictoria, pero que en el frente norte fue vital para la cohesión antifascista.

Por qué su papel en la Guerra Civil merece ser recordado

Hoy, cuando se estudia la Guerra Civil desde una perspectiva regional, la figura de Santiago Aznar emerge como clave para entender cómo el País Vasco sostuvo su resistencia no solo con armas, sino con fábricas, acero y organización obrera.

Fue un ejemplo de político técnico: no buscaba el protagonismo ideológico, sino la eficacia en la defensa de su pueblo. En un momento en que la memoria histórica vuelve a estar en el centro del debate público, su legado recuerda que la industria también fue un frente de batalla.


jueves, 16 de octubre de 2025

Aznar Embid, Severino (1870–1959)

En una época marcada por profundas transformaciones sociales, políticas y económicas, Severino Aznar Embid (1870–1959) emergió como una de las voces más lúcidas y comprometidas del catolicismo social español. Nacido en Tierga, un pequeño pueblo agrícola de Zaragoza, su infancia modesta y su entorno familiar carlista marcaron los cimientos de una vida dedicada a la justicia, la dignidad humana y la aplicación de los principios cristianos a la realidad social.

 Formación intelectual: Del seminario a la cátedra universitaria

Aznar inició su instrucción primaria en Calcena y Trasobares, localidades cercanas a su pueblo natal. Entre 1883 y 1893, cursó Humanidades, Filosofía y Teología en el Seminario de Zaragoza, con la intención de convertirse en sacerdote. Aunque finalmente no lo fue, siempre consideró que su formación en el seminario fue la raíz de su desarrollo humano y ético.

Más tarde, en 1894, comenzó la carrera de Filosofía y Letras en Zaragoza, culminando sus estudios en 1911 en la Universidad Central de Madrid con una tesis doctoral titulada La Conciliación y el arbitraje, donde analizaba la relación entre capital y trabajo. Su trayectoria académica se consolidó en 1916, al obtener por oposición la cátedra de Sociología en la misma universidad.
 

Periodismo comprometido y el nacimiento de "La Paz Social"

Aznar no fue solo un académico: fue un periodista combativo y fundador de medios de comunicación con vocación social. En 1907, creó en Zaragoza la revista La Paz Social, junto a figuras como Salvador Minguijón e Inocencio Jiménez, con el objetivo de promover el sindicalismo católico. Junto a la revista, lanzó la colección editorial Biblioteca Ciencia y Acción, que difundió ideas sociales desde una perspectiva cristiana.

Esta publicación se convirtió en la caja de resonancia de las Semanas Sociales (1906–1912), foros pioneros en el debate sobre justicia social en España. Aznar defendió con firmeza la Ley de Sindicatos Agrícolas de 1906 y se opuso a su derogación, demostrando una postura progresista incluso frente a gobiernos conservadores.

 
El Grupo de la Democracia Cristiana y su influencia europea

Inspirado por la encíclica Rerum Novarum del papa León XIII y por el pensamiento del sociólogo italiano Giuseppe Toniolo, Aznar fundó en 1919 el Grupo de la Democracia Cristiana, un movimiento intelectual que buscaba cristianizar no solo la sociedad, sino también el Estado. Aunque nunca se convirtió en partido político, su influencia fue decisiva en la formación del Partido Social Popular en 1922.

Su proyección internacional fue notable: participó en conferencias en Ginebra, fue vicepresidente de la Unión de Malinas, y Pío XI lo eligió para representar a España en la conmemoración de los 40 años de Rerum Novarum con el ensayo Del salario familiar al seguro familiar.

 
Legado social: Del seguro obrero a la legislación franquista

Durante la Segunda República y la Guerra Civil, Aznar sufrió en carne propia el conflicto: tres de sus hijos murieron en la contienda. Tras el estallido de la guerra, se alineó con el bando nacional y fue nombrado presidente de la Junta para la Organización Sindical en 1937. Posteriormente, como consejero de Trabajo en el gobierno de Burgos, diseñó las bases de la legislación social del franquismo, siempre inspirada en la doctrina social de la Iglesia. Fue pieza fundamental en la inspiración social del régimen y su adhesión al mismo; pese a su remoto carlismo familiar, entroncaba más bien con la “revolución pendiente” del falangismo, tan acorde con sus radicales ideales de justicia social.


En 1942, fundó la Revista Internacional de Sociología en el Instituto Jaime Balmes (CSIC), que dirigió hasta su muerte en 1959. Fue un firme defensor del seguro social, promoviendo el Retiro Obrero y más tarde el seguro familiar, alternativas al salario tradicional que buscaban dignificar al trabajador.

 
¿Por qué recordar a Severino Aznar hoy?

En un momento en que se debaten nuevamente los límites entre Estado, mercado y persona, la figura de Aznar cobra una sorprendente actualidad. Su defensa de la centralidad de la persona, la familia como núcleo social, la participación obrera en la empresa y la previsión social anticipó muchos de los debates contemporáneos sobre justicia, libertad y solidaridad.

Aunque ha sido injustamente olvidado, su coherencia vital, su pensamiento social avanzado y su compromiso con los más desfavorecidos lo convierten en una referencia indispensable para entender el desarrollo del pensamiento social católico en España.

 
 

miércoles, 15 de octubre de 2025

Azcárate y Gómez, Gumersindo de (1878-1937)

Gumersindo Azcárate Gómez (Ezcaray, La Rioja, 28 de febrero de 1878 – Derio, Vizcaya, 18 de noviembre de 1937) fue un militar profesional, republicano leal y víctima del franquismo. Coronel del Ejército de la República, fue fusilado tras la caída de Bilbao por mantener su juramento de lealtad al Gobierno legítimo. Su historia, marcada por el valor, la dignidad y la fe en la democracia, lo convierte en un símbolo de la resistencia ética frente a la traición y la represión.

 
Orígenes y familia: Un linaje de liberales

Nacido en Ezcaray (La Rioja), Gumersindo pertenecía a una familia con profunda tradición liberal y republicana. Era pariente cercano del político krausista Gumersindo de Azcárate y Menéndez (1840–1915), uno de los fundadores de la Institución Libre de Enseñanza, y primo de los destacados republicanos Justino y Pablo de Azcárate.

Esta herencia intelectual y ética marcó su formación como militar de principios, comprometido con el Estado de Derecho y la legalidad constitucional.
 

Carrera militar y lealtad a la República

Durante la Segunda República, Gumersindo Azcárate formó parte del gabinete militar de Manuel Azaña cuando este fue Ministro de la Guerra. Al estallar la Guerra Civil en julio de 1936, ostentaba el rango de teniente coronel y estaba al mando del Batallón Ciclista de Alcalá de Henares.

Cuando sus propios oficiales se sublevaron, se negó a unirse al golpe y resultó gravemente herido al intentar contener la rebelión. Tras recuperarse, fue ascendido a coronel y enviado a Bilbao como Inspector de Operaciones del Ejército Vasco, con la misión de organizar e instruir a las milicias vascas.

Curiosamente, conocía personalmente a Francisco Franco, a quien había tenido como alumno en la Academia Militar. Según testimonios, solía decir:   

Conozco a Franco. Fue discípulo mío en la Academia. No me perdonará que le haya traicionado… y me fusilará.”

Una premonición que, trágicamente, se cumpliría.

     
Captura, encarcelamiento y fusilamiento

Tras la caída de Bilbao en junio de 1937, Gumersindo Azcárate fue capturado por las tropas franquistas. Encarcelado en la prisión de Larrinaga, compartió celda con otros leales a la República, el Coronel Irezábal, al Comandante de Estado Mayor Lafuente, al capitán Bolaños, todos ellos militares profesionales, al médico bilbaino José Luis Arenillas, Director General de Sanidad de Euzkadi, y hasta otros 14 más.

El 18 de noviembre de 1937, fue fusilado en Derio (Vizcaya) junto con todo el Estado Mayor del Ejército de Euzkadi. Antes de morir, escribió emotivas cartas a su esposa Presen y a sus hijas.  


   

lunes, 13 de octubre de 2025

Azcárate y Flórez, Pablo de (1890-1971)

Pablo de Azcárate y Flórez (Madrid, 4 de marzo de 1890 – Madrid, 24 de febrero de 1971) fue un destacado diplomático, jurista y político español de ideología liberal y republicana. Figura clave de la Segunda República, es recordado principalmente por ser el último embajador de España en el Reino Unido antes del estallido de la Guerra Civil, y por su incansable labor en defensa de la legalidad democrática y los derechos humanos durante el exilio.
 
Orígenes familiares y formación intelectual

Nacido en Madrid en 1890, Pablo pertenecía a una de las familias más influyentes del liberalismo español: era hijo de Cayo de Azcárate y Delfina Flórez, sobrino de Gumersindo de Azcárate (uno de los fundadores de la Institución Libre de Enseñanza) y hermano de Justino de Azcárate, también político republicano.

Siguiendo la tradición familiar, estudió en la Institución Libre de Enseñanza (ILE), centro emblemático del pensamiento progresista español. Se licenció en Derecho por la Universidad de Madrid y completó su formación en el Reino Unido, donde desarrolló un profundo conocimiento del sistema parlamentario británico —una influencia decisiva en su visión política.
 
Carrera diplomática en la Segunda República

Tras una exitosa trayectoria como abogado y catedrático, Pablo de Azcárate ingresó en la carrera diplomática. Durante la Segunda República Española, su perfil moderado, su dominio del inglés y su prestigio intelectual lo convirtieron en una figura clave en la política exterior del nuevo régimen.

En 1932, fue nombrado embajador de España en Londres, cargo que desempeñó con gran eficacia hasta 1936. Desde la embajada, trabajó para fortalecer las relaciones con el Reino Unido y proyectar una imagen de estabilidad y modernidad de la República en el escenario internacional.
 
El estallido de la Guerra Civil y la lealtad al Gobierno legítimo

Cuando estalló el levantamiento militar del 18 de julio de 1936, Azcárate se encontraba en Londres. A diferencia de otros diplomáticos que se sumaron al bando sublevado, mantuvo su lealtad al Gobierno republicano legítimo y continuó representando a España ante el gobierno británico.

Sin embargo, el Reino Unido adoptó una política de no intervención y, con el tiempo, reconoció de facto al régimen franquista. A pesar de ello, Azcárate se negó a entregar las instalaciones diplomáticas y permaneció en su puesto hasta que fue relevado por el gobierno republicano en el exilio en 1939.
 
Exilio y defensa de los derechos humanos

Tras la victoria franquista, Pablo de Azcárate se exilió en Londres, donde se convirtió en una voz moral contra la dictadura. En 1946, fue nombrado Secretario Ejecutivo de la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, bajo la dirección de John Peters Humphrey.

En este rol, participó activamente en la redacción de la Declaración Universal de los Derechos Humanos (1948), aportando su experiencia jurídica y su compromiso con la justicia social. Su labor en la ONU lo consagró como un defensor universal de la dignidad humana, más allá de las fronteras nacionales.
 
Regreso a España y últimos años

Aunque mantuvo contactos con la oposición democrática durante el franquismo, no regresó a España hasta 1969, dos años antes de su muerte. Falleció en Madrid el 24 de febrero de 1971, sin haber visto el restablecimiento de la democracia, pero dejando un legado ético e intelectual indeleble.

Fue enterrado en el cementerio de La Almudena, en una ceremonia discreta que contrastaba con la magnitud de su contribución a la diplomacia y los derechos humanos.