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jueves, 16 de octubre de 2025

Aznar Embid, Severino (1870–1959)

En una época marcada por profundas transformaciones sociales, políticas y económicas, Severino Aznar Embid (1870–1959) emergió como una de las voces más lúcidas y comprometidas del catolicismo social español. Nacido en Tierga, un pequeño pueblo agrícola de Zaragoza, su infancia modesta y su entorno familiar carlista marcaron los cimientos de una vida dedicada a la justicia, la dignidad humana y la aplicación de los principios cristianos a la realidad social.

 Formación intelectual: Del seminario a la cátedra universitaria

Aznar inició su instrucción primaria en Calcena y Trasobares, localidades cercanas a su pueblo natal. Entre 1883 y 1893, cursó Humanidades, Filosofía y Teología en el Seminario de Zaragoza, con la intención de convertirse en sacerdote. Aunque finalmente no lo fue, siempre consideró que su formación en el seminario fue la raíz de su desarrollo humano y ético.

Más tarde, en 1894, comenzó la carrera de Filosofía y Letras en Zaragoza, culminando sus estudios en 1911 en la Universidad Central de Madrid con una tesis doctoral titulada La Conciliación y el arbitraje, donde analizaba la relación entre capital y trabajo. Su trayectoria académica se consolidó en 1916, al obtener por oposición la cátedra de Sociología en la misma universidad.
 

Periodismo comprometido y el nacimiento de "La Paz Social"

Aznar no fue solo un académico: fue un periodista combativo y fundador de medios de comunicación con vocación social. En 1907, creó en Zaragoza la revista La Paz Social, junto a figuras como Salvador Minguijón e Inocencio Jiménez, con el objetivo de promover el sindicalismo católico. Junto a la revista, lanzó la colección editorial Biblioteca Ciencia y Acción, que difundió ideas sociales desde una perspectiva cristiana.

Esta publicación se convirtió en la caja de resonancia de las Semanas Sociales (1906–1912), foros pioneros en el debate sobre justicia social en España. Aznar defendió con firmeza la Ley de Sindicatos Agrícolas de 1906 y se opuso a su derogación, demostrando una postura progresista incluso frente a gobiernos conservadores.

 
El Grupo de la Democracia Cristiana y su influencia europea

Inspirado por la encíclica Rerum Novarum del papa León XIII y por el pensamiento del sociólogo italiano Giuseppe Toniolo, Aznar fundó en 1919 el Grupo de la Democracia Cristiana, un movimiento intelectual que buscaba cristianizar no solo la sociedad, sino también el Estado. Aunque nunca se convirtió en partido político, su influencia fue decisiva en la formación del Partido Social Popular en 1922.

Su proyección internacional fue notable: participó en conferencias en Ginebra, fue vicepresidente de la Unión de Malinas, y Pío XI lo eligió para representar a España en la conmemoración de los 40 años de Rerum Novarum con el ensayo Del salario familiar al seguro familiar.

 
Legado social: Del seguro obrero a la legislación franquista

Durante la Segunda República y la Guerra Civil, Aznar sufrió en carne propia el conflicto: tres de sus hijos murieron en la contienda. Tras el estallido de la guerra, se alineó con el bando nacional y fue nombrado presidente de la Junta para la Organización Sindical en 1937. Posteriormente, como consejero de Trabajo en el gobierno de Burgos, diseñó las bases de la legislación social del franquismo, siempre inspirada en la doctrina social de la Iglesia. Fue pieza fundamental en la inspiración social del régimen y su adhesión al mismo; pese a su remoto carlismo familiar, entroncaba más bien con la “revolución pendiente” del falangismo, tan acorde con sus radicales ideales de justicia social.


En 1942, fundó la Revista Internacional de Sociología en el Instituto Jaime Balmes (CSIC), que dirigió hasta su muerte en 1959. Fue un firme defensor del seguro social, promoviendo el Retiro Obrero y más tarde el seguro familiar, alternativas al salario tradicional que buscaban dignificar al trabajador.

 
¿Por qué recordar a Severino Aznar hoy?

En un momento en que se debaten nuevamente los límites entre Estado, mercado y persona, la figura de Aznar cobra una sorprendente actualidad. Su defensa de la centralidad de la persona, la familia como núcleo social, la participación obrera en la empresa y la previsión social anticipó muchos de los debates contemporáneos sobre justicia, libertad y solidaridad.

Aunque ha sido injustamente olvidado, su coherencia vital, su pensamiento social avanzado y su compromiso con los más desfavorecidos lo convierten en una referencia indispensable para entender el desarrollo del pensamiento social católico en España.

 
 

miércoles, 15 de octubre de 2025

Azcárate y Gómez, Gumersindo de (1878-1937)

Gumersindo Azcárate Gómez (Ezcaray, La Rioja, 28 de febrero de 1878 – Derio, Vizcaya, 18 de noviembre de 1937) fue un militar profesional, republicano leal y víctima del franquismo. Coronel del Ejército de la República, fue fusilado tras la caída de Bilbao por mantener su juramento de lealtad al Gobierno legítimo. Su historia, marcada por el valor, la dignidad y la fe en la democracia, lo convierte en un símbolo de la resistencia ética frente a la traición y la represión.

 
Orígenes y familia: Un linaje de liberales

Nacido en Ezcaray (La Rioja), Gumersindo pertenecía a una familia con profunda tradición liberal y republicana. Era pariente cercano del político krausista Gumersindo de Azcárate y Menéndez (1840–1915), uno de los fundadores de la Institución Libre de Enseñanza, y primo de los destacados republicanos Justino y Pablo de Azcárate.

Esta herencia intelectual y ética marcó su formación como militar de principios, comprometido con el Estado de Derecho y la legalidad constitucional.
 

Carrera militar y lealtad a la República

Durante la Segunda República, Gumersindo Azcárate formó parte del gabinete militar de Manuel Azaña cuando este fue Ministro de la Guerra. Al estallar la Guerra Civil en julio de 1936, ostentaba el rango de teniente coronel y estaba al mando del Batallón Ciclista de Alcalá de Henares.

Cuando sus propios oficiales se sublevaron, se negó a unirse al golpe y resultó gravemente herido al intentar contener la rebelión. Tras recuperarse, fue ascendido a coronel y enviado a Bilbao como Inspector de Operaciones del Ejército Vasco, con la misión de organizar e instruir a las milicias vascas.

Curiosamente, conocía personalmente a Francisco Franco, a quien había tenido como alumno en la Academia Militar. Según testimonios, solía decir:   

Conozco a Franco. Fue discípulo mío en la Academia. No me perdonará que le haya traicionado… y me fusilará.”

Una premonición que, trágicamente, se cumpliría.

     
Captura, encarcelamiento y fusilamiento

Tras la caída de Bilbao en junio de 1937, Gumersindo Azcárate fue capturado por las tropas franquistas. Encarcelado en la prisión de Larrinaga, compartió celda con otros leales a la República, el Coronel Irezábal, al Comandante de Estado Mayor Lafuente, al capitán Bolaños, todos ellos militares profesionales, al médico bilbaino José Luis Arenillas, Director General de Sanidad de Euzkadi, y hasta otros 14 más.

El 18 de noviembre de 1937, fue fusilado en Derio (Vizcaya) junto con todo el Estado Mayor del Ejército de Euzkadi. Antes de morir, escribió emotivas cartas a su esposa Presen y a sus hijas.  


   

lunes, 13 de octubre de 2025

Azcárate y Flórez, Pablo de (1890-1971)

Pablo de Azcárate y Flórez (Madrid, 4 de marzo de 1890 – Madrid, 24 de febrero de 1971) fue un destacado diplomático, jurista y político español de ideología liberal y republicana. Figura clave de la Segunda República, es recordado principalmente por ser el último embajador de España en el Reino Unido antes del estallido de la Guerra Civil, y por su incansable labor en defensa de la legalidad democrática y los derechos humanos durante el exilio.
 
Orígenes familiares y formación intelectual

Nacido en Madrid en 1890, Pablo pertenecía a una de las familias más influyentes del liberalismo español: era hijo de Cayo de Azcárate y Delfina Flórez, sobrino de Gumersindo de Azcárate (uno de los fundadores de la Institución Libre de Enseñanza) y hermano de Justino de Azcárate, también político republicano.

Siguiendo la tradición familiar, estudió en la Institución Libre de Enseñanza (ILE), centro emblemático del pensamiento progresista español. Se licenció en Derecho por la Universidad de Madrid y completó su formación en el Reino Unido, donde desarrolló un profundo conocimiento del sistema parlamentario británico —una influencia decisiva en su visión política.
 
Carrera diplomática en la Segunda República

Tras una exitosa trayectoria como abogado y catedrático, Pablo de Azcárate ingresó en la carrera diplomática. Durante la Segunda República Española, su perfil moderado, su dominio del inglés y su prestigio intelectual lo convirtieron en una figura clave en la política exterior del nuevo régimen.

En 1932, fue nombrado embajador de España en Londres, cargo que desempeñó con gran eficacia hasta 1936. Desde la embajada, trabajó para fortalecer las relaciones con el Reino Unido y proyectar una imagen de estabilidad y modernidad de la República en el escenario internacional.
 
El estallido de la Guerra Civil y la lealtad al Gobierno legítimo

Cuando estalló el levantamiento militar del 18 de julio de 1936, Azcárate se encontraba en Londres. A diferencia de otros diplomáticos que se sumaron al bando sublevado, mantuvo su lealtad al Gobierno republicano legítimo y continuó representando a España ante el gobierno británico.

Sin embargo, el Reino Unido adoptó una política de no intervención y, con el tiempo, reconoció de facto al régimen franquista. A pesar de ello, Azcárate se negó a entregar las instalaciones diplomáticas y permaneció en su puesto hasta que fue relevado por el gobierno republicano en el exilio en 1939.
 
Exilio y defensa de los derechos humanos

Tras la victoria franquista, Pablo de Azcárate se exilió en Londres, donde se convirtió en una voz moral contra la dictadura. En 1946, fue nombrado Secretario Ejecutivo de la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, bajo la dirección de John Peters Humphrey.

En este rol, participó activamente en la redacción de la Declaración Universal de los Derechos Humanos (1948), aportando su experiencia jurídica y su compromiso con la justicia social. Su labor en la ONU lo consagró como un defensor universal de la dignidad humana, más allá de las fronteras nacionales.
 
Regreso a España y últimos años

Aunque mantuvo contactos con la oposición democrática durante el franquismo, no regresó a España hasta 1969, dos años antes de su muerte. Falleció en Madrid el 24 de febrero de 1971, sin haber visto el restablecimiento de la democracia, pero dejando un legado ético e intelectual indeleble.

Fue enterrado en el cementerio de La Almudena, en una ceremonia discreta que contrastaba con la magnitud de su contribución a la diplomacia y los derechos humanos.

Azcárate y Flórez, Justino de (1903-1989)

Justino de Azcárate y Flórez (Madrid, 28 de junio de 1903 – Caracas, 17 de mayo de 1989) fue un destacado abogado, político y defensor del liberalismo republicano español. Miembro de una de las familias intelectuales más influyentes del siglo XX, su vida estuvo marcada por el compromiso con la democracia, el exilio tras la Guerra Civil y su regreso simbólico durante la Transición española.
 
Orígenes y formación: Una familia de “notables” leoneses

Nacido en Madrid en 1903, Justino pertenecía a una ilustre saga de intelectuales y políticos liberales de León. Hijo de Cayo de Azcárate y Delfina Flórez, era sobrino de Gumersindo de Azcárate, uno de los fundadores de la Institución Libre de Enseñanza (ILE), y hermano de Pablo de Azcárate, diplomático y último embajador de la República en Londres.

Siguiendo la tradición familiar, estudió en la Institución Libre de Enseñanza y en el Colegio Alemán de Madrid. Se licenció y doctoró en Derecho en la Universidad de Madrid, donde fue profesor auxiliar de Derecho Político desde 1925. Pronto destacó como abogado de éxito, pero su vocación política lo llevó a los primeros planos de la vida pública republicana.
 
Compromiso republicano: De la Agrupación al Servicio de la República al Parlamento

En los años 20, se afilió al Partido Reformista de Melquíades Álvarez, una formación liberal y laica. Pero su verdadero salto a la escena nacional llegó en 1931, cuando se integró en la Agrupación al Servicio de la República, una plataforma impulsada por figuras como José Ortega y Gasset, Gregorio Marañón y Ramón Pérez de Ayala con el objetivo de asegurar el éxito de la Segunda República.

El grupo obtuvo 16 escaños en las elecciones constituyentes, y Justino de Azcárate fue elegido diputado por León, además de secretario del grupo parlamentario. Ese mismo año, fue nombrado subsecretario de Gracia y Justicia en el gobierno de Manuel Azaña.

Posteriormente, ocupó la Subsecretaría de Gobernación (1933) y fue consejero nacional de Economía, además de desempeñar cargos en organismos como el Patronato de las Hurdes y el Consejo Nacional de Combustibles. Su perfil técnico y moderado lo convirtió en una figura clave del centro republicano.
 
El estallido de la Guerra Civil y el exilio

El 18 de julio de 1936, en un último intento por evitar la guerra, el presidente Diego Martínez Barrio lo nombró ministro de Estado (Exteriores). Sin embargo, nunca tomó posesión del cargo: se encontraba en León, que cayó rápidamente en manos de los sublevados.

Pocos días después, fue detenido por falangistas en Burgos y trasladado a una prisión en Valladolid, donde permaneció casi año y medio. Gracias a las gestiones de su hermano Pablo de Azcárate, fue canjeado en 1937 por el falangista Raimundo Fernández-Cuesta.

A diferencia de muchos republicanos, no regresó a la zona leal. Prefirió exiliarse en Francia, donde colaboró con el movimiento Paz Civil en España, buscando un acercamiento entre los bandos. Tras la victoria franquista, partió definitivamente al exilio en Venezuela en 1939, junto a su esposa Emilia González Uña y sus hijos.
 
Vida en el exilio: influencia en Venezuela

En Caracas, Justino de Azcárate construyó una segunda carrera de enorme prestigio. Fundó uno de los bufetes de abogados más influyentes del país y participó activamente en la vida económica y cultural venezolana:
 

  • Asesor del Ministerio de Relaciones Exteriores en temas de postguerra  
  • Profesor de Economía y Hacienda en instituciones públicas 
  • Gerente de empresas inmobiliarias y vicepresidente de entidades de vivienda popular  
  • Asesor de la Cámara de Comercio de Caracas (1946–1977)  
  • Presidente de la Compañía Fomentadora Inmobiliaria Nacional (FINCA)

     

Su labor en Venezuela lo convirtió en un puente entre la intelectualidad republicana española y el desarrollo institucional latinoamericano.
 
Regreso a España: Senador en la Transición y defensor del patrimonio

Tras la muerte de Franco, regresó a España en 1977. El rey Juan Carlos I lo designó senador por designación real en las primeras Cortes democráticas, integrándose en la Agrupación Independiente, de la que fue portavoz.

En 1979, fue elegido senador por León en las listas de la Unión de Centro Democrático (UCD), partido que representaba el centro reformista heredero del espíritu republicano moderado.

Además de su labor parlamentaria, destacó en la defensa del patrimonio cultural español:

  •  Presidente del Patronato del Museo del Prado (1982–1986)  
  • Presidente de Hispania Nostra (1980–1987), organización dedicada a la conservación del patrimonio histórico  
  • Patrono de la Fundación Giner de los Ríos y miembro de la Fundación Ortega y Gasset

Legado y familia

Justino de Azcárate fue el último representante público de la célebre saga de “notables” leoneses de los Azcárate. Estuvo casado con Emilia González Uña y tuvo cuatro hijos: Juan Cayo y Carmen (nacidos en Madrid), e Isabel y José (nacidos en Caracas).

Su vida simboliza el tránsito del liberalismo republicano al compromiso democrático de la Transición, sin renunciar nunca a sus principios ni a su vocación de servicio público.

viernes, 10 de octubre de 2025

Azarola y Gresillón, Antonio (1874-1936)

Antonio Azarola y Gresillón (Tafalla, 18 de noviembre de 1874 – Ferrol, 4 de agosto de 1936) fue un destacado militar y marino español, contraalmirante de la Armada y ministro de Marina durante la Segunda República Española. Su nombre quedó grabado en la historia por su lealtad inquebrantable al Gobierno legítimo y su trágico final al comienzo de la Guerra Civil española.
 

Formación, carrera y compromiso republicano

Nacido en Tafalla (Navarra) en 1874, Azarola provenía de una familia con profunda tradición militar. Sus antepasados, originarios de España, habían emigrado a Uruguay, aunque mantuvieron fuertes vínculos con las Fuerzas Armadas españolas. Casado con Carmen Fernández García-Zúñiga, hija del vicealmirante Ricardo Fernández Gutiérrez de Celis, Azarola sirvió como ayudante personal de su suegro en dos ocasiones, lo que refleja su prestigio dentro de la institución naval.

Su carrera en la Armada Española fue meteórica. En noviembre de 1934 fue nombrado segundo jefe de la Base Naval de Ferrol y jefe del Arsenal de Ferrol, uno de los centros navales más estratégicos del país.
 
Ministro de Marina en la Segunda República

En un momento crítico de la política española, Azarola asumió el cargo de ministro de Marina en el gobierno de Manuel Portela Valladares, entre el 30 de diciembre de 1935 y el 19 de febrero de 1936. Este fue el último gabinete antes de las elecciones de febrero de 1936, que dieron la victoria al Frente Popular.

Durante su breve mandato, promovió el último Plan Naval de la Segunda República (11 de enero de 1936), que contemplaba la construcción de dos destructores, dos cañoneros y otras embarcaciones menores, en un intento por modernizar la flota española ante la creciente tensión política.
 
Lealtad a la República y arresto en Ferrol

Cuando estalló el levantamiento militar del 18 de julio de 1936, Azarola se encontraba al mando del arsenal de Ferrol. A diferencia de muchos de sus compañeros, se negó a unirse al golpe de Estado y mantuvo su fidelidad al Gobierno republicano.

El 20 de julio, los oficiales sublevados tomaron el control de la base. Azarola fue traicionado por sus propios subordinados, entre ellos los hermanos Salvador y Francisco Moreno Fernández, quienes años después serían ensalzados como héroes navales por el régimen franquista. Al descubrir la traición, Azarola miró a uno de ellos y le dijo con amargura:   

    “Usted también, don Francisco.”
     
Juicio sumarísimo y fusilamiento

Detenido y sometido a un consejo de guerra sumarísimo el 3 de agosto de 1936, Azarola fue acusado de “abandono de destino”. Según la sentencia de los sublevados, se le imputaba:

    “Inhibirse en sus funciones, retirarse a sus habitaciones particulares y oponerse a que se declarase el estado de guerra en la plaza.”
     

Durante el juicio, el contraalmirante defendió su postura con firmeza:   

    “Consideraciones de carácter militar me impedían en absoluto sumarme a un acto que consideraba sedicioso.”
     

Al amanecer del 4 de agosto de 1936, fue fusilado en el cuartel de Dolores, en Ferrol. Sus restos descansan hoy en el cementerio de Villagarcía de Arosa.
 
Legado familiar y memoria histórica

Antonio Azarola tuvo un hijo, Antonio Azarola Fernández de Celis, que siguió sus pasos en la Marina de Guerra. Curiosamente, su sobrina Amelia Azarola Echevarría —hija de su hermano Emilio Azarola Gresillón, alcalde de Santesteban y político radical-socialista— estaba casada con el aviador Julio Ruiz de Alda, cofundador de la Falange Española, quien fue asesinado en la Cárcel Modelo de Madrid el 23 de agosto de 1936. Esta paradoja familiar refleja la profunda fractura social que provocó la Guerra Civil.

martes, 2 de septiembre de 2025

Ayeta-Mendi

El Ayeta-Mendi, construido por los astilleros Euskalduna en Bilbao en 1926, fue un remolcador de alta mar con características técnicas destacadas para su época. Con un desplazamiento de aproximadamente 125 toneladas, una eslora de 26,5 metros y motor a vapor de 310 CV que le permitía alcanzar velocidades de hasta 9,5 nudos, este buque era inicialmente un remolcador civil dedicado a operaciones de salvamento y asistencia marítima.


Su rol durante la Guerra
 
Cuando estalló la Guerra Civil, el Ayeta-Mendi se encontraba en su puerto base de Bilbao. Fue requisado por el gobierno de la República y pasó a servir principalmente como patrullero de vigilancia y remolcador en la costa Cantábrica, con base en puertos como Santander y Bilbao.
 
Una de sus misiones destacadas fue el apoyo en convoyes de remolque que transportaban materiales y refugiados, como ocurrió el 16 de junio de 1937, cuando el patrullero Galerna lo avistó escoltando un convoy de buques con carga estratégica — incluyendo un petrolero con 3.500 toneladas de combustible — que posteriormente fueron capturados.
 
Asimismo, el Ayeta-Mendi estuvo implicado en servicios humanitarios y de salvamento. Por ejemplo, se enfrentó a fuertes galernas y situaciones peligrosas durante remolques de buques en dificultades, incluso habiendo sufrido averías contra las duras condiciones marítimas. Su valentía y capacidad en estos momentos fueron cruciales para rescatar a tripulaciones y evitar mayores tragedias.
 
Durante el conflicto, y debido a la política del gobierno franquista hacia las lenguas regionales, el nombre del buque sufrió adaptaciones, simplificándose a "Ayeta" en lugar de Ayeta-Mendi. La compañía propietaria, Compañía de Remolcadores Ibaizábal, tuvo que reorganizarse durante la guerra, pero sus remolcadores, incluido el Ayeta-Mendi, mantuvieron operaciones fundamentales para la flota republicana.
 
Finalmente, con el avance de las tropas sublevadas por la costa Cantábrica, el Ayeta-Mendi regresó a su base en Bilbao alternando con Santander,. Su papel durante la guerra, aunque no central en combates bélicos, fue vital en la logística naval, vigilancia y rescate en una de las etapas más convulsas de la historia marítima española. El 16 de junio de 1937 el patrullero Galerna, lo avisto a la salida de Bilbao, dando remolque al Itxas Ondo, al petrolero Gobeo, y al final del convoy al pesquero Itxaropena, quines recibieron dos proyectiles de aviso, parando máquinas, se acercó a ellos el minador Júpiter, a quién Galerna le entrego los buques apresados, arrumbando al puerto de Pasajes.
 

viernes, 20 de diciembre de 2024

La masacre de moros del puente de Pindoque

Israel Viana y Manuel P. Villatoro publican 'Historia de la guerra civil sin mitos ni tópicos'

Asfixiar Madrid

En 1936 el epicentro de la Guerra Civil era Madrid, una perla ubicada en el centro de la península que los nacionales ansiaban tomar, pero que las Brigadas Internacionales estaban dispuestas a defender hasta el último hombre. Los soviéticos, aliados del presidente Manuel Azaña, también lo sabían, y es por ello que a finales de ese mismo año enviaron una buena remesa de armas y vituallas que sirvieron para reforzar este frente.

La aparente inexpugnabilidad de la urbe no le impidió a Franco organizar varias ofensivas contra ella; ataques que, a la postre, resultaron inútiles. Uno de los primeros fue un asalto en que, el 22 de noviembre, los franquistas se estrellaron contra las férreas defensas de las Brigadas Internacionales. El mismo Azaña se deshizo en elogios cuando recibió noticias del valor que derrochaban ante el enemigo. "A todo suplió el entusiasmo de los combatientes, tropas voluntarias, poseídas de un espíritu exaltado hasta el paroxismo, seguras de la victoria. A fuerza de arrojo, de buena voluntad, muchas veces de heroísmo, hicieron cosas utilísimas para la defensa, y como no había otras mejor pensadas y ejecutadas, eran insustituibles".

Tras una serie de ofensivas infructuosas, los militares nacionales cambiaron de estrategia y se propusieron rodear Madrid por el noroeste. Así pues, en lugar de tratar de conquistar la urbe a través de la Casa de Campo, de la Ciudad Universitaria y de la carretera de La Coruña, como habían intentado hasta ese mo mento, apostaron por cortar el sur de la carretera de Valencia, la única vía a través de la cual llegaban refuerzos, vituallas y munición. Para llevar a cabo su plan, no obstante, los generales de Franco se veían obligados a superar las defensas republicanas ubicadas a orillas del Jarama y cruzar el río utilizando los escasos puentes existentes. Si lograban cerrar la carretera de Valencia, los franquistas podrían cortar también los accesos a Barcelona y cercar Madrid. Con todo, uno de los objetivos primarios que se impusieron los nacionales consistió en llegar hasta Alcalá de Henares, lo que, en la práctica, suponía bordear la ciudad desde el sur en dirección norte tras recorrer unos sesenta kilómetros. El plan era más que complejo y, para llevarlo a cabo, el mando llamó a filas a miles de soldados. «De los 50.000 hombres que componen la división reforzada, serán 20.000 quienes tomen parte en la batalla del Jarama», explica Jorge M. Reverte en 'De Madrid al Ebro'. Por su parte, Paul Preston dedica unas líneas a estos momentos previos de la batalla del Jarama en su obra 'La guerra civil española. Reacción, revolución y venganza'. En ellas desvela que la ofensiva fue lanzada en el momento más álgido del ejército de Franco. «Animados por sus éxitos en el sur, los rebeldes reanudaron sus esfuerzos por tomar Madrid. Mientras los republicanos se preparaban para contraatacar, las fuerzas nacionales dirigidas por el general Orgaz desencadenaron una gran ofensiva a través del valle del Jarama, sobre la carretera de Madrid-Valencia, al este de la capital». El historiador explica también que los franquistas disponían de dos ventajas sobre los republicanos, «la peculiar habilidad de los mercenarios moros para avanzar a campo a traviesa sin ser vistos» y una gran superioridad en artillería. A principios de febrero de 1937 llegaron a la zona veinte mil soldados nacionales, una cifra considerable que dio cierta seguridad a los mandos. De hecho, poco antes del comienzo de la ofensiva el coronel Barroso, jefe de operaciones de Franco, se mostró optimista: «En cinco días estaremos en Alcalá de Henares». No podía estar más equivocado, pues aquella se iba a convertir en una larga y sangrienta contienda. El 6 de febrero comenzó la ofensiva, y en poco tiempo los franquistas se desplegaron por una gran franja del territorio. Los atacantes solo vieron detenido su avance el 9 de febrero en tres puntos clave: los puentes del Pindoque, de San Martín de la Vega y de Arganda. Sus posiciones quedaron establecidas, así pues, en la margen oeste del Jarama, y ello solo después de que los mandos republicanos ordenasen un contraataque lo suficientemente potente como para rebajar el furor nacional y de que las lluvias detuviesen el asalto.

A la defensa

Después de que el frente se estabilizara, la XII Brigada Internacional fue la encargada de crear una línea defensiva a lo largo de la orilla este del río. Bajo sus fusiles quedó la responsabilidad de asegurar el Pindoque, misión para la que sus oficiales destinaron una sección de la Segunda Compañía del batallón denominado André Marty. La mayoría de aquellos combatientes eran franceses y belgas, y su armamento no iba mucho más allá de fusiles de cerrojo, que había que amartillar tras cada disparo. El número de ametralladoras de las que disponía la sección a la que se le encargó la vigilancia del puente varía según las fuentes. El general soviético Pável Batov afirmó en sus informes que eran cuatro. Sin embargo, el popular historiador francés Jacques Delperrié de Bayac es partidario de que tan solo había tres; su versión es la más extendida. En lo que sí coinciden ambos es en que eran las famosas Maxim. «Fue la primera ametralladora automática portátil. Podía disparar seiscientas balas por minuto, lo que era equivalente al poder de fuego de treinta fusiles de cerrojo», afirma Luis Otero Soler en su obra 'Muy breve historia de África. Cuna de la humanidad'.

Los republicanos del André Marty ubicaron una de las Maxim a la izquierda y otra a la derecha del Pindoque, para atrapar en un fuego cruzado letal a todo aquel que quisiera atravesarlo. Además, situaron una más en el centro para asegurar todavía más la posición. Y, por si algún nacional destrozaba las defensas, colocaron también cargas de demolición bajo el puente. Así, en el caso de que fuese tomado, podrían volarlo para evitar que el grueso del contingente enemigo lo usase para cruzar el Jarama. La defensa podría haber sido perfecta, pero los hombres del André Marty cometieron un error que, a la larga, les salió caro: no dispusieron centinelas en la orilla oeste del puente. Al no tener ojos en aquella zona, se arriesgaban a ser atacados por sorpresa. Por si fuera poco, el día del asalto al Pindoque la mayoría de los defensores se encontraban adormilados en las trincheras ubicadas varios metros detrás del puente. «Los republicanos del lado este debían hallarse guarecidos del frío de la noche en la casucha del guardavía que se alzaba al pie del mismo [puente] y hacía las veces del cuerpo de guardia. El resto de la compañía descansaba al amparo de tan precaria cobertura en las trincheras excavadas tras el terraplén del ferrocarril que discurría paralelo al río», explican Rafael Permuy y Artemio Mortera en su monográfico «La batalla del Jarama/The Battle of Jarama». Un ejemplo de la descuidada defensa que plantearon los republicanos lo ofrece Bayac en un testimonio anónimo recogido en el completísimo artículo «La XII BI en la batalla del Jarama»: "El Jarama chapotea y arrastra arbustos arrancados en las últimas lluvias. Se han previsto turnos de guardia en cada sección, pero no hay centinelas en el puente ni en la orilla de enfrente. Tampoco se ha hecho un reconocimiento del terreno. El voluntario Marc Perrin, de Lyon, es el tirador de la Maxim instalada en el centro. Se ha enrollado en su manta y duerme cerca de su pieza". ¿Cómo era el paso del puente del Pindoque que tenían que defender los hombres del André Marty? Según Permuy y Mortera, contaba con unos doscientos metros de largo y dos y medio de ancho. «Configuraban el puente tres tramos de viguería metálica apoyados sobre pilastras de piedra», añaden. Sobre este armazón descansaba una estrecha vía de ferrocarril apoyada «en unas planchas de hierro que se prolongaban lateralmente hasta unirse a las dos barandillas». El paso era, en definitiva, poco apto para la infantería, sumamente molesto para la caballería y casi impracticable para los carros de combate.

La conquista

Con la necesidad imperiosa de cruzar el Jarama en mente, el mando sublevado dio la orden a una pequeña unidad de dar un «golpe de mano», un ataque rápido con el que superar a un enemigo desprevenido, y conquistar el Pindoque. La misión recayó en el I Tabor de Tiradores de Ifni, una unidad formada en su mayoría por soldados marroquíes, aunque con mandos españoles, al frente de la cual se hallaba el comandante Molero. Estos hombres, calificados como «la extrema vanguardia» de las tropas de Fernando Barrón, tendrían dos ventajas: su mayor entrenamiento en el arte de la guerra y el uso de la noche como aliada para cruzar el puente sin ser vistos. En la noche del 10 al 11 de febrero, a eso de las tres de la mañana, los marroquíes partieron de La Marañosa en dirección a su objetivo, ubicado a pocos kilómetros de distancia. Junto con ellos dejó también el campamento una compañía de zapadores de Larache. Serían los encargados de dar buena cuenta de las cargas de demolición antes de que fueran detonadas por los republicanos.

Los defensores del André Marty no podían imaginarse que la muerte estaba a punto de cernirse sobre ellos. Entre las tres y las cuatro de la madrugada ocurrió el desastre para los republicanos. Al amparo de la oscuridad, un pequeño grupo de combatientes se separó del contingente principal y logró cruzar el Pindoque. Nadie les vio. No se dio la voz de alarma. Una vez en la orilla contraria, comenzó la lucha. Los marroquíes fueron los primeros en atacar. Al poco ya habían degollado a varios miembros del André Marty. Mientras, los zapadores cortaron los cables de encendido de las cargas explosivas. Poco después, y ya sin las molestas y peligrosas Maxim al acecho, el resto del tabor cruzó a la carrera el Pindoque y atacó con granadas de mano a las tropas atrincheradas en las cercanías. Bayac explica así el golpe: "Estallan granadas, los hombres gritan, otros corren en la noche. Marc Perrin, de pie, no tiene tiempo de enterarse de lo que pasa. Su jefe de pieza, Pecqueur, le grita: «¡Pronto! ¡Dejamos el campo!». La Maxim es demasiado pesada para un solo hombre. Perrin quita la culata móvil y se la lleva. Camina sin dirección fija con Pecqueur y otros cinco o seis se refugian en los edificios de una antigua azucarera a unos trescientos metros del Pindoque". Otros se unen a la 3.ª compañía mandada por Boursier, excontramaestre de marina. En poco tiempo la misión había terminado. Solo hubo una contrariedad: a los zapadores debió de pasárseles por alto un cable, pues algunos minutos después los republicanos activaron las cargas y una gran explosión resonó en todo el valle del Jarama. Una vez más la diosa Fortuna se alió con los hombres de Franco, ya que, aunque uno de los extremos de la construcción se elevó en el aire por la fuerza de la detonación, cayó de nuevo casi intacto sobre su apoyo original. Los republicanos que no fueron pasados a cuchillo fueron hechos prisioneros. Otros, como ya se ha especificado, lograron huir. El éxito del I Tabor de Tiradores de Ifni fue clave, pero efímero. Tras casi un mes de batalla, el frente se estabilizó. Los nacionales solo lograron avanzar unos pocos kilómetros hacia Madrid y no cumplieron su objetivo; todo ello a pesar de los miles de bajas —entre diez mil y veinte mil— que sufrieron ambos bandos. Ni se tomó la carretera de Valencia ni se cerró un cerco total en torno a la ciudad. En 1938 los republicanos construyeron una línea defensiva compuesta de multitud de búnkeres para defenderse de un posible ataque franquista. Y esos son, precisamente, los que se pueden visitar en la actualidad.

sábado, 14 de diciembre de 2024

Bombardeo republicano de Aguilar de la Frontera (ABC 10-2-2021)

En otoño de 1938 reinaba una tensa calma en los frentes andaluces. Ambos bandos estaban a oscuras sobre la verdadera fuerza y las intenciones del contrario. El mando republicano puso a disposición del Ejército de Andalucía, cuyo jefe era el coronel Domingo Moriones Larraga, la tercera escuadrilla del Grupo 24 (Katiuskas), que después de combatir en la batalla del Ebro pasó a la Zona Centro-Sur, concretamente a la base de Fuente Álamo (Murcia). Al mando de la escuadrilla quedó el teniente Francisco Cabré Rofes por traslado del anterior titular, Armando Gracia Mena. En las semanas siguientes esta escuadrilla estuvo muy activa realizando reconocimientos aéreos y bombardeando poblaciones en las que creían, luego se demostró que no cuando se produjeron dichas acciones, había concentraciones de tropas enemigas. Tal fue el conocido caso de Cabra en noviembre de 1938. Pero hubo otros ataques. Un ejemplo fue al sufrido por Aguilar de la Frontera el 25 de octubre de 1938. 

A las 15.08 horas de ese día (hora republicana) emprendió vuelo desde Fuente Álamo una patrulla de tres BK (bombarderos Katiuska) al mando del jefe de la escuadrilla, el ya citado teniente Cabré. Las tripulaciones eran (nombradas según sus funciones como piloto, observador y ametrallador) las siguientes: teniente Francisco Cabré Rofes, teniente Salvador Terol Alonso y sargento Carlos Hernández García en el aparato líder; en otro sargento Francisco Malagón Ibáñez, teniente Miguel Simón Pelegrín y teniente Amancio Baltanás Franco, y en el tercero los sargentos José Luis Urquía Goenaga, José Cobarro López y Lorenzo Adell Balaguer. La misión consistía en efectuar un reconocimiento por el sector de Alcalá la Real, Almedinilla, Priego de Córdoba, Luque y Baena con bombardeo de las concentraciones que se observasen en alguno de los últimos tres pueblos citados. Llegaron a la vertical de Martos a las 16.05 horas y desde allí pusieron rumbo a Baena. Encontraron toda la zona cubierta de nubes, pero al sobrevolar Castro del Río divisaron un claro al suroeste. Arrumbaron hacia allí y encontraron el pueblo de Aguilar de la Frontera «el cual fue bombardeado a las 16.25 horas, cayendo todas las bombas dentro del citado pueblo». A la vuelta había aclarado y sí pudieron hacer el reconocimiento fotográfico de la zona comprendida entre Alcalá la Real y Priego. Tomaron tierra sin novedad a las 17.37 horas (siempre hora republicana). Esto en cuanto al parte republicano. Respecto al parte nacional dice que el bombardeo fue a las 15.20 horas (obsérvese el desfase horario entre ambas zonas) y que las bajas fueron un muerto, un herido grave y cuarenta leves, todos civiles. Cuatro casas quedaron destrozadas. El Registro Civil de Aguilar de la Frontera identifica en su tomo 57 número de registro 380 al fallecido como Antonio Moreno Castro, de 34 años, de profesión albañil, casado y con dos hijas, Josefina y Asunción, vivía en la calle San Antón número 7. No tenemos noticia de que alguno de los heridos en el ataque falleciera con posterioridad a consecuencia de las lesiones. Sí es cierto que otro parte nacional menciona «42 víctimas» pero sin especificar dentro de ese calificativo la gravedad de las lesiones lo que puede llevar a error y confundir respecto a que se trate de fallecidos. 

Según las investigaciones la única víctima mortal directa a consecuencia del ataque es el albañil antes nombrado, Antonio Moreno Castro, siendo los cuarenta y un restantes, ciudadanos heridos consecuencia del bombardeo. El ataque sobre Aguilar no estaba previsto, por lo que ciertamente que el número de víctimas mortales no fuera mayor es fruto de la casualidad, descargaron las bombas en Aguilar porque los objetivos iniciales estaban cubiertos por las nubes. El parte republicano dice que bombardearon el pueblo y que todas las bombas cayeron dentro. Es decir, no tenían localizados objetivos militares en el mismo. ¿Pero existían esos objetivos? En Aguilar había un campo de concentración de prisioneros republicanos con su correspondiente guardia. Es cierto que las unidades en descanso se distribuían por muchos pueblos de la provincia, pero no es menos cierto que desde meses antes al 25 de octubre el ejército Nacional tenía ordenado vivaquear a cierta distancia de los pueblos precisamente para no convertir a éstos en objetivo de la aviación enemiga. Precaución adoptada también por el Ejército Popular en vísperas de la ofensiva de Peñarroya-Valsequillo, cuando las tropas se camuflaban en los encinares y sólo entraban a los pueblos a dormir. Por tanto, no es que creamos que no había justificación al ataque de la aviación republicana a Aguilar de la Frontera, es que definitivamente esta población no era objetivo militar por las órdenes recibidas, no había tropas enemigas que justificaran la acción y solo la casualidad hizo que unas bombas dejadas caer al azar sobre la población civil no provocara una masacre.