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domingo, 15 de septiembre de 2019

Cataluña, el ataque final

Tras la derrota del Ebro, la moral en Cataluña estaba a finales de 1938 por los suelos. Encajonada entre el mar y la frontera francesa, saturada de refugiados llegados de toda España –que agravaron las penurias de la población–, con un ejército muy tocado y poblaciones destrozadas tras un año de bombardeos, parecía tenerlo todo en contra. Después de la Batalla del Ebro, a Franco se le presentaron tres grandes objetivos militares: Madrid, Valencia y Cataluña. Escogió esta última y fijó el 10 de diciembre de 1938 para el inicio de la operación, que sin embargo se retrasaría a causa del mal tiempo. El encargado de llevarla a cabo era el Ejército del Norte, comandado por el general Fidel Dávila y formado por seis cuerpos: Urgel, Aragón, Maestrazgo, Navarra, Marroquí y Cuerpo de Tropas Voluntarias italianas (CTV). Las fuerzas republicanas, organizadas en el llamado Grupo de Ejércitos de la Región Oriental al mando del general Juan Hernández Sarabia, contaban con dos ejércitos (del Este y del Ebro) y varias fuerzas independientes. Eran muy inferiores a las de Dávila, problema que esperaban solventar en cuanto llegasen las armas enviadas por la URSS, retenidas por el momento en la frontera francesa. 

A principios de diciembre, los nacionales se dedicaron a bombardear puntos estratégicos de la retaguardia –carreteras, aeródromos, puertos...–, así como poblaciones como Barcelona, Badalona, Palamós, Tarragona, Blanes y Cervera, entre otras. Tras un aplazamiento de los operativos a causa de una climatología adversa, finalmente el día 23 Franco dio la orden y todas las divisiones –en total, más de 300.000 soldados concentrados en las inmediaciones de los ríos Ebro y Segre– empezaron a avanzar por territorio catalán.

23 DE DICIEMBRE: EMPIEZA EL ATAQUE 

 Cubells (Lérida), 31-12-1938.- Tanques rusos T-26B capturados por las fuerzas
nacionales, prestos para iniciar el avance sobre el pueblo de Cubells.
Las tropas pertenecen a una unidad de la Legión del
Cuerpo de Ejército del Maestrazgo.
Se desplegaron en dos direcciones: los cuerpos de Urgel, Maestrazgo y Aragón se enfrentaron al Ejército del Ebro, y los de Navarra, Marroquí y voluntarios italianos, al del Este. La Ofensiva de Cataluña había comenzado. Mientras que los nacionales contaban con el apoyo de la aviación legionaria italiana y la Legión Cóndor alemana (en total, casi 500 aviones), apenas había aparatos del lado republicano. También la artillería franquista era muy superior: unas 5.000 ametralladoras, 1.000 fusiles, 2.000 morteros y cientos de baterías antiaéreas. Aparte de la escasez de armamento, la falta de soldados republicanos llegó a ser tan grave que en los últimos meses se reclutó incluso a presos y desertores. Ante tal desequilibrio de fuerzas, aunque las tropas republicanas intentaron aguantar como pudieron durante varios días, la superioridad del enemigo dio pronto sus frutos. Las primeras líneas eran las más difíciles de romper, pero a la infantería le fue fácil con el apoyo de carros blindados y unidades lanzallamas. Solo en la primera jornada, con la ayuda de los bombardeos, reventaron las líneas enemigas y avanzaron alrededor de 16 kilómetros, con la consiguiente huida de la 56.ª División republicana, que quedó destrozada. El día de Nochebuena se les unió el cuerpo de ejército Marroquí del general Juan Yagüe. Pese a haber trabajado duro en la construcción de trincheras y búnkeres, el resultado fue fatal para las fuerzas republicanas. El avance franquista continuaba imparable y, en una fuerte lucha de desgaste, hubieron de ir cediendo terreno y se vieron obligados a replegarse. El CTV, con una exitosa guerra de movimientos, consiguió cruzar el Canal d’Urgell. El día 4 de enero, las tropas franquistas entraban en la población de Artesa de Segre, y al día siguiente, en Les Borges Blanques, un punto vital para dar vía libre al cuerpo de ejército de Aragón, que esperaba en la cabeza de Balaguer. Aunque esta zona era la más fortificada de toda Cataluña, los republicanos no pudieron conservarla. La caída de Les Borges Blanques supondría un punto de inflexión. Además de la captura de cientos de prisioneros, la ofensiva había provocado una auténtica desbandada republicana que fue convirtiéndose en una retirada a marchas forzadas, lo que finalmente se tradujo en una desmoralización generalizada. Como consecuencia, el avance de las tropas enemigas se intuía aún más espectacular. Ante tal situación, el general Vicente Rojo, Jefe del Estado Mayor del Ejército republicano, ordenó retroceder hasta la segunda línea de resistencia. Así, a principios de 1939, ante el caos reinante, lo único que ya podían hacer los republicanos era, simplemente, intentar defenderse con uñas y dientes. La primera fase de la Ofensiva de Cataluña había llegado a su fin. En solo dos semanas, casi había agotado sus posibilidades. 

14 DE ENERO: SEGUNDA FASE 

Después de la conquista de Les Borges Blanques, otras poblaciones fueron cayendo en una especie de efecto dominó, y los ataques aéreos prosiguieron minando cada vez más la moral de la población: Barcelona, Reus, Valls, Tarragona... Esta última ciudad fue el siguiente gran objetivo de los nacionales. El avance hacia ella se aceleró, era ya vertiginoso, y por el camino ocuparon poblaciones en las provincias de Lleida (Agramunt) y Tarragona (Falset). El desequilibrio entre ambos bandos seguía siendo muy acentuado. De los 90.000 soldados republicanos en el frente, solo 60.000 disponían de fusil; la artillería era al menos seis veces inferior a la franquista y la aviación casi inexistente. Visto lo visto, la toma de poblaciones no cesaba. Cayeron Tortosa –que había sido abandonada a su suerte por las tropas republicanas– y Tarragona, donde los hombres de Yagüe entraron el día 15. Entre las siguientes en ser tomadas, prácticamente sin combate, estuvieron Reus y Cervera. La situación era tan grave que el gobierno francés autorizó finalmente la apertura de la frontera a parte de las armas enviadas por Stalin. Entretanto, en Barcelona, el gobierno de Negrín ordenaba medidas excepcionales, entre ellas la movilización de un nuevo grupo de reemplazo que incluía a personas entre los 17 y los 55 años. De poco iba a servir ya. Con Barcelona en el punto de mira, las tropas nacionales, en buena forma y apoyadas por la aviación, prosiguieron por la costa. Los republicanos no podían por menos que sentirse acorralados. En un nuevo intento de insuflar ánimos con los que defender a Cataluña y la República, el 20 de enero el presidente de la Generalitat, Lluís Companys, dio su último discurso: “En esta guerra nos lo jugamos todo, hasta el nombre. Hoy he visitado la tumba de Macià (Francesc Macià presidió la Generalitat de 1931 a 1933) y le he dicho: ‘Descansa, no llegarán hasta aquí’. 

CUNDE LA DESMORALIZACIÓN 

Pese a este y otros llamamientos a la resistencia, muchos eran conscientes de que la defensa de Barcelona no sería como la de Madrid en 1936. Si allí las ilusiones republicanas se habían mantenido intactas, ahora, tras treinta meses de guerra, el cansancio y el hambre se habían apoderado de la Ciudad Condal, donde no era raro ver comer, a falta de otra cosa, gatos o palomas. Se había perdido la fe en la victoria y la gente solo deseaba que la guerra acabase cuanto antes. Para cuando, el día 22, los nacionales alcanzaron Igualada y Sitges, la mitad de Cataluña estaba ocupada. Ese mismo día, se celebró el último consejo de ministros de Negrín en la Ciudad Condal. Se acordó declarar el estado de guerra en todo el territorio republicano. En la jornada siguiente, con los franquistas muy cerca de Barcelona, Negrín ordenó la evacuación de los organismos oficiales hacia Girona, sumándose al río de refugiados que huían en dirección norte. Esa noche, Companys y José Antonio Aguirre, presidente del gobierno vasco, abandonaron también Barcelona. Lo mismo haría el presidente de la República, Manuel Azaña. El día 23 de enero, los franquistas se apoderaron de Manresa, una derrota con un especial significado por ser esta ciudad la cuna de un documento esencial del catalanismo: las Bases de Manresa. El 24 alcanzaron el río Llobregat; las siguientes poblaciones destacadas en caer serían, entre otras, Martorell, Sant Boi de Llobregat y Castelldefels. Estaban ya a un paso de Barcelona. 

LA CAÍDA DE LA CAPITAL

 Juan Yagüe Blanco, jefe del Cuerpo de Ejército Marroquí,
 pronuncia una arenga tras la conquista de la ciudad por las tropas nacionales.
El día 25, las tropas franquistas cruzaron el río Llobregat y avanzaron sobre Barcelona, sumida en la  desesperación, abarrotada de refugiados llegados de toda España y con una resistencia republicana inexistente. Al día siguiente entraban en la capital catalana, que se entregó tras casi tres años de combates, miseria y bombas. Los tanques avanzaron por la avenida Diagonal hasta la céntrica plaza de Cataluña, donde dos días después tendría lugar una gran misa para celebrar la conquista. Tras los tanques, llegaron los camiones con alimentos. Empezaba a presentirse que aquella guerra estaba llegando a su fin.  

Al grito de “¡Viva España!” se unió el de “¡Viva Cataluña española!”. Y Yagüe, en un discurso, dijo: “Y a vosotros catalanes, que os envenenaron con doctrinas infames, que os hicieron maldecir a España, si lo hicisteis engañados por los falsos propagandistas, os traigo también el perdón”. 

El mismo día 26, el general Dávila publicó un bando que dejaba sin valor todos los nombramientos y disposiciones republicanos posteriores al 18 de julio de 1936. Franco creó los Servicios de Ocupación de Barcelona al mando del general Eliseo Álvarez Arenas, cuyo primer bando fue para la lengua catalana. Si hasta entonces había sido el idioma oficial junto con el castellano, ya solo se permitiría en la vida familiar y privada. Los funcionarios no podrían usarlo en su trabajo, ni aparecería en las estampas religiosas. Miles de libros fueron quemados y la prensa en catalán desapareció. Esta persecución total contra la lengua era una clara prueba de la contundente postura de Franco ante las ansias nacionalistas. 


PROSIGUE EL AVANCE 

Provincia de Gerona, 2-2-1939.- Un tabor de regulares
avanza camino de la frontera pirenaica. 
Perdida Barcelona, el avance franquista prosiguió sin tregua. La toma del monasterio de Montserrat, la “montaña sagrada” de Cataluña cargada de simbolismo espiritual y político, dolió especialmente. El siguiente objetivo fue Girona, tomada el 3 de febrero. Dos días antes había tenido lugar la última sesión de las Cortes de la Segunda República en territorio español: se reunió en secreto en el Castillo de Figueres. 

Solo una pequeña parte del gobierno había podido instalarse en Figueres y el resto se dispersó por la comarca. En Agullana, convertida por unos días en la capital republicana, se instalaron Azaña y Negrín, el Ministerio de Estado y el Estado Mayor Central; en la localidad vecina, La Vajol, se asentaron Companys y Aguirre. Aquella dispersión impedía cualquier acción eficaz. El día 4, se decidió que los presidentes Azaña, Companys y Aguirre pasarían a Francia para evitar que cayeran prisioneros. Figueres cayó el día 8 y el 9 los nacionales alcanzaron la frontera francesa y ocuparon todos los pasos fronterizos de los Pirineos. Un bando de Franco del 10 febrero de 1939 dio por terminada la Ofensiva de Cataluña. Había durado 50 días. Tras la victoria franquista, hubo algunos asesinatos de prisioneros por parte de soldados republicanos incontrolados. Uno de ellos se produjo en el santuario del Collell, cerca de Banyoles, donde fueron abatidos 48 presos. Rafael Sánchez Mazas, uno de los fundadores de Falange, al que habían condenado a muerte, logró escapar de allí. Con Cataluña ocupada, el éxodo de población desde Barcelona estaba siendo el más terrible del conflicto. Centenares de miles de personas habían iniciado su marcha hacia la frontera  francesa, muchas de ellas a pie por carretera. En un primer momento, las autoridades francesas solo dejaron pasar a los que tenían pasaporte con visado francés: muy pocos. El resto, que intentaba sobrevivir al gélido invierno y la falta de comida, había tenido que acampar donde podía. Negrín propuso crear una zona para acoger a los refugiados, pero Franco se negó. 

CRUZANDO LA FRONTERA 

Los franceses, desbordados, decidieron habilitar campos donde reunirlos. Al final, optaron por abrir la frontera; primero únicamente a niños, mujeres y ancianos, pero pronto también a los soldados republicanos. Estos, en su retirada, destruyeron su material para que no cayera en manos enemigas; incluso hicieron explotar el Castillo de Figueres, donde guardaban un arsenal. Unos 300.000 soldados pasaron a Francia en solo cuatro días. Cerca de 500.000 personas, el mayor éxodo de la historia de España, habrían de iniciar a continuación una nueva vida en otro país. También los miembros del gobierno de la República, que no pudieron evitar que esta se desintegrara. Los llamados “nacionales” ya ocupaban dos tercios del territorio español. 

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