Soplaron vientos de indisciplina social. A su ciego impulso, el mar de fondo de todas las apetencias removió ese sedimento de bajas-pasiones enquistado en la conciencia pervertida de las masas incultas y en esos corazones abiertos siempre al regalo de la ambición sin medida. Y encrespada la codicia, desencadenada la galerna de todos los egoísmos, de todas las concupiscencias ocurrió lo que fatalmente, inexorablemente tenía que ocurrir: España, la España guardadora del tesoro espiritual de una raza, quedó convertida en informe montón de ruinas morales
La ola del desenfreno y del libertinaje tolerados, cuando no reglamentados, llegó a todas partes, envolviendo en su turbios espumarajos lo más rico de nuestras costumbres. Y la inmoralidad prendió en todos los aspectos, en todas las manifestaciones de la vida española: inmoralidad en muchos de los nervios vitales del Estado: inmoralidad en ciertos conglomerados políticos: brotes de inmoralidad en la Justicia, en la calle, en el hogar: en todas partes. El cuerpo social, roído por la lepra de tantas y tantas inmoralidades, ofrecía el aspecto de un organismo en plena descomposición.
Una de las manifestaciones externas más acusadas de esa prostitución de nuestras costumbres. sanas era -y continúa siéndolo- la existencia de esas vastas legiones de «blasfemos» que, en gesto jaque
y ademán de provocativa insolencia, campean por todos los lugares de España. Tan crecido es su número, tan extenso el campo de cultivo que ha ganado ese repugnante vicio, que hasta la pureza
de muchos labios infantiles se ve manchada por la frase soez y escarnecedora de las cosas más sagradas para el hombre.
Y esta faceta del relajamiento moral a que hemos llegado, y este matiz de incultura, en pugna hasta con la elegancia espiritual de un pueblo, digno de serlo, tiene que terminar, como sea; pero tiene que terminar. Es demasiado bochornoso y deprimente ese espectáculo, muy del agrado de los que fueron, pero incompatible con la decencia moral de los que aspiramos a ser.
La Falange, que viene a cerrar contra todas las inmoralidades, punto inicial de los males todos que pusieron a España en trance de muerte, va a emprender una intensa y ruda campaña contra la palabra «inculta». Y, claro está, que ha de emprenderla y seguirla reciamente, violentamente, si preciso fuera, en primer término, contra la blasfemia.
Ya sabemos nosotros que esas expresiones «cerriles» no pasan de ser un síntoma, que el daño es demasiado profundo para atacarlo en esas manifestaciones externas que, al fin, no son otra cosa que rizo de aguas en la superficie de un mar agitado en sus profundidades.
El mal es de incultura, de atroficia de la sensibilidad sentimental de ciertos espíritus, embotados, hasta el envilecimiento, por la labor sinuosa de los unos y el cobarde e interesado abandono de los
otros.
Y, en la infancia, sabemos, también, que esos retoños de materialismo y esas palabras, negación de la propia espiritualidad, no son otra cosas que el fruto, bien triste y bien amargo, por cierto, que maduraron aquellos maestros que, con alevosía y premeditación -gravantes de su delito de lesa Patria- convirtieron el sagrado de la Escuela en laboratorio forjador de hombres sin Dios y sin Patria.
Y era la blasfema manifestación de inmoralidad en la calle por incomprensible inhibición de la autoridad. Y lo es en muchos hogares porque, el contacto con una vida maculada por todos los vicios, degenera en esos excesos de lenguaje...
Todo eso lo sabemos; pero mientras es llegada la hora de la reconstruccióa moral y material de España, hay que llevar a cabo, como labor preparatoria de aquella, la poda implacable de esas ramas,
que en el tronco fecundo no desempeñan otra misión que la de elementos absorventes de su savia moral, sustento de aquél. Y una de las primeras ramas, entre las tantas que han de caer al golpe tajante e incontenible de la Falange, será de la blasfemia soez y canalla.
Por decoro, por dignidad, por decencia pública, no puede tolerarse ni un día más esa constante ofensa a los sentimientos de la mayoría del pueblo español. No puede tolerarse. Y no se tolerará.
Imperio : Diario de Zamora de Falange Española de las J.O.N.S. Año I Número 9 - 1936 Noviembre 07
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