Dudo que entre los escritores del pasado siglo, exista alguno que, en relación con los acontecimientos que vamos presenciando, sea tan interesante como Donoso Cortés. Nada más aleccionador que confrontar los sucesos presentes, con las predicciones de este genial escritor. Asombran y mueven la admiración, la perspicacia, la visión de águila de quien con cerca de un siglo de anticipación, alcanzó a penetrar las síntesis de los hechos que nosotros venimos presenciando.
Donoso, que tuvo grandes dudas acerca de sus propios presentimientos y alguna vez se preguntó si era su temperamento un tanto pesimista el que daba origen a aquéllos, era, por otra parte el hombre de las magistrales deducciones. Estas no han fallado un punto. "¡La libertad acabó! No resucitará ni al tercer día, ni al tercer año, ni al tercer siglo quizá. El mundo camina con pasos rapidísimos a la constitución de un despotismo, el más gigantesco y asolador de que hay memoria en los hombres."
La crítica alemana, el ilustre escritor Edmund Schramm, ha puesto de actualidad estos párrafos, en su excelente estudio sobre la personalidad del genial escritor. ¿Qué veía Donoso, qué veía con ochenta y pico años de anticipación, para que la pluma del sentido apocalíptico, estremecida de pavor, escribiera esa profecía, que hoy, bajo aspectos diferentes alcanza realización plena. Sencillamente, una deducción. Ese párrafo majestuoso, es la deducción de la observación de la falta de verdadera cultura en las naciones, la falta de espíritu religioso en los pueblos. "Cuando los lazos morales y religiosos dé una sociedad — añade Donoso — se relajan, no habrá bastante con ningún género de gobierno; todos los despotismos serán pocos."
Los pobres liberales del pasado siglo, se creyeron en el caso de difundir sus doctrinas, sembrando a espuertas el escepticismo. Claro está que el difundir el escepticismo, era en ellos táctica calculada, porque lo que en el fondo deseaban era constituir la unidad de Europa, sobre unas ideas nuevas. El mal está hecho. Aquellos cortos de vista, no advirtieron, que el hombre escéptico, es el que más cerca está a creer en.cualquier cosa; la primera que le inculquen.
Y, frente a las dudas de la gran mayoría de las masas, han surgido tantos y tantos locos, que llevan las más absurdas teorías hasta sus últimas consecuencias. Aquellos, ciegos liberales, entusiasmados con la libertad de dirección que predicaban, desconocían la importancia, que para las muchedumbres humanas tiene, el principio de la obediencia absoluta. Desconocían — o aparentaban desconocer — que las masas, desprovistas de una luz superior, se hallan dispuestas a obedecer ciegamente al primer paranoico que les incito a las mayores aberraciones.
Porque uno de los detalles más tremendos de la Historia lo constituye, ciertamente, la observación, que, cada vez que los pueblos se apartan de la senda de la verdadera cultura, crecen también, en las proporciones que aquellos deslices, las fuerzas de opresión que les oprimen. Porque un pueblo religioso — y ésta es la mejor meditación que estos días pudiera hacerse — es un pueblo libre.
La Cruz : diario católico Año XXXV Número 11372 - 1936 julio 19
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