La mayoría de los protagonistas de estos cambios fueron prisioneros
de guerra, pero también se podían encontrar desertores que abandonaban las
líneas para pasarse al bando contrario. Algunos desertaban con el propósito de
luchar por su causa, pero un número importante lo hicieron para que no se les
devolviera al frente por no estar su quinta movilizada en su nuevo bando.
A los prisioneros de guerra no se les reconoció tal condición, salvo
a los combatientes extranjeros. Los cautivos eran enemigos políticos y como
tales se les consideraba, si bien la República ordenó el 8 de abril de 1937
que, en principio, no serían considerados “insurrectos” los prisioneros cogidos
en el campo de batalla, lo que implicaba que se debía proceder judicialmente
contra ellos sin el visto bueno del Gobierno.
Los dos bandos, que no tuvieron escrúpulos para integrar sus filas a
los desafectos movilizados en las retaguardias, tampoco dieron muestras de ello
a la hora de incorporar a los adversarios apresados en la batalla.
Desde el comienzo de la guerra, ambos ejércitos no dudaron en enviar
prisioneros a las unidades de primera línea, pero sin apenas control sobre el
grado de lealtad que estos profesaban a su nuevo bando. La consecuencia de esta
falta de vigilancia era la inmediata deserción de los ex prisioneros y las
lógicas protestas de los mandos ante el hecho de tener que aceptar en sus
unidades a soldados poco fiables.
Prisioneros en el frente
En el bando republicano, un comisario de batallón advertía ya en
marzo de 1937 del riesgo de emplear cautivos en primera línea. Su denuncia
respondía a la deserción de un franquista prisionero, incorporado a su unidad
en el frente de Madrid. El desertor había sido capturado en el ataque del 19 de
enero de 1937 en el cerro de los Ángeles, rebautizado por los republicanos como
“Cerro Rojo”. “Se entiende que el individuo evadido sintiera grandes deseos
de escapar, ya que las circunstancias lo trajeron a nuestras filas no fueron
buscadas por su voluntad, sino impuestas por azares de la guerra. Mi opinión en
este asunto y para casos sucesivos es que siempre que se hagan prisioneros se
los destine a trabajos de retaguardia, lo más alejados del frente; pues es
indudable que un prisionero de guerra es un combatiente forzoso en nuestras
filas, y lo que es más peligroso, un espía que a la primera ocasión producirá
el máximo daño”.
BANDO NACIONAL
Al igual que los republicanos, los franquistas establecieron medidas
para garantizar la selección de los prisioneros de guerra y desertores del
enemigo que podría combatir en sus filas. El 11 de marzo de 1937 se estableció
la clasificación de prisioneros y presentados, con el fin de distinguir a los
que eran afectos al Movimiento Nacional, o al menos no hostiles a él, y en caso
de haber formado parte en las filas enemigas, lo hicieron forzados u obligados
a ello. A los que pertenecieran a esta
tipología, según el juicio de la correspondiente comisión de clasificación, se
les enviaba a las cajas de recluta en caso de que sus quintas ya estuvieran
movilizadas.
En el transcurso del conflicto, y sin control para los apresados al
final del él, los nacionales hicieron 300.000 prisioneros entre las filas
republicanas. De esta cifra, 40.000 serían enviados de nuevo a combatir al
frente en las unidades franquistas: 20.000 después de las caída del norte, en
octubre de 1937, y otros tantos a mediados de 1938, seleccionados entre los
batallones de trabajadores a que eran destinados los prisioneros.
Una buena parte de los prisioneros del norte reincorporados a las
filas nacionales fueron soldados vascos, hasta el punto que en el bando
nacional el término “gudari” se hizo sinónimo de prisionero. En general, sus
mandos no tuvieron que del comportamiento de los antiguos prisioneros vascos,
aunque muchos de ellos volvieron a pasarse a las filas republicanas. En estos
casos, los partes sobre su deserción no dudaban en mencionarlos como “gudaris”.
La historia de uno de ellos poner manifiesto que no todos los
prisioneros hechos al Ejército Popular, enviados al frente por los franquistas,
pasaron por el filtro de las comisiones de clasificación. A pesar de las
instrucciones de Franco, algunos mandos llegaban a presentarse en persona en
los batallones de trabajadores cercanos a sus posiciones para solicitar
voluntarios entre los prisioneros.
A la hora de cumplir el cometido que se les había asignado, el
acierto de las comisiones franquistas de clasificación de prisioneros y
evadidos estuvo lejos de ser pleno. Por un lado, muchos de los considerados
afectos continuaban en prisión, sin que su condición les valiera para obtener
la libertad; hasta el punto que en septiembre de 1937, cinco meses después de
las creación de las comisiones clasificadoras, se urgía desde el cuartel del
general Franco a que aceleraran sus procedimientos en lo que atañía a los
posibles partidarios del nuevo régimen.
No cabe duda de que para tal preocupación había tanto razones
humanitarias para los afectos como argumentos de interés militar, puesto que si
se aceleraban los procedimientos de clasificación, antes se podía contar con
ellos en las filas del ejército.
Por otra parte, y a medida que avanzaba la guerra, el trabajo de
clasificación empezó a mostrar deficiencias, seguramente debidas a la
pretensión de contar con el mayor número de prisioneros posible de supuesta
fiabilidad en las unidades de primera línea, incluidas las que considerabn de
choque, como la Legión.
BANDO REPUBLICANO
En la zona republicana, la utilización de prisioneros de guerra para
engrosar los efectivos de las unidades tuvo su máxima expresión a consecuencia
de la repatriación de los voluntarios de las Brigadas Internacionales,
anunciada por el presidente del gobierno republicano, Juan Negrín, el 21 de septiembre
de 1938 en la reunión de la Sociedad de Naciones en Ginebra.
A consecuencia de tal anuncio, la 35ª División Internacional, que
incluía las Brigadas Internacionales XI, XIII y XV, fue retirada del frente del
Ebro, entre el 2 ; y el 24 de septiembre de 1938. Estas brigadas, que ya
estaban nutridas mayoritariamente por reclutas españoles antes de la
repatriación de los voluntarios extranjeros, volverían a primera línea el 5 de
octubre, como nuevas unidades españolas: l1ª, 13ª y 15ª Brigadas Mixtas. Desplegadas en el sector
Fayón-La Pobla de Massaluca, entre sus filas había miles de desertores y
prófugos acogidos a la amnistía decretada por Negrín el 16 de agosto, a quienes
se denominó la “quinta del monte”.
A estos ex fugitivos se sumarian días después, por vez primera de
forma masiva en el bando republicano, 1.500 prisioneros de guerra
convenientemente depurados para su servicio en las filas frente-populistas.
El empleo de prisioneros de guerra en unidades de primera línea por
parte republicana fue mucho menor que en el bando franquista, sobre todo porque
las fuerzas del Ejército Popular los capturaron en inferior número: apenas unos
10.000 soldados franquistas fueron apresados por el Ejército Popular, en su
mayoría en las batallas de Bunete, Belchite, Teruel, el Segre y el Ebro.
Al igual que en la zona contraria, una parte de los prisioneros optó
por luchar voluntariamente en las filas de sus captores por afinidad
ideológica, pero la mayoría de los cautivos fueron utilizados en batallones de
trabajadores.
En la zona republicana nunca existió un plan determinado para
aprovechar los campos de prisioneros como centros de reclutamiento, salvo en la
batalla del Ebro, cuando la escasez de efectivos obligó a emplear todos los
recursos. El mayor Julián Henríquez Caubín, jefe de Estado Mayor de la 35ª
División Internacional, recuerda en sus memorias que el Estado Mayor Central
gestó, a principios de septiembre de 1938, la idea de emplear prisioneros de
guerra en las Brigadas Internacionales.
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