Aviador y escritor francés, durante el conflicto español se convierte en testigo de las penalidades de una guerra fratricida que plasmaría en sus obras posteriores como un reflejo de la contradictoria condición humana
Como un rara avis, se podría calificar a este escritor francés nacido en los albores del siglo XX en una acomodada familia lionesa. Literalmente ave extraña, su pasión por la aviación marcaría la trayectoria de su literaria vida y de su muerte, acaecida en el transcurso de una misión de reconocimiento, asignada a petición propia durante la Segunda Guerra Mundial, junto a la Resistencia Francesa en Córcega, cuando su avión es abatido por las fuerzas alemanas y desaparece en el océano. Sólo tenía 44 años y algunas fuentes apuntan a un posible suicidio.
Es durante el servicio militar, en 1921, cuando queda fascinado por la aeronáutica y decide convertirse en piloto aunque su relación con la escritora Louise de Vilmorin, a la que aterrorizaba la idea, consigue postergar el ejercicio profesional de esta actividad. Tras su ruptura, en 1926 comienza a ejercer como piloto comercial de Aeropostale y publica su primer relato, El Aviador, en la revista Navire d'Argent editada por su amigo Jean Prouvost. Ya en 1927, destinado al aeropuerto de Cap Juby (Río de Oro, Marruecos) descubre el desierto que le inspiraría para escribir su primer libro, Correo del Sur. Esta dinámica sería una constante en su producción literaria. Así, en 1929, al ser nombrado director de la Compañía Aeropostal argentina y encargarse del trayecto de Patagonia, Saint-Exupéry destila de la experiencia Vuelo nocturno, obra en la que destaca la superación del hombre ante las dificultades y con la que alcanza un relevante éxito tanto comercial como de crítica, concediéndosele el premio Femina de 1931.
En abril de ese mismo año contrae matrimonio con Consuelo Sucin, con la que vive una tormentosa relación que se va deteriorando paralelamente a su labor profesional. El mes anterior, la Compañía Aeropostal había declarado la suspensión de pagos, por lo que el aviador decide embarcarse en una serie de gestas aéreas que acaban en un accidente en el desierto de Libia el 1 de enero de 1936 del que es rescatado in extremis.
Tras recuperarse de las lesiones y de esta inestable etapa, Antoine de Saint-Exupéry acepta la oferta del diario francés L'lntransigeant para trabajar como reportero en España, donde acaba de estallar la Guerra Civil.
Estamos en el verano de 1936. En este viaje, el aviador desarrollará una reflexión sobre la guerra que más tarde inspirará algunas de las obras que le consagraron como escritor. Páginas enteras de El Príncipito, la obra que le catapultó a la fama mundial; Tierra de hombres, escrito en 1939 durante un periodo de convalecencia tras otro accidente de aviación y por el que recibió el Gran Premio de novela de la Academia Francesa; o La Cludadela, publicada postumamente, encuentran sus precedentes en sus escritos sobre la Guerra Civil española.
Saint-Exupéry llega a España el 12 de agosto de 1936. "Ya estoy sobre los Pirineos -escribe al cruzar la frontera-. He dejado tras de mí la última ciudad feliz. Aquí la gente se mata. Lo más extraño es no descubrir el incendio, las ruinas y las muestras de aflicción de los hombres, no se ve nada de esto (...)".
En Barcelona todo es aparentemente normal. "Montones de gente paseando tranquilamente por la Rambla", sólo algunas barreras de milicianos "que basta una sonrisa para franquear". De aquí partirá la reflexión de Saint- Exupéry: el drama está en las conciencias. "En la Guerra Civil, la frontera es invisible; pasa por el corazón del hombre. Y sin embargo, en mi primera noche he podido tocarla (...)".
El 15 de agosto de 1936, tres días después, aterriza en Lérida, a pocos kilómetros del frente. La ciudad está tranquila, pero la situación es complicada. "Pueblos amigos, pueblos rebeldes, pueblos dudosos que cambian de la noche a la mañana. No existe una trinchera que, con la precisión de un cuchillo, separe adversarios. Tengo la impresión de que estoy enfangado en una ciénaga (...)".
Por encargo del periódico Paris-Soir, Saint-Exupéry volvería a España en varias ocasiones. Sus artículos adquieren un tono más universal, como un intento de advertir a Europa de que lo que está ocurriendo en España le afecta profundamente.
En octubre de 1938, Saint-Exupéry parte hacia el frente. "(...) Avanzamos por el campo. (...) Acompaño hasta la linde de ese mundo a quienes han recibido la misión de bajar al fondo del estrecho valle que nos separa del adversario. Tiene unos 800 metros de ancho. (...) Nos acompaña ese comisario cuyo nombre he olvidado, pero cuyo rostro no olvidaré jamás: 'Ya los oirás -me dice- Cuando estemos en primera línea vamos a llamar al enemigo que ocupa la otra ladera del valle... A veces hablan...'. El grupo sigue avanzando, en el silencio de la noche. 'Sí, aquí, algunas veces contestan... Otras son ellos los que llaman... Y algunas, no dicen nada. Depende de su humor...'. Alguien enciende un cigarrillo y se oye silbar una ráfaga de balas. 'Sólo ha sido un toque de atención: no hay que encender el cigarrillo frente al enemigo'. Sin embargo, continúa la idea de establecer comunicación.
-'¿Dicen algo? me gustaría oír...'
-'Hay uno... Antonio... A veces dice algo'.
-'Llámale,..'.
El comisario se pone de pie, toma aire y grita, fuerte y despacio:
-'¡An.,.to...ni..,o!'
-Agáchate, a veces, cuando les llamamos, disparan'.Esta vez no. Continúa el silencio.
-'¡Eh! ¡Antonio! ¿Estás ahí..,?'. Nadie contesta. Sin embargo, sólo encender un cigarrillo ha provocado los disparos: este silencio denso manifiesta una actitud expectante.
-'No sabes hacerle hablar, déjame a mi...: ¡Soy yo, León...! ¡Antonio...o!'. Un grito lejano, incomprensible, responde.
-'¡Ehí!'Más tarde otra voz:
-'Callaos... acostaos... es hora de dormir'». La comunicación es escueta, pero densa. Esta respuesta breve -escribe Saint-Exupéry— "nos exaltaba". Y reflexiona "(...) Hemos lanzado una débil pasarela en la noche, a lo desconocido, y esta pasarela enlaza las dos riberas del mundo. Abrazamos a nuestro enemigo antes de morir por su causa".
Una vez más la frontera invisible. Los soldados llaman por su nombre a sus compañeros de la trinchera enemiga.
Saint-Exupéry se niega a dejarse encasillar en su actitud ante el conflicto español: su posición es, más que política, "una actitud frente al hombre". Cada uno lucha por ideas. "El enemigo se encuentra dentro, casi podría decirse que cada uno lucha consigo mismo".
La solución no vendrá de ayudas externas, sino de un cambio de ideal. Es necesario "dar un sentido a la vida de los hombres: cuando luchan por un ideal, los hombres son capaces de salir de sí mismos y entregarse. Pero son necesarios ideales que no lleven a la destrucción...", "Sí, lo he sentido intensamente... Una guerra civil no es una guerra, es una enfermedad (...)".
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