El dictamen sobre los bombardeos italianos de Barcelona abre la puerta a procesar a los pilotos
Buonamico, Cassiani, Rossagnigo, Di Tullio, Corti, Montanari, Ruspoli, Zucconi... Parece una lista de convocados de la squadra azzurra,pero se trata de miembros de otro tipo de selección, muy siniestra.
Son algunos de los nombres de los 21 aviadores fascistas contra los que se dirige principalmente la denuncia por crímenes de guerra presentada por dos víctimas de los bombardeos áreos italianos de la ciudad de Barcelona durante la Guerra Civil y la asociación de italianos residentes en la capital catalana Altraitalia (www.altraitalia.org). La querella criminal, que se centra en los bombardeos de saturación de 1937 y 1938 y especialmente en los 12 salvajes ataques de la aviación de Mussolini a la ciudad en 41 horas del 16 al 18 de marzo de 1938, ha hecho historia esta semana al ser admitida finalmente a trámite por la Audiencia Provincial de Barcelona que, en su auto, determina instruir y juzgar a la plana mayor de las escuadrillas responsables.
La cosa podría parecer un saludo al sol y de una inutilidad pasmosa si se tiene en cuenta que han pasado 75 años desde los explosivos hechos y que los aviadores involucrados no estarán ya para muchos vuelos. Eso si sobrevive alguno. Al que le traerá el asunto al pairo es sin duda a uno de ellos, el capitán Aldo Quarantotti, al que el 12 de julio de 1942, siendo a la sazón tenente colonello de la Regia Aeronautica en la II Guerra Mundial a los mandos de un caza Reggiane Re 2001s, le arrancó la cabeza de cuajo un cañonazo del Spitfire del as canadiense George Buzz Beurling, “el halcón de Malta” en los cielos de la isla. Al menos a Quarantotti se lo puede tachar ya de la lista.
“Sabemos que nos vamos a encontrar casos así”, dice con voz apesadumbrada, menos por la suerte del piloto, me parece, que por no poder llevarlo ante la justicia, el abogado y miembro de Altraitalia Newton Bozzi, que junto con Jaume Asens, de la comisión de defensa de los derechos humanos del Colegio de Abogados de Barcelona, presentaron la querella. “Pero, como establece el auto de la audiencia, que menciona notables casos de longevidad, como, por cierto, los de las dos víctimas querellantes, no podemos descartar que de la lista quede gente viva”.
La negra lista de esos 21 aviadores sin piedad, explica, se ha confeccionado de manera aproximativa, “con los datos de que disponíamos, con el apoyo de historiadores”. Son todos, subraya Bozzi, “oficiales de la Aviazione Legionaria, el cuerpo expedicionario en España, líderes, mandos notorios”.
La denuncia se centra en el hecho de que los aviadores italianos, se recalca, bombardearon premeditada y despiadadamente a la población civil y —esto es fundamental— sin la existencia de declaración de guerra entre Italia y España. Los denunciantes aseguran que, por muy viejecitos que sean los pilotos, no se trata de un acto meramente simbólico. “¿Llevarlos ante la justicia? ¡y porqué no!”, se exclama Marcello Belotti, del grupo Memoria Histórica de la asociación Altraitalia, que ha abanderado el caso y que aún le guarda rencor a Mussolini, “al que conseguimos colgar por los pies en piazzale Loreto”. Belotti recalca que en el caso de los aviadores estamos hablando de “militares muy especializados, muy conscientes y orgullosos de lo que hacían, gente muy ideologizada que decidían sobre la vida y la muerte desde el cielo y nunca expresaron remordimientos”. Fascistas del copón, vamos.
Señala que los aviadores eran muy distintos de otros combatientes italianos enviados por el Duce, “la pobre gente sacada del campo y las minas sicilianos que describe Sciascia en L'antimonio y a los que se prometió un paraíso en España”. En cuanto a los aviadores, “hay que averiguar si están vivos y citarlos, como establece el auto”. La audiencia solicitará al Ministerio de Justicia italiano su cooperación para conocer el estado y paradero de los imputados.
Entre los denunciados, hay personajes notables como el capitán Orlandini, al que encontramos luego en 1940 pilotando Stukas, los famosos bombarderos en picado que los nazis suministraban a los italianos con cuentagotas, o el mayor Quattrociocchi, quien, incorregible, tras el armisticio entre Italia y los Aliados, en 1943, a diferencia de otros aviadores, siguió fiel al fascismo y comandó hasta el final la Aeronautica Nazionale Repubblicana (ANR), la aviación de la República de Saló.
El historiador y autor de documentales catalán Xavier Juncosa tuvo el privilegio de conocer en 1998 en la Casa degli Aviatori de Roma a los dos pilotos de bombarderos que encabezan la lista, los tenientes en España y luego generales Paolo Moci y Alberto Lauchard. “Entonces me dijeron que eran los dos últimos de la Aviazione Legionaria, y ambos han muerto”, rememora. Bajo los venerables abuelitos, encontró a dos férreos militares. Moci incluso justificaba el bombardeo de Gernika, en el que participó al frente de una patrulla de tres Savoia S.79. Juncosa aplaude la decisión del tribunal barcelonés.
La mala reputación militar de los italianos, un falso cliché, ha relegado el papel de su aviación en la Guerra Civil. La fama se la ha llevado la Legión Cóndor. En realidad los italianos han sido siempre grandes aviadores, de Francesco Baracca, el as del Cavalllino rampante, símbolo que heredaría Ferrari, a Mario Visintini, inmortalizado por Hugo Pratt. Y la aviación legionaria (seis mil combatientes con cerca de 800 aparatos), en concreto sus bombarderos, como los excelentes Savoia-Marchetti SM.79, que es lo que os ocupa, fue un arma muy efectiva, terrible y brutal en España.
A los fascistas les encantaba la aviación, que evocaba al hombre moderno, indómito y virilmente fuerte y violento. Ese amor aéreo lo esencializaban Ítalo Balbo y sus proezas, y el propio tercer hijo del Duce, Bruno Mussolini que fue piloto de bombarderos y se integró en la aviación legionaria en Mallorca (aunque Franco lo hizo volver a Italia). Aunque no se les suele acreditar, fueron los italianos unos de los inventores del bombardeo de población civil con el objetivo de desmoralizar al enemigo. En concreto, el general Giulio Douhet, a principios del siglo XX, fue un adelantado del bombardeo estratégico, que definía en su animosa lengua como un “acto de guerra lejos de los campos de batalla para golpear, entre otras cosas, a las ciudades”.
La contienda de España sirvió a los italianos, como a los alemanes, para hacer experiencias de guerra aérea (los meridionales también llevaron pormenorizadas anotaciones de los efectos de las bombas). De hecho, varios de sus pilotos que lucharon en nuestro país participaron luego incluso en las poco conocidas operaciones de bombardeo italiano contra ciudades durante la Batalla de Inglaterra (los Chianti raiders que despegaban desde Bélgica —uno de los ataques se denominó, lo que hay que ver, Operazione Cinzano). A un cínico ejercicio de empirismo achacan algunos autores los tremendos bombardeos contra Barcelona de marzo de 1938. No obstante, el historiador Edoardo Grasssia opina que Mussolini quiso impresionar a Hitler en las fechas del Anschluss y se le ocurrió esa infernal manera, marcando paquete aéreo por así decirlo.
La orden, según anotó el ministro de exteriores y yerno del Duce Galeazzo Ciano en sus diarios, la dio Mussolini personalmente al jefe de estado mayor de la aviación, general Valle (que pasó a Velardi la mecha, el famoso telegrama infame: “Iniciar desde esta noche acciones violentas sobre Barcelona con bombardeos espaciados en el tiempo”), aunque luego, a la vista del horror internacional que provocaron los ataques, trataron de endosarle la decisión a Franco. Los ataques los llevaron a cabo en oleadas sucesivas desde Mallorca los aparatos del 8º Stormo Bombardamento Veloce (“los halcones de las Baleares”) de día y el XXV Gruppo Autonomo Bombardamento Notturno (Pipistrelli delle Baleari) de noche, en total cerca de 50 toneladas de bombas y un mínimo de 670 muertos y 1.200 heridos.
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