Veterano de la Guerra de Marruecos, al mando de una columna del Cuerpo de Ejército marroquí participa en numerosas batallas durante la Guerra Civil, llegando a cruzar este mes el río Ebro por la zona de Caspe
De Badajoz a los Pirineos, es conocido como el mando táctico de las mil batallas. Fernando Barrón forma parte del Cuerpo de Ejército africano, la élite del bando franquista, participando en la toma de Badajoz y Toledo, el asedio de Madrid, la defensa de Gandesa en el Ebro o la toma de Barcelona.
Veterano de la Guerra de Marruecos y oficial de Caballería, en 1910 es uno de los primeros cinco pilotos titulados de la Aviación española, junto a Kindelán, Echagüe, Arillaga y Emilio Herrera. En 1918 ya es capitán en Tetuán y en julio de 1936, en Melilla, el entonces teniente coronel Barrón Ortiz es uno de los jefes de las tropas nativas de la Legión que, bajo el mando del general Yagüe, se une al alzamiento militar, junto a los oficiales Asensio y Delgado Serrano, y toma el aeródromo de Tauima. El oficial de las mil batallas dirigirá durante toda la Guerra a las tropas de élite del Ejército insurgente. Su cohorte de soldados, cumplidamente fogueados en África, está compuesta por regulares, legionarios y marroquíes que, por ser una de las fuerzas más crueles -según algunos autores- de ambos bandos, goza de un alto protagonismo en las batallas más decisivas de la Guerra, desde Badajoz a Belchite, Aragón y Cataluña, pasando por Toledo y, especialmente, Madrid, siempre bajo las órdenes de los generales Yagüe y Varela. La Columna Barrón, una de las de mayor trayectoria durante la contienda, pero también de las que más bajas causa en el bando rebelde, será conocida en combate como la mano negra.
Al frente de una bandera de la Legión, en agosto de 1936 participa en el avance del Ejército golpista por Extremadura hacia el norte, de la mano de Yagüe. El 26 de septiembre, en Talavera de la Reina, la Columna Barrón crea la 13ª División a partir de las banderas legionarias y tabores, y se pone en manos del general Varela, -sustituto de Yagüe- quien se dirige hacia Toledo. Nace así una de las unidades franquistas más bregadas de la contienda. Allí, el 28 de septiembre, los milicianos republicanos romperán filas huyendo hacia Madrid mientras los soldados de Barrón penetran por el norte de la ciudad, donde exhiben una extrema crueldad, tal y como relatará Fitzpatrick, oficial nazi de la Legión extranjera a las órdenes de Varela. Tras esto, Barrón es condecorado con la Medalla Militar individual.
Barrón y sus tropas marroquíes y legionarias se instalan en Illescas hasta finales de octubre, a la espera de una ofensiva. Hugh Thomas explica cómo desde aquella plaza de la localidad, Barrón pudo ver cómo 15.000 soldados de las tropas republicanas, gran parte trasladados desde Madrid en autobuses de dos pisos del servicio urbano, se apostaban frente a la localidad. Illescas quedará destrozada ante el empuje de la Artillería y Barrón habrá de retroceder, aunque no por mucho tiempo. El 21 de octubre entrará en Navalcarnero.
En noviembre de 1936, es uno de los oficiales que se ocupa de cercar Madrid, penetrando por Carabanchel y Usera y haciendo creer que el grueso de las tropas nacionales entraría por el suroeste. Entre el 5 y el 13, sus hombres luchan calle a calle en el suroeste, llegando hasta la zona de los cementerios. El 17 de noviembre, los oficiales Delgado Serrano -que cae herido- y Barrón y sus africanos tienen orden de alcanzar la Ciudad Universitaria y avanzar hasta la plaza de España por el paseo de Pintor Rosales. A las dos de la tarde alcanzarán la zona universitaria con cerca de 2.000 soldados, pero quedan encerrados. Al cabo de dos días llegarán hasta el monumento de los Héroes de Cuba, en el parque del Oeste. La incursión supone el máximo nivel de penetración de las tropas alzadas en la capital.
El 23 de noviembre, Franco, tras reunirse en la localidad de Leganés con varios mandos relevantes de la batalla, entre ellos Mola, Saliquet y Varela, desiste de continuar sus infructuosos ataques y suspende el intento de ocupar Madrid por asalto.
Barrón vuelve a la primera línea de combate a principios de 1937. Después de un breve periodo de merodeos por la sierra madrileña, cerca de El Escorial y Villanueva de la Cañada, el 7 de enero entra en Pozuelo de Alarcón. A mediados de mes, sus soldados actúan de punta de lanza: atacando desde Carabanchel, entre Alonso y Telia, llegarán hasta el Hospital Militar, donde serán repelidos desesperadamente. El Frente noroeste de Madrid queda estabilizado.
Franco se ha propuesto acabar la Guerra ese mismo invierno, por lo que mantiene las tropas de Varela a las puertas de Madrid. En febrero de 1937, coincidiendo con la toma de Málaga, Varela y sus oficiales, al mando de legionarios y marroquíes, avanzan por el valle del Jarama, de nuevo sobre Madrid, esta vez con el objetivo de cortar las comunicaciones entre la capital y Valencia. Se trata de la primera batalla en campo abierto de la Guerra, con estrategia y despliegue de tropas.
El 12 de febrero, Barrón, Sáenz de Buruaga y Asensio llegarán a cortar la carretera entre Arganda y Chinchón en varios puntos, tomado el vértice del Pingarrón, clave en la batalla. Pero al cabo de cinco días, los republicanos contraatacan en dos frentes. Los tiroteos se suceden entre tapiales y olivares y las tropas africanas pierden hasta un 80% de sus efectivos pero logran recuperar el alto del Pingarrón. Tres días después, Barrón recibe refuerzos, los regulares de Ceuta. Entre el 23 y el 27 de febrero, ambos bandos sumarán miles de muertos en un intercambio bélico tan intenso como inútil, ya que la zona se estabiliza, construyéndose trincheras y fortificaciones que se unen con el amplio Frente de Madrid.
Estos días de la Batalla del Jarama resultarán determinantes para Barrón, quien ve mermado su prestigio como estratega; sus maniobras habían costado 10.500 muertos al Ejército franquista -8.000 cayeron en el bando republicano-. En adelante, volverá a protagonizar episodios de gloria militar para la causa nacional, pero siempre de manera subordinada y en situaciones de máximo riesgo.
Durante toda la primavera de 1937, su columna se mantiene en los alrededores de la capital, realizando incursiones en el sur. El 18 de julio, Varela recibe la orden de contraatacar en el sector de Brunete, donde los republicanos habían lanzado una ofensiva hacía dos semanas. La 13ª División y la 150ª marroquí tienen la misión de contener a su oponente a la altura de Brunete y a las fuerzas de el Campesino en Perales de la Mina. Las Brigadas Navarras y las tropas de Barrón se lanzan sobre el pueblo, en cuyo cementerio les esperan las tropas de Líster, resistiendo una semana, hasta el 23 de julio. La batalla se había prolongado bajo unas condiciones climáticas extremas de calor. Brunete será reconquistado mientras los republicanos conservarán Quijorna, Villanueva de la Cañada y Villanueva del Pardillo, una superficie de unos seis kilómetros de profundidad, pagando por ello un precio de 20.000 muertos y 100 aviones. Los nacionales lamentan 17.000 muertos y 23 aviones. Según quien relate la batalla, se magnifica o resta importancia al repliegue rebelde. Lo cierto es que el asalto estaba respaldado por la élite del Ejército nacional, con Barrón y sus marroquíes, todo lujo de artillería y aviación y, tras una semana de combates, tan sólo se alcanza una posición menor, la cota 672. El 24 de julio, Franco ordena reconquistar a toda costa Brunete, convertido en símbolo y bandera, momento en el que los moros de Barrón penetran de manera incontestable en el pueblo de la mano de la Aviación alemana.
Llegado este punto, Varela se encuentra en condiciones de avanzar hasta Madrid, pero Franco ordena frenar el ataque -Juan I. Luca de Tena, ayudante de Varela, sostiene que las razones de Franco para parar a Varela fueron que éste no obtuviera demasiada gloria-. Las prioridades se trasladan de Madrid a Aragón. Barrón, convertido ya en coronel, aumenta considerablemente el número de efectivos a su cargo. En pleno invierno, las tropas de Barrón y el resto bajo el mando de Varela se trasladan hacia el este, coincidiendo con una fuerte ofensiva aérea nacional. Mientras Sáenz de Buruaga camina hacia Belchite, Barrón dirige el ataque al norte de Zaragoza.
En marzo de 1938 cruza el Ebro por Caspe, llegando hasta Fraga, y se dirige hacia Lérida, donde arrebatará la ciudad a las tropas mandadas por el Campesino en abril. El Frente de Aragón se encuentra estabilizado y durante semanas apenas se producen movilizaciones.
Se preparaba la Batalla del Ebro. Como describe Jorge Reverte, la 13ª División que manda Barrón cuenta entre sus unidades con dos banderas de la Legión, tres tabores de regulares -cada tabor se compone de 250 soldados-, uno de tiradores de Ifni, una bandera de Falange, además de otros cuatro batallones, cuatro baterías de artillería convencional y de montaña y los correspondientes servicios de ingenieros, transmisiones y zapadores. A finales de julio, Barrón, al mando del dispositivo de defensa del centro, se apuesta por orden de Yagüe en Gandesa, localidad de gran valor estratégico en las operaciones del Frente del Ebro por encontrarse en la confluencia de Aragón, Cataluña y Valencia. Será él quien se encargue de frenar el desesperado ímpetu del Ejército republicano.
Los africanos de Barrón se erigen como uno de los más firmes bastiones de la batalla, como lo demuestra un comunicado del 2 de agosto de 1938, recogido por Reverte: "Sus hombres se lanzan al asalto como fieras, algunos con bombas de mano únicamente, pero se estrellan contra nuestras líneas. Repiten los ataques una y otra vez sin conseguir más que dejarse racimos de muertos ante nuestras posiciones... Menos mal que nuestra artillería y la del Cuerpo de Ejército, que se ha desplegado desde el primer momento en situación más que precaria, da claras muestras de sus excelentes condiciones". Muchos autores coinciden en la crueldad y eficacia de estos hombres en emboscadas nocturnas y al abatir al enemigo durante su retirada o ante cualquier descuido del mismo.
El 3 de septiembre, uno de sus batallones sale de sus posiciones logrando, después de un violentísimo combate, romper el frente enemigo, ocupando la cota 349 y el Cerro de los Gíroneses. Son los episodios clave de la batalla.
En los meses siguientes de septiembre y octubre aún se continuará combatiendo entre Gandesa, Villalba de los Arcos y Corbera del Ebro, combates en los que poco a poco, las miles de bombas soltadas por la artillería y la Aviación alemana sobre las líneas republicanas irán permitiendo el lento avance franquista sobre estas poblaciones.
Superada la desembocadura del Ebro a mediados del otoño, Barrón participa con el Cuerpo de Ejército marroquí en el asalto a Barcelona y perseguirá al bando republicano en su retirada hacia los Pirineos.
A la sombra de los grandes generales franquistas, más allá del campo de batalla, apenas son relevantes y conocidas otras de sus actividades, si bien se sabe que Barrón es uno de los oficiales que mantiene correspondencia con el coronel Casado, el mando republicano que en marzo de 1939 protagoniza un conato de golpe de Estado dentro del Gobierno de Negrín.
Al terminar la Guerra, se instala en el seno de la burocracia militar franquista, alcanzando el rango de teniente general. En una fotografía tomada ya en la década de los 40 -Barrón fallece en 1953- por Ángel Hilario de Jalón, uno de los retratistas del régimen, se le puede contemplar ataviado con una cazadora oscura de cuero, fino de porte, con un grueso bigote y cano, fiel estampa castrense de, según muchos historiadores, uno de los mandos técnicos más efectivos del Ejército nacional.
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