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lunes, 2 de enero de 2023

Juan Negrín y su desesperado intento por pactar con Franco

El presidente del Gobierno y ministro de Defensa clamó por la firmeza de la República y por alcanzar un acuerdo con los sublevados en la sesión de las Cortes que se celebró en el monasterio de Sant Cugat del Vallès en septiembre de 1938


El 30 de septiembre de 1938, mientras la República se hundía, ante el avance de las tropas franquistas que ya habían lanzado su contraofensiva en el frente del Ebro, Juan Negrín, presidente del Gobierno y ministro de Defensa de la España republicana, comparecía ante las Cortes en una sesión celebrada en el monasterio de Sant Cugat del Vallès, entonces Pins del Vallès. 

La apuesta de la República por retirar las Brigadas Internacionales para mostrar al mundo que las injerencias internacionales estaban exclusivamente del lado franquista resultaba también en vano después de que Inglaterra y Francia cediesen en su política de apaciguamiento ante la Alemania nazi.

Aun así, a Negrín no le quedaba más remedio que defender lo poco que le quedaba por defender a su Gobierno pidiendo la confianza de las Cortes. La estrategia por tanto, no era otra que volver a ofrecer a los sublevados la oferta de los Trece Puntos que el propio Negrín había presentado en abril de ese mismo año, en una situación mucho más ventajosa, para acabar con la guerra a través de un armisticio y de asegurar que su Gobierno no se rendiría en ningún caso ni capitularía ante el enemigo.

Los Trece Puntos no eran sino unas condiciones de mínimos que apelaban a la independencia del país frente a las potencias extranjeras que colaboraban con los sublevados, exigían un plebiscito para determinar la estructuración jurídica y social del Estado, siendo la República el único modelo de gobierno contemplado y trataban de blindar de alguna manera la reforma agraria, el autogobierno de Catalunya y Euskadi y los avances sociales de los bienios progresistas, además de una amplia e indefinida amnistía. Unas condiciones que Franco no podía aceptar, y mucho menos en una clara situación de superioridad militar, pese al elevado coste que todavía suponía tomar Madrid, Barcelona y Valencia. 

Nadie podía creer que las palabras de Juan Negrín asegurando que la guerra se podía y se debía ganar pese a la derrota militar,  era una absoluta contradicción. Y menos cuando iniciada ya la sesión en una nave central de la iglesia del monasterio transformada para la ocasión, el motor de un avión acalló las primeras intervenciones. El desenlace de la guerra estaba marcado y las palabras de Negrín no sirvieron más que para que el Ejecutivo obtuviese la confianza por aclamación de unas Cortes que se reunieron por penúltima vez. La última sería ya en Figueres para ratificar la derrota.

El discurso:

“Señores diputados, la única ocasión en mi vida en que he demandado, en que con mi autoridad de jefe de Gobierno he exigido asumir la responsabilidad de la dirección de la guerra desde el Ministerio de Defensa fue la noche del 29 al 30 de marzo en que en mí se produjo una crisis íntima. ¿Para qué evocar el recuerdo de aquellos lúgubres instantes?

”Deshecho el frente, sin frente, en desbandada y presa de pánico gran parte de nuestro ejército, desmoronada la moral de nuestra retaguardia, creí yo entonces, señores diputados, que a quien incumbió la responsabilidad de la política del país no podía rehuir en esos instantes de asumir la máxima responsabilidad, cual era la dirección de la guerra; no se podría gritar y exigir una política de resistencia si al mismo tiempo en el terreno de las realidades, en el terreno de las luchas no se asumía también la responsabilidad de la dirección.

Por eso, señores diputados, se produjo el cambio con las modificaciones de Gobierno que entonces introduje. He tenido yo siempre la convicción, la sigo teniendo, de que el factor dominante en la lucha es la fe y que sin fe en la victoria no puede haber triunfo, no puede haber decisión.

Simplemente, en estas palabras: en fe, en seguridad, en convicción, que había de llevarse al ánimo de todo el mundo, quería yo cifrar y basar en aquellos instantes una política de resistencia que había de ser una política de resistencia constructiva. Y ahora, señores diputados, vamos a llegar al fin de la guerra.

¿Puede ganarse la guerra? ¿Ha de ganarse la guerra? Claro que puede y ha de ganarse la guerra. Lo podemos decir nosotros que hemos sobrevivido los tristes meses que hay de mayo a octubre. ¡Qué duda cabe! ¿Se ganará militarmente la guerra, que es la pregunta que hacen muchos? Ante la superioridad en material del enemigo, ante la superioridad en medios y recursos del enemigo, ¿podremos nosotros triunfar militarmente?

Señores diputados, ¿quieren ustedes decirme qué guerra se ha ganado militarmente? Yo quiero recordar con otras palabras lo que ya dije en Madrid. La guerra se pierde cuando da uno la guerra por perdida. El vencedor lo proclama el vencido; no es él quien se erige en vencedor. Y mientras haya espíritu de resistencia, hay posibilidad de triunfo. Y no es el triunfo exclusivamente militar: muchas veces se ha producido el fracaso militar por un desmoronamiento en el espíritu de resistencia y en la moral del enemigo.

¿Dónde está hoy la moral, señores diputados? ¿De parte de nuestros enemigos o de parte nuestra? ¿Por qué está de nuestra parte? Porque sabemos que no tenemos más remedio; defendemos nuestra vida, defendemos nuestros intereses y defendemos algo que yo quiero creer que para nosotros está por encima de todo eso: defendemos a nuestra España.

Por eso triunfaremos, y podremos triunfar; con los éxitos militares y sin ellos, pero con un aumento de nuestro espíritu de resistencia y de nuestra moral y con un decaimiento, que ya se ha iniciado hace mucho tiempo que cada vez se acentúa más por parte de nuestros enemigos y que, a medida que su ficción y su cegamiento se borren y se den cuenta de que luchan en contra de los intereses permanentes de España, será mayor y les llevará al hundimiento pleno y total.

La guerra se puede ganar y se ha de ganar. Y, ¿cómo vamos a ganar la guerra? ¿Pactos, componendas, arreglos? Sí; podría terminarse con pactos, arreglos o componendas. Pero con este Gobierno, no. Este Gobierno no va a pactos, ni componendas, ni arreglos, porque los enormes sacrificios que ha hecho nuestro país serían estériles si nosotros fuéramos a algo que nos habría de llevar irremediablemente al nuevo sistema de dirección del país, al mismo sistema de dirección que se instauró en España después de la Restauración. Para eso no valía la pena ninguna de las vidas que se han sacrificado ni ninguna de las gotas de sangre que se han derramado en nuestro suelo.

¿Mediación? La hemos pedido siempre. La única mediación que cabe: la mediación con esos países que han invadido a España; mediación que hemos reclamado porque tenemos derecho a que medien, a que intervengan, a que les obliguen a que salgan, o si no que se pongan de nuestro lado los países que están ligados a este compromiso en virtud de un pacto. Pero, ¿mediación con los españoles? ¡Ah! Pero, ¿es que vamos a convertirnos nosotros en un país de capitulaciones? Eso es completamente inaceptable. Liquídese el problema de los extranjeros en España, y entonces nuestro problema se resolverá como tiene que resolverse, como debe resolverse.

Yo, midiendo perfectamente el alcance de mis palabras y la responsabilidad de lo que digo, me dirijo desde aquí a los españoles del otro lado e invoco su patriotismo; no a nuestros amigos perseguidos, ocultos o enmascarados, que hay muchos amigos nuestros, ni a los indiferentes, materia deleznable e inerte que a nosotros políticamente y desde el punto de vista de Gobierno, ni aquí allí nos interesan; yo me dirijo a nuestros enemigos y les digo: ‘¿Hasta cuándo y hasta dónde tiene que durar esto? ¿No os dais cuenta de que estáis sacrificando y estáis destrozando completamente a España? Pactos, arreglos, componendas, no. Pero os ofrecemos una legalidad que está definida en los trece puntos de fines de guerra del Gobierno’.

¿Es que hay aquí algún punto que no puedan suscribir los españoles que se sientan españoles por encima de todo y que quieran convivir con los demás aunque piensen de distinta manera y discrepen de ellos? ¿Es que no estamos todos conformes en que hay que asegurar la independencia de España, librarla de la invasión extranjera?

¿Es que, señores diputados, somos opuestos a una España vigorosa, con la forma republicana, que es la legal y que nosotros pedimos, pues la monarquía fracasó en España? No voy a discutir el principio monárquico; admito que teóricamente se pueda sostener el principio monárquico como conveniente, pero la monarquía fracasó y no hay sentimiento monárquico en España como en otros países.

Nosotros hemos aprendido mucho de la guerra y hemos querido corregir y corregimos nuestros errores, y yo les digo a esos españoles de enfrente si es que ellos no han aprendido nada y su obcecación, su vanidad, su soberbia puede consentir que llegue al exterminio de nuestra patria y a la división de zonas de influencia.

Porque eso sí quiero advertirlo. El Gobierno, la España leal no consentirá eso nunca y bajo ningún pretexto; antes lo que sea, antes lo que sea que España pueda dividirse en zonas o repartirse entre tendencias políticas diferentes; antes lo que sea, con todas sus consecuencias. Creo en el porvenir de España. Lo he dicho siempre. Quizá si no creyera en el porvenir de España no tendría fuerzas para representar la República y ocupar el cargo que ocupo.

Estoy plenamente convencido de ello. España es rica, España tiene la labor de sus hijos, tiene para sostener a todos sus hijos, cosa que ya es bastante riqueza; militarmente, geográficamente, una posición sin par en Europa. En cuanto a riqueza natural, no es comparable con ningún país. Dentro de un régimen de autarquía, quizá sea España el único país de Europa que pueda llevarlo sin quebranto de sus economía y bienestar.

España tiene y puede tener un gran porvenir. Tengo fe absoluta en la reparación económica de España. Es precisamente para eso que los gobiernos a quienes esto incumba puedan gobernar y se les deje gobernar, y se sientan apoyados y sostenidos en su función de gobierno; pero sólo así, en estas condiciones, se podrá hacer una España a base de una reconciliación que es necesaria; una España; la de los españoles, después de este bautismo de sangre que nos ha depurado y redimido de todas las faltas y errores que podamos haber cometido; una España a la que tenemos derecho.

Yo aseguro, señores diputados, que las perspectivas son halagüeñas aun después de tantas tristezas. Es más; que si se llega a que los españoles se den cuenta de cuáles son sus obligaciones como tales españoles, prescindiendo de discrepancias y de posiciones políticas, y cumplen con su deber como tales españoles, todos los sacrificios que se han hecho, todas las pérdidas en vidas y las pérdidas materiales no habrán sido inútiles ni estériles, y España resurgirá y estará como no ha estado nunca; eso es lo que yo anhelo, y con nuestros esfuerzos hemos de lograrlo todos.”


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