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sábado, 27 de abril de 2019

Desertores de la Guerra Civil


La mayoría de los protagonistas de estos cambios fueron prisioneros de guerra, pero también se podían encontrar desertores que abandonaban las líneas para pasarse al bando contrario. Algunos desertaban con el propósito de luchar por su causa, pero un número importante lo hicieron para que no se les devolviera al frente por no estar su quinta movilizada en su nuevo bando.

A los prisioneros de guerra no se les reconoció tal condición, salvo a los combatientes extranjeros. Los cautivos eran enemigos políticos y como tales se les consideraba, si bien la República ordenó el 8 de abril de 1937 que, en principio, no serían considerados “insurrectos” los prisioneros cogidos en el campo de batalla, lo que implicaba que se debía proceder judicialmente contra ellos sin el visto bueno del Gobierno.

Los dos bandos, que no tuvieron escrúpulos para integrar sus filas a los desafectos movilizados en las retaguardias, tampoco dieron muestras de ello a la hora de incorporar a los adversarios apresados en la batalla.

Desde el comienzo de la guerra, ambos ejércitos no dudaron en enviar prisioneros a las unidades de primera línea, pero sin apenas control sobre el grado de lealtad que estos profesaban a su nuevo bando. La consecuencia de esta falta de vigilancia era la inmediata deserción de los ex prisioneros y las lógicas protestas de los mandos ante el hecho de tener que aceptar en sus unidades a soldados poco fiables.

Prisioneros en el frente

En el bando republicano, un comisario de batallón advertía ya en marzo de 1937 del riesgo de emplear cautivos en primera línea. Su denuncia respondía a la deserción de un franquista prisionero, incorporado a su unidad en el frente de Madrid. El desertor había sido capturado en el ataque del 19 de enero de 1937 en el cerro de los Ángeles, rebautizado por los republicanos como “Cerro Rojo”. “Se entiende que el individuo evadido sintiera grandes deseos de escapar, ya que las circunstancias lo trajeron a nuestras filas no fueron buscadas por su voluntad, sino impuestas por azares de la guerra. Mi opinión en este asunto y para casos sucesivos es que siempre que se hagan prisioneros se los destine a trabajos de retaguardia, lo más alejados del frente; pues es indudable que un prisionero de guerra es un combatiente forzoso en nuestras filas, y lo que es más peligroso, un espía que a la primera ocasión producirá el máximo daño”.

Bando nacional

Al igual que los republicanos, los franquistas establecieron medidas para garantizar la selección de los prisioneros de guerra y desertores del enemigo que podría combatir en sus filas. El 11 de marzo de 1937 se estableció la clasificación de prisioneros y presentados, con el fin de distinguir a los que eran afectos al Movimiento Nacional, o al menos no hostiles a él, y en caso de haber formado parte en las filas enemigas, lo hicieron forzados u obligados a ello. A los que pertenecieran a esta tipología, según el juicio de la correspondiente comisión de clasificación, se les enviaba a las cajas de recluta en caso de que sus quintas ya estuvieran movilizadas.

En el transcurso del conflicto, y sin control para los apresados al final del él, los nacionales hicieron 300.000 prisioneros entre las filas republicanas. De esta cifra, 40.000 serían enviados de nuevo a combatir al frente en las unidades franquistas: 20.000 después de las caída del norte, en octubre de 1937, y otros tantos a mediados de 1938, seleccionados entre los batallones de trabajadores a que eran destinados los prisioneros.

Una buena parte de los prisioneros del norte reincorporados a las filas nacionales fueron soldados vascos, hasta el punto que en el bando nacional el término “gudari” se hizo sinónimo de prisionero. En general, sus mandos no tuvieron que del comportamiento de los antiguos prisioneros vascos, aunque muchos de ellos volvieron a pasarse a las filas republicanas. En estos casos, los partes sobre su deserción no dudaban en mencionarlos como “gudaris”.

La historia de uno de ellos poner manifiesto que no todos los prisioneros hechos al Ejército Popular, enviados al frente por los franquistas, pasaron por el filtro de las comisiones de clasificación. A pesar de las instrucciones de Franco, algunos mandos llegaban a presentarse en persona en los batallones de trabajadores cercanos a sus posiciones para solicitar voluntarios entre los prisioneros.

A la hora de cumplir el cometido que se les había asignado, el acierto de las comisiones franquistas de clasificación de prisioneros y evadidos estuvo lejos de ser pleno. Por un lado, muchos de los considerados afectos continuaban en prisión, sin que su condición les valiera para obtener la libertad; hasta el punto que en septiembre de 1937, cinco meses después de las creación de las comisiones clasificadoras, se urgía desde el cuartel del general Franco a que aceleraran sus procedimientos en lo que atañía a los posibles partidarios del nuevo régimen.

No cabe duda de que para tal preocupación había tanto razones humanitarias para los afectos como argumentos de interés militar, puesto que si se aceleraban los procedimientos de clasificación, antes se podía contar con ellos en las filas del ejército.

Por otra parte, y a medida que avanzaba la guerra, el trabajo de clasificación empezó a mostrar deficiencias, seguramente debidas a la pretensión de contar con el mayor número de prisioneros posible de supuesta fiabilidad en las unidades de primera línea, incluidas las que considerabn de choque, como la Legión.

Bando republicano

En la zona republicana, la utilización de prisioneros de guerra para engrosar los efectivos de las unidades tuvo su máxima expresión a consecuencia de la repatriación de los voluntarios de las Brigadas Internacionales, anunciada por el presidente del gobierno republicano, Juan Negrín, el 21 de septiembre de 1938 en la reunión de la Sociedad de Naciones en Ginebra.

A consecuencia de tal anuncio, la 35ª División Internacional, que incluía las Brigadas Internacionales XI, XIII y XV, fue retirada del frente del Ebro, entre el 2 ; y el 24 de septiembre de 1938. Estas brigadas, que ya estaban nutridas mayoritariamente por reclutas españoles antes de la repatriación de los voluntarios extranjeros, volverían a primera línea el 5 de octubre, como nuevas unidades españolas: l1ª, 13ª y 15ª Brigadas Mixtas. Desplegadas en el sector Fayón-La Pobla de Massaluca, entre sus filas había miles de desertores y prófugos acogidos a la amnistía decretada por Negrín el 16 de agosto, a quienes se denominó la “quinta del monte”.

A estos ex fugitivos se sumarian días después, por vez primera de forma masiva en el bando republicano, 1.500 prisioneros de guerra convenientemente depurados para su servicio en las filas frente-populistas.

El empleo de prisioneros de guerra en unidades de primera línea por parte republicana fue mucho menor que en el bando franquista, sobre todo porque las fuerzas del Ejército Popular los capturaron en inferior número: apenas unos 10.000 soldados franquistas fueron apresados por el Ejército Popular, en su mayoría en las batallas de Bunete, Belchite, Teruel, el Segre y el Ebro.

Al igual que en la zona contraria, una parte de los prisioneros optó por luchar voluntariamente en las filas de sus captores por afinidad ideológica, pero la mayoría de los cautivos fueron utilizados en batallones de trabajadores.

En la zona republicana nunca existió un plan determinado para aprovechar los campos de prisioneros como centros de reclutamiento, salvo en la batalla del Ebro, cuando la escasez de efectivos obligó a emplear todos los recursos. El mayor Julián Henríquez Caubín, jefe de Estado Mayor de la 35ª División Internacional, recuerda en sus memorias que el Estado Mayor Central gestó, a principios de septiembre de 1938, la idea de emplear prisioneros de guerra en las Brigadas Internacionales.

El caso de Esteban Garaitonandía 

En el capítulo de la reutilizaciónn en filas de prisioneros de guerra existen casos que pueden desmoronar por sí solos todos los tópicos sobre la Guerra Civil. Uno de ellos es la historia de Estebam Garaitonandía Arrotonandía, un guipuzcoano de Eibar, de profesión armero, que en enero de 1939 contaba con 24 años.

Afiliado a la UGT en septiembre de 1936, fue movilizado por el ejército franquista tras la caída del País Vasco, en junio de 1937, aunque no sabemos si antes luchó en las filas republicanas y fue hecho prisionero. Lo que sí sabemos es que su historial como soldado franquista duró pocos meses: Garaitonandía fue capturado por el Ejército Popular, posiblemente en Teruel.

Después de un tiempo de cautiverio fue incorporado como ametrallador, el 30 de octubre de 1938, junto con otros ex prisioneros de guerra y "emboscados" a la 178ª Brigada Mixta, destacada en el sector de la localidad leridana de Sort, en el Pirineo.

El mando de la brigada distribuyó a los antiguos cautivos y a los desertores amnistiados a razón de veinticinco hombres por compañía, con el fin de vigilarlos. A pesar de ello, las evasiones de estos individuos eran constantes. En la noche del 15 de diciembre cuatro soldados del 709° Batallón se dieron a la fuga. Dos lograron su propósito, pero los otros dos fueron abatidos por los centinelas.

Desde su llegada a la unidad, el comportamiento de Esteban Garaitonandía no fue del agrado mando, por su continua indisciplina, que le valió algunos arrestos. El soldado guipuzcoano parecía estar ya de vuelta de todo. El 13 de enero de 1939, a las seis de la madrugada, desertó hacia el enemigo. Los centinelas se lanzaron en su persecución y dispararon contra él cuando le vieron alcanzar un barranco que señalaba la divisoria con las líneas franquistas. El joven armero de la UGT, ex combatiente franquista, prisionero de los republicanos, ametrallador del Ejército Popular, se desplomó en la nieve, sin tiempo de ver el amanecer, que ya despuntaba entre las escarpaduras.

Bajo la sombra incierta de las cumbres que despertaban, acabó la vida de aquel español que había combatido en los dos bandos de nuestra guerra, y de cuya suerte apenas queda el reflejo en una ficha de desertor, perdida hoy entre los anaqueles de un archivo militar.

Como Esteban Garaitonandía, muchos miles de españoles vieron su destino zarandeado caprichosamente por la Guerra Civil, hasta el punto de empuñar las armas primeros con los "hunos" y luego con los "hotros", dicho al unamuniano modo.

De ellos nadie se acuerda hoy en estos tiempos de "memoria histórica", como tampoco se acordaron nunca de ellos los cronistas de la victoria franquista. La razón de este olvido es muy sencilla: estos soldados de "segunda mano" nunca cuadraron en la versión épica de la propaganda de las dos Espadas, ni jamás lo harán.

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