Premio Nacional de Literatura en 1927, la prolífica escritora cántabra se decanta en plena Guerra Civil por el bando nacional siendo una de las intelectuales que contribuyen con su labor a la victoria de Franco
La literatura española ha dado sin duda grandes escritores, muchos de ellos merecedores de obtener el premio Nobel, como así ha sido en varias ediciones. Sin embargo, son contadas las ocasiones en las que un escritor es conocido no sólo por su extensa creación literaria sino también por la ausencia de un galardón tan prestigioso.
La escritora santaderina Concha Espina es una de estas excepciones ya que su candidatura fue presentada al Nobel en 1927, pero no lo obtuvo por un voto en contra: el de la Real Academia Española. La candidatura se vuelve a presentar al año siguiente con el mismo resultado.
Ese mismo año surge la polémica con la concesión del Premio Nacional de Literatura, galardón que compartió con el periodista Wenceslao Fernández Flórez. La escritora no acepta el importe económico y lo dona para la construcción de un monumento a Cervantes.
En 1928 es homenajeada en Nueva York en un acto en el que participaron algunos puntales de la Generación del 27, como Federico García Lorca.
Nacida en Santander el 15 de abril de 1877 y bautizada como María de la Concepción Jesusa Basilisa, es la séptima de 10 hermanos.
Su precocidad literaria es notable y siendo tan sólo una niña, el 14 de mayo de 1888, publica por primera vez en el diario El Atlántico de Santander, unos versos bajo el artificioso seudónimo de Ana Coe Snichp.
Tras el fallecimiento de su madre en 1891 se trasladan a Ujo, Asturias, donde el padre trabajará como contable en las minas. Esta experiencia marcará profundamente a la escritora que posteriormente, en 1920, escribiría en torno a este tema El metal de los muertos, una de sus obras más importantes por la que recibió las alabanzas de Unamuno y Maeztu.
Cumplidos los 18 años contrae matrimonio con el también escritor Ramón de la Serna y Cueto en Mazcuerras, Cantabria, y trasladan su residencia a Valparaíso (Chile).
Allí comienza a escribir para el Correo Español de Buenos Aires, dejando el verso por la prosa.
Ya de vuelta en España, en 1898, continuó enviando sus escritos al diario porteño pero como su nombre se había hecho popular, muchos otros periódicos españoles solicitaron su colaboración, como por ejemplo Pensamiento Astorgano, La Atalaya o El Cantábrico.
Nueve años más tarde, se traslada de Cabezón de la Sal (Cantabria) a Madrid con sus hijos -Ramón, Víctor, Josefina y Luis- mientras que su marido se marcha a México, dando así por finalizado el matrimonio, que será jurídicamente efectivo en 1934.
En 1909 alcanza la fama con su primera novela, La niña de Luzmela, en la que quedan reflejadas sus dotes de observación. A raíz de esta obra, el pueblo de Mazcuerras cambia su nombre por el de Luzmela como homenaje a la escritora. Sin embargo, le siguieron otras de mayor calidad, según la crítica, como La esfinge maragata (1914), con la que se convierte en la voz de los oprimidos y que le supone el premio especial Fastenrath otorgado por la Real Academia Española.
Diez años más tarde recibe el premio de la Real Academia Española por Tierras de Aquilón, galardón que se une a su nombramiento como hija predilecta de Santander y a la concesión de la medalla de la Orden de Damas Nobles de María Luisa.
Las inquietudes de esta escritora no sólo se centraron en la situación de la mujer en la época. En una entrevista publicada en El Sol en 1931 afirma que "los problemas básicos de España son de educación y trabajo" y daba su opinión acerca de la política que se estaba levando a cabo en esos años: "Creo que a la postre se impondrá lo más razonable. La forma actual de gobierno tiene mis mayores esperanzas, porque mi ilusión política de toda la vida fue la República». En este mismo documento reforzaba su feminismo al asegurar que "la mujer española está políticamente tan capacitada como el hombre".
Mujer viajera e inquieta, comprometida con las causas del momento, llegó a adherirse, junto a escritores como García Lorca o José Ortega y Gasset, a un manifiesto dirigido a Miguel Primo de Rivera en defensa de la lengua y la cultura catalanas frente a las disposiciones que éste había realizado y que podrían haber herido "la sensibilidad del pueblo catalán, siendo en el futuro un motivo de rencores imposibles de salvar".
La Guerra Civil le sorprende en Mazcuerras, que aún conservaba su nombre, y el horror del conflicto lo refleja en sus obras La Retaguardia, Las alas invencibles y Luna roja.
Una de las novelas más dramáticas que escribe en este tiempo, porque refleja todo el dolor de la Guerra, es Esclavitud y Libertad, diario de una prisionera.
En 1938 es nombrada miembro de honor de la Academia de las Artes y Letras de Nueva York. En esta época colabora con el ABC de Sevilla donde se recogen algunos de sus artículos más destacados. En uno de ellos, publicado el 13 de diciembre de 1938, la escritora hacía una dura crítica de la ideología marxista proveniente de Rusia donde afirma: "Cuando las aguas vivas del Cristianismo vuelvan a correr generatrices sobre las hiendas sacrilegas, entonces el rehilo de las armas nacionales tendrá allí el ardor que purifica y acrisola, la medicina genial que ahuyente las monstruosidades de Rusia con el supremo hechizo del amor".
En este año comienzan sus problemas de visión que desembocarán en ceguera total. Lejos del desánimo, aprende Braille y continúa su trabajo sin descanso.
A lo largo de su vida completó casi 50 obras y fue merecedora de distinciones como el II Premio Cervantes o la Medalla Nacional del Trabajo.
Sin embargo, no logra ser admitida en la Real Academia Española, a pesar de que lo intenta en dos ocasiones.
El 19 de mayo de 1955 fallece en Madrid. Con un número especial, ABC daba el último adiós a una de sus más destacadas colaboradoras: "A los 86 años de edad falleció ayer en Madrid la que fue insigne poetisa y novelista, cuya privilegiada pluma, que supo hacer verso de la prosa, dio a la literatura española obras imperecederas". Por su parte, Gerardo Diego la despedía así: "Detrás de la escritora, sosteniéndola y justificándola día a día con su conducta modestamente heroica, estaba la mujer. Y esto es lo que sus libros, sus admirables libros, no podrán nunca acabar de revelar, lo que estamos obligados sus amigos, sus contemporáneos, a esclarecer y valorar para que no se pierda un ejemplo tan insigne de femineidad. No es que sean entidades distintas Concha Espina, mujer, española, madre y Concha Espina, escritora, novelista. Son, antes al contrario, relieves complementarios de una misma medalla".
De monarquica a republicana, y de republicana a franquista. A eso se le llama tener criterio
ResponderEliminarMalos datos históricos, este artículo necesita revisión
ResponderEliminarLorca nunca estuvo en Nueva York en 1928! Ese simple error pone en suspenso la credibilidad del resto de la información.
ResponderEliminarDice: "La escritora santaderina Concha Espina es una de estas excepciones ya que su candidatura fue presentada al Nobel en 1927, pero no lo obtuvo por un voto en contra: el de la Real Academia Española"... Pero la Real Academia Española puede proponer o no sus candidatos, pero nunca votar, derecho que corresponde a la Academia Sueca.
ResponderEliminarComo muchos otros, casi todos empiezan por revolucionarios y terminan en el bando conservador. La gente evoluciona con la edad. Aunque algunos siguen en el pasado.
ResponderEliminarConcha, burguesía con conciencia social y con gran talento. Pero burguesa, al fin. Sin embargo brilla en lo literario, en sus obras de contenido social.
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