Ministro de Hacienda en el primer Gobierno franquista y pieza clave del sistema financiero nacional, dimite después de la Guerra tras imponer Franco una dictadura en vez de una monarquía, de la que siempre fue partidario
A pesar del desafortunado grito del general Millán Astray -fundador de la Legión- en la Universidad de Salamanca el 12 de octubre de 1936: "Muera la inteligencia, viva la muerte", el bando nacional cuenta entre sus filas con una serle de individuos que antes, durante y después de la Guerra ponen su esfuerzo y capacidad intelectual al servicio de la sublevación y del Régimen que saldrá fruto de su triunfo en la Guerra Civil. Dentro del ámbito de la economía, destaca, entre ellos, Andrés Amado, ministro de Hacienda en el primer Gobierno nacional y hombre clave en el sistema financiero de Franco durante el conflicto.
Andrés Amado y Reygondaud nace en Galicia en 1886. Estudia Derecho en la Universidad Central de Madrid y, una vez licenciado, aprueba las oposiciones del Cuerpo de Abogados del Estado. De tendencia monárquica, su actividad política está íntimamente ligada a su paisano y amigo José Calvo Sotelo, quien le designa director general del Timbre en 1925, en plena dictadura de Primo de Rivera. Con la dimisión de Calvo Sotelo como ministro de Hacienda en 1930, Amado abandona su cargo y vuelve a su puesto de funcionario del Estado, aunque continúa en contacto con el dirigente derechista y el entorno conservador, colaborando con Unión Monárquica Nacional.
En 1933, Amado se une al partido Renovación Española. A finales de 1934, es uno de los fundadores del Bloque Nacional, tras las negociaciones de la CEDA, los carlistas y los monárquicos para presentarse unidos a futuras elecciones. Cuando se celebran los comicios de 1936, Amado es elegido diputado del Bloque en las Cortes por la provincia de Orense.
Cinco meses más tarde, el asesinato de su jefe de filas, José Calvo Sotelo, prende la mecha de la rebelión militar. Desde el primer momento, Andrés Amado se une a los sublevados, poniendo su condición de experto en temas fiscales del bloque alfonsino al servicio de la rebelión militar.
Con la creación de la Junta Técnica del Estado -sucesora de la Junta de Defensa Nacional- el 3 de octubre de 1936, Andrés Amado es llamado para presidir la Comisión de Hacienda, formada mayoritariamente por militares, y cuya sede se encuentra en Burgos. Andrés Amado es uno de los representantes del sector monárquico en la Junta Técnica.
Desde su puesto, se dedica a normalizar las finanzas nacionales y a crear diferentes óganos de gestión de los asuntos económicos. Sus principales decisiones tienen que ver con el comercio exterior y la financiación de la Guerra, además de regular el control del oro, la circulación de las monetarias de plata y el estampillado de los billetes. Una de sus primeras actuaciones es la obtención del primer préstamo exterior de los nacionales, otorgado por el portugués Alfredo da Silva por un total de 175.000 libras. También abre una cuenta en el Banco de Portugal para centralizar los pagos del material de guerra adquirido en el país vecino.
Otras medidas de Amado son la reorganización de las sociedades anónimas y las Cámaras de Comercio, Industria y Navegación, y el decreto que suspende las normas de control estatal sobre la banca privada. Junto a ellas, también adopta disposiciones de menor trascendencia, que sólo dan respuesta a necesidades cotidianas, como los sueldos y jubilaciones de los funcionarios.
Amado es uno de los escasos -según Serrano Suñer, el único- de los componentes de la Junta Técnica con peso político y capacidad de gestión. Pero su independencia disgusta sobremanera a los militares, y en especial a Franco. Por ello, cuando se comienza a gestar el primer Gobierno ministerial de la zona nacional -en cuya organización participa Amado, a finales de 1937, junto a Ramón Serrano Suñer-, el propio Suñer tiene dificultades cuando le propone para ministro de Hacienda, ya que es demasiado independiente para los gustos del Caudillo.
Aun así, Andrés Amado aparece como el hombre más capaz para llevar una economía en proceso de reconstrucción. Por ello, ocupa la cartera de Hacienda, que había rechazado Serrano Suñer por considerar más lógico que lo asumiera alguien con mayor capacidad profesional. Y así, el 30 de enero de 1938, jura su cargo junto al resto de miembros del Gobierno, en el Monasterio de Las Huelgas Reales de Burgos.
Al igual que en la Junta Técnica, Amado representa a los conservadores monárquicos en el Gobierno, frente a los camaradas falangistas, aunque su nombramiento se debe más a su cualificación profesional y competencia técnica que a su militancia política. Como todos los ministros, representa las tendencias pactistas de su partido -en este caso los monárquicos alfonsinos- frente a los sectores menos afectos a Franco. Esta conveniencia le obliga a afiliarse a Falange, requisito imprescindible para formar parte del Gobierno.
Su nombramiento como ministro de Hacienda garantiza la continuidad de una línea de gestión basada en un fuerte intervencionismo estatal, de acuerdo con el sentido corporativo del nuevo Estado franquista. No obstante, Amado se opone a la aprobación del Fuero del Trabajo, el 10 de marzo de 1938, precisamente por su excesivo intervencionismo. Su trabajo es reconocido por el ministro de Justicia, el conde de Rodezno, que en su diario le define como "un excelente burócrata".
Pero Amado acaba enfrentándose a Serrano Suñer y al propio Franco. Desde luego, para un hombre como él, celoso de la eficacia y la profesionalidad en la gestión de las finanzas nacionales, los escasos conocimientos de Franco y, sobre todo, su afán de intervenir en todas las decisiones de los consejos de ministros tenían que crisparle necesariamente. El conde de Rodezno cuenta en su diario que en un consejo celebrado en octubre de 1938, Franco propone un procedimiento para el pago de las deudas. Ante la "simpleza" de sus ideas, Amado dice en privado: "Este hombre está en la luna; esto es de tertulia de café".
En cuanto a Serrano Suñer, Amado llega a confesar que no puede convivir con él bajo el mismo techo. Su protagonismo absoluto, y el ninguneo al que Franco y él someten a los ministros, le indigna, y hace causa común con Juan Antonio Suanzes y el conde de Rodezno en su deseo de apartarle del Gobierno.
Por otro lado, el fin de la Guerra saca a la luz la falta de claridad sobre el futuro institucional de España. La cuestión de la restauración de la Monarquía se pospone -para acabar diluida en la Ley de Sucesión de 1947-, con la consiguiente irritación de Amado, monárquico de toda la vida, que cesa como ministro en agosto de 1939. Desengañado de su labor en el Gobierno, dice: "[Franco] termina de utilizarlo a uno y es como si cayera un telón infranqueable que borra hasta el recuerdo. Yo salí de este Consejo convencido de que no volvería a verle ni a hablar con él, y así ha sido", y remacha: "¡Al carajo!".
A partir de entonces, Andrés Amado permanece apartado de la política activa, hasta su muerte, en Madrid, en el año 1964.
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