La entrada de los franquistas en Cataluña incrementó el derrotismo en los territorios que todavía controlaban los republicanos. El 5 de febrero de 1939, Manuel Azaña, presidente de la República, cruzó la frontera francesa junto a miles de miembros del Frente Popular, integrantes de las milicias anarquistas y simples ciudadanos. El temor a las represalias que pudieran tomar los vencedores hizo que familias enteras se exiliasen. Mientras tanto, la vida en Madrid era cada vez más complicada. Sin apenas víveres ni combustible para calentarse en aquel duro invierno, la población no tenía ya fuerzas para la resistencia. ¿Merecía la pena defender la ciudad en esas condiciones? El 10 de febrero, el presidente del Consejo de Ministros de la República, Juan Negrín, propuso a los militares no cejar en la lucha y resistir, en la esperanza de que pronto comenzasen las hostilidades en Europa. Negrín creía que el presumible estallido de la Segunda Guerra Mundial obligaría a las democracias europeas –Francia y el Reino Unido– a cambiar su decisión de no ayudar al legítimo gobierno de la República. Por eso, pedía a los miembros del Frente Popular que hicieran un último esfuerzo para contener a los rebeldes. Sin embargo, los anarcosindicalistas, la mayoría de los socialistas, republicanos disconformes con el gobierno y un buen número de militares rechazaron la numantina propuesta del primer ministro.
¿RESISTIR O PACTAR?
El general José Miaja, con el coronel de estado mayor Segismundo Casado nuevo jefe del Ejército del Centro |
Ellos veían factible llegar a un acuerdo de paz honroso con Franco. Su objetivo era encontrar un interlocutor válido, que fuera aceptado por los militares rebeldes. Y el candidato idóneo resultó ser el coronel Segismundo Casado, reconocido anticomunista al que Negrín había ascendido de forma sorprendente a jefe del Ejército del Centro en abril de 1938. En aquellos momentos de duda, circuló por el territorio republicano el texto de la Ley de Responsabilidades Políticas que había promulgado Franco y que sancionaba con inusitada dureza a todos los que hubieran colaborado con sindicatos, organizaciones y partidos del Frente Popular.
Aquella ley implicaba a un número tan elevado de españoles que muchos comenzaron a pensar que su única salida radicaba en el exilio. El escenario se complicó todavía más el 27 de febrero cuando los gobiernos de Francia y el Reino Unido reconocieron al de Franco, lo que decidió a Manuel Azaña a dimitir de su cargo. Sin un presidente al frente de la República y sin apenas recursos para continuar la lucha, Casado pensó que la única solución era echar del gobierno a Negrín y crear un Consejo Nacional de Defensa para llegar a una paz pactada con los militares rebeldes, lo que suponía un golpe de Estado en toda regla.
DE LA DIVISIÓN A LA RUPTURA
Por esos días, en el Círculo de Bellas Artes de Madrid se inauguró la Conferencia Provincial del Partido Comunista. El historiador británico Paul Preston recuerda que Pasionaria atacó a Casado y Miaja, tachándolos a los dos de “distinguidas momias”. “Vicente Uribe (ministro de Agricultura del gobierno de Negrín) fue más allá al denunciar la cobardía de quienes estaban haciendo el trabajo del enemigo, al propagar la idea de que era posible llegar a una paz con Franco sin represalias”, subraya Preston. Las puyas que lanzaron Ibárruri y Uribe contra los dos militares republicanos desvelaron que los dirigentes del PCE eran conscientes del complot militar que se estaba fraguando en Madrid, en el que a buen seguro estaba comprometido José Miaja. El 5 de marzo, Casado trasladó su Cuartel General de la Alameda de Osuna (la llamada Posición Jaca) al Ministerio de Hacienda, en la madrileña calle de Alcalá. Allí se reunió con el socialista Julián Besteiro, al que otorgó la cartera de Exteriores del Consejo Nacional de Defensa.
El general Miaja se hizo cargo de la presidencia del Consejo y el socialista Wenceslao Carrillo de la presidencia de Gobernación. Desde aquel día, su hijo, Santiago Carrillo, comunista convencido y dirigente entonces de las Juventudes Socialistas Unificadas (JSU), nunca le volvió a dirigir la palabra a su padre. En la noche del 5 de marzo, se radió el comunicado de los conspiradores anunciando que tomaban el poder.
GUERRA DENTRO DE LA GUERRA
El golpe de Casado se consumó a las tres de la madrugada del día 7 de marzo, cuando Negrín y algunos integrantes de su gobierno, así como los principales dirigentes comunistas, se dirigieron al aeropuerto de Monóvar (Alicante), donde les esperaban tres aviones para salir de España. Dos de ellos volaron a Toulouse y el tercero, con menor radio de acción, se dirigió a Argelia. Pese a la huida de los responsables políticos, las divisiones comunistas acantonadas en Madrid mantuvieron su decisión de luchar contra Casado. El resultado fue el inicio de otra violenta “guerra civil” en la capital, esta vez entre comunistas y seguidores del golpe. El coronel Barceló, que se proclamó jefe del Ejército del Centro del ya inexistente gobierno de Negrín, ordenó a las divisiones y brigadas que tomaran posiciones en Colón, Cibeles, Nuevos Ministerios, el parque del Retiro y la plaza de la Independencia. En aquellos momentos de máxima tensión en el bando republicano, Valencia y su puerto eran esenciales, en el caso de que Casado llegara a un acuerdo con Franco que posibilitara la salida ordenada de miles y miles de republicanos hacia el exilio. Desde principios de julio de 1938, las eficaces labores de defensa del Ejército de Levante, al mando del general Leopoldo Menéndez, habían frenado la presión de los rebeldes sobre Valencia y su entorno. Además, la operación del ejército republicano en el Ebro hasta finales del 38 había contribuido a descongestionar el sitio a que estaba sometida la región levantina. Pero el final de aquella durísima batalla y la posterior caída de Barcelona devolvieron la preocupación a los valencianos, cuya moral de resistencia fue minada por los mensajes derrotistas que difundía la Quinta Columna, compuesta por franquistas y falangistas que permanecían emboscados en la ciudad del Turia. Por eso, cuando se tuvo noticia del golpe de Casado en Madrid, la gran mayoría de las organizaciones del Frente Popular valenciano lo apoyaron. En pocas horas, las sedes comunistas fueron cerradas y muchos de sus militantes encarcelados. No obstante, en cuanto se supo que Negrín y los dirigentes del PCE habían abandonado España, el general Menéndez adoptó una actitud conciliadora con los comunistas, sacándolos de las cárceles y reabriendo sus sedes. Lejos del anticomunismo visceral de Casado, Menéndez lidió con los sindicalistas de la UGT y los socialistas de Largo Caballero para volver a acoger a los comunistas y restaurar la unidad del Frente Popular.
CALMA EN VALENCIA, CAOS EN MADRID
Así, el 8 de marzo, mientras en Valencia reinaba una cierta calma, en Madrid el coronel Casado temía que las fuerzas comunistas comandadas por Barceló lo derrotaran en cuestión de horas. En un último y desesperado esfuerzo, ordenó a Liberiano González que iniciara el contraataque desde Alcalá de Henares. Poco a poco, la columna de González fue ganando posiciones hasta llegar a Nuevos Ministerios, donde se enfrentó a las brigadas comunistas. Las fuerzas de Casado tuvieron que recurrir a la artillería para destruir la treintena de viejos carros de combate y destartaladas tanquetas que los comunistas desplegaron en las sedes del PCE, situadas en las calles de Serrano y Antonio Maura. Tras varios días de encarnizados combates, el 12 de marzo los comunistas fueron definitivamente derrotados por los casadistas El Consejo Nacional de Defensa aprobó entonces la condena a muerte del coronel Barceló, el militar de más alto rango que había permanecido leal al gobierno de Negrín, y del comisario político José Conesa. Casado afirmó que se había indultado a los demás “implicados”, pero muchos comunistas lo culparon de haberlos mantenido en prisión hasta que las tropas franquistas entraron en Madrid. Eso fue lo que les ocurrió al jefe de artillería Domingo Girón, al teniente coronel Ascanio y al secretario del Comité Provincial de las JSU, Eugenio Mesón: los casadistas los enviaron a la cárcel y allí los dejaron hasta que los nacionales tomaron Madrid y los atraparon con total facilidad. Poco después, Barceló y Conesa fueron fusilados en las tapias del madrileño cementerio del Este (actualmente, de la Almudena). A los comunistas se los acusó de traidores a la patria y el Diario Oficial del día 17 de marzo publicó un decreto de Miaja por el que quedaba suprimida la estrella de cinco puntas en el uniforme.
Julián Besteiro dando un discurso en el Sindicato Nacional Ferroviario |
El 18 de marzo, Besteiro se dirigió a los madrileños a través de los micrófonos de Unión Radio: “Ha llegado el momento de que este Consejo Nacional de Defensa se dedique por completo a su misión fundamental y, en consecuencia, se dirige a ese gobierno para hacerle presente que estamos dispuestos a llevar a efecto negociaciones que nos aseguren una paz honrosa y, al mismo tiempo, puedan evitar estériles efusiones de sangre. Esperemos su decisión”.
FRANCO NO ACEPTA CONDICIONES
Pero lo que Franco quería era una capitulación de la República sin condiciones, para dejar constancia de quién había sido el vencedor y quién el vencido en aquella cruenta guerra. El 27 de marzo, el jefe del Ejército del Centro comunicó a Casado que algunas unidades se estaban pasando al enemigo en la Casa de Campo y la Ciudad Universitaria.
Antes, el 23 de marzo, el Consejo Nacional de Defensa envió al teniente coronel Antonio Garijo y al comandante Leopoldo Ortega a Burgos para proponer a los militares rebeldes una rendición y evacuación escalonadas y pedir que no tomaran represalias contra los dirigentes del Frente Popular. Los franquistas exigieron la entrega simbólica de las Fuerzas Aéreas republicanas en tan solo dos días, lo que resultaba imposible de cumplir. Dos días después, protestaron porque los republicanos no habían entregado todavía sus aviones y dieron por concluida la negociación.
Batalla de Valencia |
En la madrugada del 27 de marzo, Franco ordenó no esperar más y lanzar una ofensiva que apenas encontró resistencia republicana. Donde los sublevados encontraron mayor respuesta fue en el Frente de Levante, debido a que era por el puerto de Valencia por donde los dirigentes republicanos salían hacia el exilio. La situación cambió por completo 24 horas más tarde, cuando el Consejo Nacional de Defensa comunicó a los que huían de Madrid que debían dirigirse hacia Alicante, donde esperaban barcos para sacarlos de España, lo que era falso. En ese momento, las tropas republicanas cesaron su resistencia y abandonaron Valencia, que quedó en manos de la Quinta Columna. Horas después, los rebeldes ocupaban la ciudad. El coronel Losas, en nombre de Franco, tomó posesión de Madrid a las 12:00 del 28 de marzo de 1939. Horas antes, miembros de la Falange clandestina ya habían ocupado cuarteles y centros oficiales. Los primeros camiones con tropas franquistas entraron en la ciudad y fueron recibidos con sorprendentes muestras de entusiasmo. El 31 de marzo, los últimos enclaves republicanos se rindieron. El sueño de una República capaz de modernizar la sociedad española se desvaneció entre cánticos falangistas, vivas a Franco y oficios religiosos.
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