Destacado representante de la Generación del 27, el poeta hace de su vocación artística instrumento de protesta, y su compromiso con la causa soviética le lleva tras la Guerra a un largo destierro
Lejos de convertirse en una pérdida irremediable, el exilio al que le condena su activismo político durante la Guerra de España se torna en innegable riqueza para el mundo de las Letras. La derrota republicana hizo de Rafael Alberti el poeta del destierro, pero esto, que para tantos otros significó caer en el olvido, se convirtió en razón de ser de sus versos.
Con apenas 15 años, Alberti dejaba el Puerto de Santa María (Cádiz), donde había nacido el 16 de diciembre de 1902, para trasladarse a Madrid. Ya en la capital, serán las obras del Museo del Prado las que despierten en él el interés por la pintura. Tres años después, la tristeza por la muerte de su padre y la añoranza de las costas gaditanas le llevan a alternar su faceta pictórica con la poesía.
El mar, el recuerdo de años pasados y la vuelta a los paisajes perdidos de su niñez van dejando paso a la palabra rebelde de este poeta de la calle, como tantas veces se le ha definido, comprometido con el movimiento de vanguardia. Durante los años de conflicto, su lírica se vuelve arma política; el exilio da paso a una poesía de nostalgia, aunque siempre bajo un trasfondo unido a su sentir comunista.
Decisivo será su ingreso, en 1924, en la Residencia de Estudiantes, el centro por excelencia de educación elitista de la época, donde traba amistad con artistas en ciernes de la talla de García Lorca, Pedro Salinas, Salvador Dalí, Luis Buñuel, Vicente Aleixandre y Dámaso Alonso. De este entorno surgirá una gran amistad con el torero y escritor Ignacio Sánchez Mejías, impulsor de la que pasaría a conocerse umversalmente como la Generación del 27.
Por estas mismas fechas el poeta recibe el Premio Nacional de Literatura tras la publicación de Marinero en tierra (1924), y comienza a dejar entrever la faceta rebelde de su verso en una de sus obras maestras, Sobre los ángeles (1929), con la que se estrenaba en un estilo surrealista. "No puedo tener las venas en un sitio y la sangre en otro", explica el propio autor sobre el compromiso que empezaba a imprimir a sus creaciones.
En 1930, Alberti expresa de forma clara sus convicciones ideológicas, en este caso contra la dictadura de Primo de Rivera. "Vuelvo a cagarme por última vez en todos vuestros muertos en este mismo instante en que las armaduras se desploman en la casa del rey, en que los hombres más ilustres se miran a las ingles sin encontrar en ellas la solución a las desesperadas órdenes de la sangre", podemos leer en Con los zapatos puestos tengo que morir.
Estrena también por entonces sus primeras obras de teatro, El hombre deshabitado y Fermín Galán, en honor del líder de la sublevación de Jaca que en 1930 pretendió proclamar la República.
En 1931 pasa a formar parte del Partido Comunista. Poco antes ha contraído matrimonio con la también escritora María Teresa León. Juntos se involucran, por encargo de la Junta para Ampliación de Estudios de la República, en un análisis del movimiento teatral europeo, labor que les embarca en un viaje decisivo por Europa que les permite entrar en contacto con las personalidades más destacadas de la cultura y la política de la época. Tras esta experiencia, Alberti decide fundar la revista Octubre.
Cuando estalla la Guerra Civil, el poeta ha participado como activista a favor del Frente Popular y es elegido secretario de la Alianza de Intelectuales Antifascistas. Ocupa además la dirección de la revista El Mono Azul y es responsable del Museo Romántico de Madrid.
En estos años pone su actividad artística y política al servicio de las doctrinas más revolucionarias. Así, se convierte en autor del primer poemario antifascista escrito en español, 13 bandas y 48 estrellas. Poemas del mar Caribe, y es responsable del estreno en el madrileño Teatro de la Zarzuela de Los salvadores de España. Figura entre los organizadores del II Congreso Internacional de Escritores Antifascistas, en julio de 1937, e incluso llega a reunirse en Moscú con Stalin.
Los poemas de innegable acento popular que escribe en estos años son recogidos en El poeta en la calle (1938). Después de su muerte se ha podido saber que, además, publica numerosos poemas y ensayos en revistas soviéticas. Entre esos escritos figuran varios dedicados a Stalin, como Redoble lento por la muerte de Stalin (1953) o Amnistía de clase (1957).
El año 39 marca una fecha de fracaso en su vida. La derrota republicana ya es inminente y, como tantos otros españoles, Alberti y su esposa se ven forzados a salir del país. Comienza entonces a escribir su ciclo autobiográfico La arboleda perdida.
París, Roma, Buenos Aires... Durante casi 40 años, Rafael Alberti será un artista desterrado de su patria, pero no de su palabra. "¡Oh poesía del juego, del capricho, del aire, / de lo más leve y casi imperceptible: / no te olvides que siempre espero tu visita!", reza en su poemario Pleamar, escrito a su salida de España y publicado en Argentina en 1944. Con Pleamar recupera el sentir marinero de sus costas gaditanas y habla a la vez de su experiencia en la Guerra:"(...) yo fui poeta de combate... / pero de esos del mar y el verso como puño".
Su poesía, su obra dramática e incluso su recuperada afición pictórica conocen en estos años de exilio una importante difusión internacional. Mas allá del prestigioso hueco que se hace en la cultura bonaerense, la producción albertiniana viaja por Europa y países del Este. En 1966 es galardonado con el Premio Lenin de la Paz.
Después de mucho esperar, el 27 de abril de 1977 el poeta regresa a España y se instala en su añorado Puerto de Santa María. "Me fui con el puño cerrado y vuelvo con la mano abierta como símbolo de paz y fraternidad entre todos los españoles", sentenciaba al pisar de nuevo su tierra natal.
Elegido por el PCE diputado por la provincia de Cádiz, pronto renunciará a su escaño. Le siguen años de importantes galardones y reconocimientos públicos, entre los que destacan el Premio Nacional de Teatro en 1981, el Comendador de las Artes y las Letras de Francia en 1982 o el Premio Cervantes en 1983.
Entre la obra posterior a su regreso a España sobresalen el libro de carácter erótico Canciones de Altair (1989), la representación Noche de Guerra en el Museo del Prado, que estrena en el Teatro María Guerrero de Madrid, los grabados e ilustraciones que realiza para el Romancero gitano de Federico García Lorca o sus famosos carteles taurinos.
En 1989, la Diputación de Cádiz crea la Fundación Rafael Alberti, donde se traslada gran parte de su archivo y biblioteca personales, así como una magnífica colección de recuerdos donados por el artista.
Tras una vejez repleta de reconocimientos y homenajes a su labor, la madrugada del 28 de octubre de 1999 fallece en el Puerto de Santa María el último representante de la Generación del 27.
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