General de brigada partidario de Alfonso XIII, participa en la fundación de Renovación Española, interviene exitosamente en la contienda y ya en la Dictadura reclama a Franco la restauración de la Monarquía
El general Miguel Ponte y Manso de Zúñiga, definido por el historiador Hugh Thomas como un "conspirador monárquico", es el responsable de frenar el avance de las tropas republicanas hacia Zaragoza durante los meses de agosto y septiembre de 1937.
Nacido en Vitoria en 1882, se educa en un ambiente familiar noble y es descendiente de los condes de Hervías y de los marqueses de Bóveda y Limia, titulo que heredará. Recibe formación militar y pronto es enviado a Marruecos donde inicia una carrera militar llena de méritos que le llevan a ocupar el puesto de general de brigada del Arma de Caballería. Más tarde es nombrado jefe de la casa militar del rey Alfonso XIII.
Una vez instaurada la Segunda República, en 1931, se retira del servicio activo acogiéndose a la Ley Azaña y participa en todas y cada una de las conjuras antirrepublicanas que se dan durante estos años. Por esta razón no duda en apoyar el golpe militar del 18 de julio, a pesar de que éste no tiene una clara intención monárquica. Pero hay que recordar que para el general Ponte, así como para algunos otros militares monárquicos, este levantamiento militar es algo más que un golpe contra la República: supone un nuevo intento de restablecer la Monarquía española y procurar la vuelta de Alfonso XIII.
Tras las primeras semanas de crisis posteriores a la proclamación de la República comienza la recomposición del partido monárquico.
En mayo de 1931, Miguel Ponte, junto al general Orgaz, Ramiro de Maeztu y Sainz Rodríguez, establece la creación de un partido monárquico legalizado llamado Renovación Española. Este partido está apoyado ideológicamente por una revista, Acción Española, que dirige el propio Maeztu.
También se propone la creación de una organización que introduzca en el Ejército cierto ambiente revolucionario.
Además, Alfonso XIII inicia en el exilio un acercamiento a los carlistas, al entrevistarse en septiembre de 1931, con el pretendiente a la corona Jaime de Borbón. Las negociaciones para buscar un candidato común y acercar posiciones entre ambos bandos continúan tras la muerte del Borbón, al que le sucede su sobrino Alfonso Carlos de Borbón.
El general Ponte y Manso de Zúñiga será uno de los representantes de Alfonso XIII en estas conversaciones que finalmente no acabarán en acuerdo, debido a las exigencias tradicionalistas de los carlistas.
Ponte sigue de cerca todos los movimientos de la Monarquía en el exilio y los movimientos revolucionarios dentro del país. En agosto de 1932 se produce el pronunciamiento militar encabezado por Sanjurjo, que Ponte apoya sin condiciones.
Su fracaso provoca una dura represión por parte del Gobierno de Azaña y esto influye en la radicalización de la causa monárquica. Hay detenciones de representantes de organizaciones monárquicas y de aristócratas, a pesar de que su participación en la sublevación es, en muchos casos, improbable, pero la represión no se detiene ahí y pocos días después se firma una ley de expropiación que afecta sobre todo a este colectivo, que también sufre la depuración de funcionarios y militares.
Ante esta situación Ponte es acogido en Francia como refugiado político. Pero el exilio no frena su interés por la caída de la República. Durante su estancia en Francia mantiene contactos con grupos y militares conspiradores.
Ponte, como otros dirigentes monárquicos, es consciente del poco arraigo popular de sus posiciones. Esto explica tal y como afirma el historiador Javier Tusell, "la esperanza de los monárquicos estaba situada, como siempre, en los militares más que en cualquier organización política unitaria".
Por eso aunque pocos en número, la importancia de los dirigentes de Renovación Española en el levantamiento del 18 de julio juega un papel esencial, especialmente en los primeros momentos.
Nada más estallar el levantamiento militar, Ponte entra en España para apoyar a los sublevados, e interviene junto al general Saliquet en el alzamiento en Valladolid. Pocos días después, el 24 de julio, entra a formar parte de la Junta de Defensa Nacional, cuya función consiste en asumir el poder legal del país hasta la constitución en Madrid de un directorio militar. La Junta de Burgos será presidida por el general Cabanellas, al ser el militar de mayor antigüedad, y Ponte será, junto a Mola, Saliquet y Dávila, entre otros, vocal de la misma. Su paso por la Junta de Defensa sólo dura hasta el 18 de agosto.
En el ámbito militar Ponte es uno de los generales al frente de las tropas regulares y voluntarias que luchan en el Alto del León, donde será herido en varias ocasiones. Participa en la toma de Aragón, desempeñando la jefatura del 5º Cuerpo de Ejército al mando de Zaragoza.
Tras la ocupación de Aragón, Ponte marcha a Madrid, donde se hace cargo del cuerpo de Ejército que asedia la capital. Entre sus éxitos militares dentro de la contienda hay que destacar la ocupación de las estratégicas zonas toledanas de La Jara y de Puente del Arzobispo.
Acabada la Guerra, es ascendido a teniente general y pasa a desempeñar funciones militares en el incipiente régimen franquista, cada vez más asentado. Los monárquicos empiezan a comprender que la vuelta de la Monarquía a España está muy lejana. Cuando la Segunda Guerra Mundial comienza a inclinarse hacia las naciones aliadas, los monárquicos suponen que esta victoria puede afectar seriamente al régimen franquista y se deciden tímidamente a actuar.
En junio de 1943, 27 procuradores en Cortes, entre los que se encuentra el general Ponte, dirigen un escrito a Franco en el que le piden que España, ante la complicada situación exterior, potencie su neutralidad con la vuelta de la Monarquía al país, convencidos de que ésta es una garantía para el reconocimiento exterior.
Pero la propuesta significa también el relevo del Generalísimo en la jefatura del Estado, algo que Franco no está dispuesto a consentir. La carta no tiene mayor trascendencia, dado el férreo control informativo del momento.
Sin embargo, sí trae consecuencias negativas para algunos de sus firmantes que son destituidos de sus puestos.
Aún así Ponte, junto a otros siete tenientes generales, firma una carta que en septiembre de ese mismo año dirigen a Franco, para pedir, desde el mayor de los respetos y la lealtad respecto a su persona, cierto interés y sensibilidad hacia la causa monárquica.
Estas y otras iniciativas no van a suponer un cambio en el régimen político franquista y cuando en 1952 muere en Mahón el general Miguel Ponte y Manso de Zúñiga, el regreso de la Monarquía está aún lejos.
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