Su condición de primer 'lehendakari' de la autonomía vasca, proclamada en las adversas condiciones de la Guerra, le convierten, junto a Sabino Arana, en la figura de referencia del PNV y del nacionalismo vasco
Hombre culto y gran orador, José Antonio Aguirre Lecube vive apegado a dos ideas: el catolicismo y el nacionalismo. Educado con los jesuítas, le gusta asistir a misa a diario y sus dotes para la política le convertirán, llegada la Guerra Civil, en el primer lehendakari de la Historia. Esta circunstancia, así como su actividad desde el exilio, le convierten en un todo un héroe para la ideología nacionalista vasca, sólo comparable con la figura de Sabino Arana, fundador del Partido Nacionalista Vasco (PNV).
Para Juan José Ibarretxe, "Aguirre representó la faceta más moderna y democrática del nacionalismo vasco y fue uno de sus líderes más carismáticos". Bilbaíno licenciado en Derecho por Deusto, Aguirre maneja con fluidez el vasco, el español, el inglés y el francés, y además juega al fútbol en el Athletic de Bilbao. Ingresa en el PNV en las postrimerías de la dictadura del general Primo de Rivera, y el 14 de abril de 1931, con sólo 26 años, es elegido alcalde de Getxo.
Ese mismo año, además, obtiene un acta de diputado en Madrid, condición que repetirá en todas las legislaturas republicanas. También se dedica a dirigir la empresa de chocolates que hereda de su padre.
Durante la etapa republicana, los sectores más duros del nacionalismo vasco le tachan de "españolista", ya que, en un primer momento, se alia con los partidos tradicionalistas -carlistas y monárquicos- con el fin de combatir el laicismo del que suelen hacer gala los gobiernos republicanos de izquierdas. Sin embargo, a partir de 1934, comienza a acercarse a Manuel Azaña y al socialista Indalecio Prieto. De hecho, de cara a las elecciones de febrero de 1936, el PNV tendrá problemas con el Vaticano por negarse a participar en la coalición de derechas, lo que, debido a la ley electoral, favorecía al Frente Popular.
En esta época, el futuro lehendakari se había revelado ya como un firme partidario de la independencia. Así lo demuestra su discurso ante la Sociedad de Naciones, en Ginebra, en septiembre de 1935. Esta alocución tiene además el valor de sintetizar dos de las constantes del nacionalismo vasco en general y de la labor política de Aguirre en particular: el pragmatismo y la añoranza de un pasado mejor. "Los vascos, aunque aceptan ciertas fórmulas de autonomía, no renuncian a su antigua libertad, porque prefieren cualquier cosa a nada. Sin embargo, con o sin autonomía, Euskadi, la patria de los vascos, continuará su lucha por su libertad e independencia", asegura.
Ante las naciones de todo el mundo, señala a la población vasca como "la más antigua de Europa", y califica al resto de España de "civilización inferior". Cree que su pueblo está destinado a seguir una determinada "evolución de la Historia", de acuerdo con la voluntad de sus gentes y opuesta, en su opinión, "al despotismo ignorante" impuesto por el Estado español.
Tras las elecciones de febrero del 36, Aguirre y el resto de sus compañeros de partido se alinean con la coalición de izquierdas para votar a Azaña como presidente de la República. Tras producirse el golpe de Estado, sin embargo, algunos sectores del PNV no quieren apoyar al Gobierno del Frente Popular, pero acaba por imponerse la línea de Aguirre, partidario de permanecer fiel a la República.
Así, en plena Guerra Civil, pacta con el Gabinete de Largo Caballero un Estatuto por el que «Álava, Guipúzcoa y Vizcaya se constituyen en región autónoma dentro del Estado español». El texto se aprueba en las Cortes el 1 de octubre de 1936. Las provincias mencionadas adquieren la capacidad de desarrollar su legislación electoral y civil, la gestión de los montes, agricultura y ganadería y la sanidad pública, aunque todo ello limitado por los poderes que concede al Ejecutivo central la Constitución de 1931. Además, el «vascuence» se convierte en idioma cooficial.
El Estatuto da luz verde a la creación de un Tribunal Superior vasco y deja la enseñanza, la policía y el modelo tributario en manos de la nueva región autónoma. También crea, "en tanto duren las circunstancias anormales producidas por la Guerra", el Gobierno provisional vasco. Los concejales de los municipios eligen a Aguirre como jefe de este Ejecutivo, lo que le convierte en el primer presidente de un Gobierno autonómico vasco.
Su mandato, sin embargo, no llegará a los nueve meses, y quedará reducido a las zonas que aún no dominan los nacionales. Aparte de ejercer como lehendakari, se hace cargo del Consejo de Guerra y dirige militarmente a las tropas vascas, lo que provoca que sus enemigos le apoden maliciosamente Napoleonchu. Aunque él es el líder indiscutible del Ejecutivo vasco, en su Gobierno de coalición participan también representantes de Unión Republicana, Izquierda Republicana, PSOE, Partido Comunista de Euskadi y Acción Nacionalista Vasca, el sector aconfesional del separatismo vasco.
Tras perder Bilbao, Aguirre pide a la República que forme un ejército en Cataluña con 20.000 exiliados vascos, lo que, según sus planes, permita tomar Huesca y, desde allí, lanzarse a por Navarra y el País Vasco. El Gobierno no atiende su propuesta y, poco antes de concluir la contienda, en febrero de 1939, huye a Francia, donde se dedica a atender a los refugiados vascos. Pero su exilio no ha hecho más que comenzar, y aún le quedan por vivir los más aparatosos episodios de una odisea que le llevaría De Guernica a Nueva York pasando por Berlín, según reza el título del libro en el que él mismo detalla este recorrido.
El lehendakari escapa de la Guerra Civil sólo para meterse en la Segunda Guerra Mundial. Pasa un tiempo en el corazón de la Alemania nazi, huye por Suecia, llega a Sudamérica convertido en un héroe y, finalmente, acaba trabajando para los servicios secretos de Estados Unidos. Siguiendo el relato del propio Aguirre, así como las críticas al mismo que ha publicado José Díaz Herrera en Los mitos del nacionalismo vasco, se pueden resumir las muchas peripecias de esta fuga.
En mayo de 1940, Aguirre marcha de París a Le Panne, una localidad belga situada a 15 kilómetros de Dunkerque, para visitar a unos familiares. También, según el testimonio del ministro del Gobierno francés de Vichy Jean Iribarnegaray, para entrevistarse con los nazis. De un modo u otro, el lehendakari y su comitiva no pueden volver a Francia, ya que les sorprende la invasión alemana.
Mientras deambulan por los caminos en busca de una salida, cae víctima de un bombardeo el delegado comercial del Gobierno vasco en Bélgica, Cesáreo Asporosa. Esta muerte dará lugar a una rocambolesca situación que muestra las condiciones de miseria en las que se encontraban Aguirre y los suyos, perdidos en un país recién conquistado por Hitler.
"Aguirre participa en unas improvisadas exequias fúnebres ante el cadáver de Asporosa y, según cuenta él mismo, poco antes de que se lo llevaran en una ambulancia al depósito para darle sepultura le cambió los zapatos al muerto, pues los suyos, los del lehendakari provisional vasco que pretendía cartearse con Roosevelt, Blum, Pétain, Churchill, De Gaulle y Edén, están rotos", resume Díaz Herrera.
Pero la escena aún empeora: con el calor del momento, nadie se había acordado de que el compañero caído era el responsable de las finanzas, por lo que todo el dinero con que contaba el grupo para escapar de Bélgica había quedado en la chaqueta del finado. "Tienen, por tanto, que regresar a la morgue y, a la luz de una vela, identificar el cadáver entre cientos de muertos por los bombardeos y quitarle la chaqueta, con la mala suerte de que un pelotón de soldados les toma por saqueadores de cadáveres y un oportuno bombardeo les salva del paredón".
Finalmente, gracias a la mediación de un amigo sacerdote, Aguirre logra trasladarse a Bruselas vestido de cura y refugiarse en el colegio de los jesuítas. Allí entra en relaciones con algunos aristócratas del país, quienes le transmiten la opinión de que el nazismo "puede realizarse sin atentar contra los derechos de los pueblos". Así lo comunica por carta a su compañero Manuel María Ynchausti, refugiado en Nueva York.
Animado por el cónsul de Panamá en Amberes, Germán Gil Guardia, un germanófilo bien relacionado con la cúpula nacionalsocialista, viaja hasta Alemania. También el cónsul de Venezuela, Rómulo Araujo, le ayuda a realizar el trayecto proporcionándole financiación. Aguirre parte camuflado y con identidad falsa -José Antonio Álvarez Lastra-.
"Hago el viaje con tres oficiales alemanes que venían de París. Amables y correctos. Llego a Colonia después de pasar la frontera a las dos y media. Tomo de milagro el tren a Hamburgo y dejo olvidada mi gabardina con la precipitación", relata.
Se hospeda en Hamburgo y viaja en dos ocasiones a Berlín para intentar hablar con la autoridades nazis. Ante una posible invasión de la península Ibérica, trata de pactar para Euskadi, según Díaz Herrera, "un estatus espacial similar al de la Francia no ocupada".
Entre los contactos facilitados a Aguirre por Gil Guardia se encuentra el ministro de Asuntos Exteriores nazi, Joachim von Ribbentrop, pero ni éste ni ninguna otra alta autoridad le recibe. Durante su estancia en Alemania, oye misa a diario, lee libros propagandísticos de los nazis y acude a algunos de sus actos públicos, en los que dice haber "disfrutado mucho". También lee a Unamuno y la biografía propagandística del dictador portugués Antonio de Oliveira Salazar.
Más tarde, cuando es recibido en Sudamérica con todos los honores, tendrá la ocasión de conocer al autor de este libro, Antonio Ferro, de quien escribiría: "Dios quiso ponerlo en mi camino". La política de los nazis llega a despertar auténtica admiración en él: "En el campo social se ha realizado una gran obra. Parece una copia de lo que hicieran y un día harán mis compatriotas".
Su vida en Alemania transcurre con relativa normalidad, y el 14 de marzo de 1941 asiste disfrazado a la embajada española para escuchar los funerales por la muerte de Alfonso XIII. Nadie le reconoce. Sin embargo, a pesar de sus afinidades ideológicas con Hitler, de sus contactos diplomáticos y de que su camuflaje parece dar buen resultado, el hecho es que todos sus intentos de negociar con el Gobierno alemán han fracasado. En el fondo, no es más que un enemigo escondido en el corazón de un régimen hostil, el mismo que bombardeó Guernica y ayudó a Franco a conquistar el País Vasco. El lehendakarí debe huir de nuevo.
Tras recibir dinero de sus amigos del exilio norteamericano, se reúne con su familia, que llega desde Lovaina, y alecciona a los niños de la casa para que sólo hablen en vasco, idioma que nadie puede entender en el centro de Europa. Así no podrán meter la pata.
El 23 de mayo de 1941 sale de Alemania y logra llegar hasta el puerto de Góteborg, en Suecia. Mientras se encuentra allí, las tropas de Hitler lanzan su gran ofensiva contra la Unión Soviética y la situación se complica aún más. Sin embargo, el primer ministro sueco le consigue pasajes para que él y su familia marchen a Brasil en un barco de carga.
En Sudamérica, Aguirre recibe trato de jefe de Estado y, por primera vez desde 1936, puede vivir junto a su familia en un ambiente pacífico. "Al pisar tierra americana sentí por primera vez después de mucho tiempo la espléndida vibración de la libertad, y de los hombres que por ser libres poseen el don fecundo que universaliza hasta lo más pequeño. Por eso, en medio de aquel entusiasmo popular, comprendí el alcance del homenaje que se me tributaba", relata.
El Nuevo Continente le brinda la oportunidad de colaborar con los servicios secretos estadounidenses, ansiosos por obtener la máxima información posible durante la Segunda Guerra Mundial. Sus compañeros refugiados en Nueva York le consiguen una plaza de profesor en la prestigiosa Universidad de Columbia, cuyo sueldo en realidad paga Ynchausti sin que el lehendakari lo sepa.
El general William Donovan, coordinador de la Oficina de Servicios Estratégicos (antecedente de la CIA), considera que Aguirre es la persona ideal para liderar la vuelta a la democracia de España, y el lehendakari se convierte, según la denominación de Díaz Herrera, en "el hombre de Washington". Durante la contienda mundial, informa sobre actividades de la Falange en Sudamérica y del Gobierno español en el exilio. En noviembre de 1942 intenta sin éxito convencer a las autoridades estadounidenses de que el Ejército aliado, recién llegado al norte de África, debe invadir España y expulsar a Franco.
El epílogo que redacta para De Guernica a Nueva York pasando por Berlín da muestra de la adhesión de Aguirre a la política de Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial. El lehendakari exiliado elogia el "carácter norteamericano", del que destaca "su simpatía, su generosidad, su espíritu de independencia, su sencillez, su franqueza, en una palabra, su exuberante juventud".
También ofrece una apasionada definición de la Segunda Guerra Mundial, similar a la que se había dado, desde ambos bandos, a la Guerra Civil española: "Una contienda ideológica, una lucha de civilizaciones, de dos concepciones de vida diametralmente opuestas. No es la conquista de territorios lo que está en juego, sino la conquista de almas".
En marzo de 1945 regresa a París. Allí continúa dirigiendo el Gobierno vasco en el exilio y, según Ricardo De la Cierva, colaborando con los servicios secretos estadounidenses. Juan Antonio Aguirre muere en 1960 y su funeral es oficiado por Clement Mathieu, obispo de Dax, el sacerdote nacionalista Alberto Onaindía y otros 30 sacerdotes.
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