En la epopeya vivida ayer por los madrileños- ¡el pueblo del Dos de Mayo el de las esforzadas conquistas liberales, el de las viriles afirmaciones republicanas!- hubo un aspecto de intenso patetismo, de gran fuerza conmovedora, que puso lágrimas de ternura en aquellos ojos que momentos antes centelleaban de rabia frente a la ofensa que se infería a la República, tan amada por las masas populares, prontas a defenderla y vengarla con las armas en la mano y el fuego del patriotismo en el corazón. Nos referimos al triste caso de esos pobres soldaditos que las madres entregaron sin recelo a unos jefes militares que no han sabido ser fieles depositarios del tesoro que se les confiaba.
¡Pobres soldados! Hijos del pueblo, a quienes obliga a pelear con sus hermanos, a matar a sus hermanos, a ser muertos por sus hermanos ... ¡Terrible drama, que fue, en la alegría del triunfo, una punzada en el corazón de temple de los madrileños, una congoja en el que palpita, rebosante de ternuras maternales, en el pecho de los madrileños!
Hay en estas aventuras militares en los inacabables -y por fin acabados- pronunciamientos; en las cuarteladas que han hecho de la historia política de España una serie de episodios que el pueblo español quiere borrar para siempre con su magníficos ejemplos de civismo, una víctima: el soldado.
En él se vincula el espíritu popular, y en él deberían reconocerse, para enaltecerlas, las virtudes de la raza. Pero no se hace así. El soldado ese juguete de las pasiones de quienes esclavizan su voluntad, instrumento de la ambición de sus jefes. Se dispone de su fuerza para emplearla contra sus propios sentimientos; se le obliga a dar la vida para satisfacer apetencias que le repugnan.
La gloriosa jornada de ayer en Madrid tuvo la nota triste del sacrificio del soldado, del soldado raso, sometido a la obediencia de quienes, en mezquinas maniobras de tipo político, lo utilizaban para fines indignos de alto valor espiritual de esa juventud lanzada a la muerte.
¡Soldados españoles! Para los que habéis caído en la lucha que no buscasteis, que no queríais, y a la que nunca hubierais ido por vuestra voluntad, el pueblo de Madrid tiene lágrimas de un sincero dolor; para los que habéis sido restituidos a los brazos de vuestra madre, palabras de simpatía y de ternura.
Hijos del Pueblo, al Pueblo habéis vuelto. Vivir en él en paz, y que el olvido de esta angustiosa pesadilla os permita consagrados sin preocupaciones ni remordimientos a un trabajo fecundo para la República.
La Libertad Año XVIII Número 5087 - 21 Julio 1936
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