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miércoles, 29 de enero de 2014

Francisco Gómez Jordana (1876 -1944)

Veterano militar, el primer conde de Jordana se adhiere al bando nacional desempeñando un papel clave en los decisivos problemas diplomáticos a los que se enfrenta el régimen del general Franco

El juicio de la Historia, siempre ventajista en tanto que retrospectivo, terminó dándole la razón, Francisco Gómez-Jordana, el ministro de Exteriores a quien Paul Preston califica literalmente de "empequeñecido", y no sólo en estatura física, por la figura de su sucesor Ramón Serrano Suñer, se convertiría para la posteridad en la némesis de éste y en la persona que acertó a conducir la diplomacia española por el camino adecuado. Siempre fiel a Franco, nunca tuvo el valor de contestar las simpatías filofascistas de los dos cuñados pero, cuando, por casualidad o no, coinciden en el tiempo el ocaso de la Wehrmacht y el del arquitecto jurídico del Régimen, lograría conferir a España una imagen tan neutral como lo permitieron las veleidades del Caudillo.

Gómez-Jordana ya había desempeñado tareas diplomáticas en otro momento crítico de la política exterior española: la Guerra de Marruecos, en la que reedita la trayectoria, el espíritu y hasta los apellidos de su padre, que une en sí mismo en 1920. Hasta ese momento fue Francisco Gómez Souza, nacido en 1876, alumno de la Academia General de Toledo y veterano de Cuba. De vuelta en España, da clase en el Cuerpo de Estado Mayor hasta que su padre es nombrado comandante general de Melilla en 1912, el año en que España y Francia se reparten el Protectorado. El ya teniente coronel Gómez Souza, además de participar en varias operaciones, colabora entonces en las altas esferas y, cuando su padre accede a Alto Comisariado en 1916, llega a jefe del Estado Mayor del Ejército de África, puesto desde el que encabeza las negociaciones con el líder rebelde El Raisuni.

El Alto Comisario, como la mayoría de los militares, deploraba la estrategia de mera contención que los políticos de la Restauración imponían al Ejército en Marruecos y señalaba Alhucemas como el punto clave; su muerte en 1918, debida clínicamente a un derrame cerebral y al problema de Marruecos según su hijo, le impidió asistir al cambio de planteamiento. Sin embargo, las ideas del padre sobrevivirían en el ya rebautizado como Francisco Gómez-Jordana, Primero, porque permanece al frente del Ejército de África bajo el nuevo Alto Comisario, el general Dámaso Berenguer, futuro jefe de Gobierno en plena huida hacia ningún sitio de Alfonso XIII, y luego como miembro del Segundo Directorio Militar de Primo de Rivera, que le encarga los asuntos marroquíes en febrero de 1924. Según el historiador Carlos Seco Serrano, la convicción que Gómez-Jordana había heredado de su padre influyó en la evolución de un Primo de Rivera inicialmente proclive a la retirada de las tropas.

1925 es quizá el annus mirabllis de la vida de Jordana. Accede al generalato, desempeña interinamente la jefatura del Gobierno en las ausencias de Primo de Rivera, es nombrado presidente de la conferencia hispano-francesa que concierta el desembarco de Alhucemas, diseña la operación por parte española, asiste al triunfo que desagravia al maltrecho gremio militar y se le designa director general de Marruecos y Colonias. Al año siguiente, sus servicios son recompensados con el protagonismo de rubricar el Tratado de Amistad con Francia y con el título de conde de Jordana, y, en 1928, tiene la satisfacción de heredar el Alto Comisariado de Marruecos que la muerte había arrebatado a su padre un decenio antes.

Después tocarían las vacas flacas. Con el advenimiento de la República, Jordana se apresura a presentar su dimisión, y su colaboración con la Dictadura le pasa factura en forma de desposesión de su cargo, expulsión del Ejército, condena por delito de alta traición y dos periodos de cárcel, a pesar de la defensa de su abogado José María Gil Robles. De acuerdo con la tónica habitual en la República, el bienio radical-cedista lleva la contraria al anterior y rehabilita a Gómez-Jordana con el grado de teniente general que poseía al producirse el cambio de régimen.

En ésas llega el nuevo vuelco del marco jurídico, en el que Jordana no participa de forma directa. El golpe le pilla yendo a San Rafael (Segovia) a pasar las vacaciones. Por suerte, el portero de su casa de Madrid no delata su paradero a los milicianos que acuden a saludarle el 19 de julio y, tras unos días en El Espinar y Segovia, llega con su familia a Valladolíd. Sólo en los primeros días de agosto se pone en contacto con los líderes de la sublevación.

El 14 de ese mes, el presidente de la Junta de Defensa, Miguel Cabanellas, le llama a Burgos y, según el diario de Jordana, le pregunta: "¿Podemos contar contigo al presente o al mañana?", refiriéndose a si participará en las operaciones militares o sólo cuando éstas finalicen. El interpelado, prudentemente, contesta que sería mejor no entrar en liza tan pronto, dado que su rango militar (superior al de Emilio Mola) podría crear problemas, y él, muy celoso de su graduación, se niega a un cargo subalterno: "Tienen la idea absurda", anota tres días después, "de que yo debía prestarme a ser jefe del Estado Mayor del general Mola", El 31 de agosto, rehúsa también el puesto de inspector general de la Guardia Civil que le ofrece el Director, si bien reconoce con la boca pequeña que "comprendía que éstos eran momentos de sacrificio y que por lo tanto no había de regatear mi concurso si ello había de redundar en beneficio de la causa".

A tal concurso recurrirán los alzados en noviembre, cuando Jordana se entera por la radio de su nombramiento como presidente del Alto Tribunal de Justicia Militar, Seco Serrano asegura no tener duda de que este puesto significaría para Jordana "un sitial de espinas", aunque sólo tenga que firmar las sentencias de muerte que ordena directamente Franco. Desde luego, es revelador que su diario no haga ninguna mención a la labor que allí desempeñó.

Le exime del cometido la muerte de Mola en junio de 1937, que coloca al mando del Ejército del Norte a Fidel Dávila, hasta ahora presidente de la Junta Técnica del Estado, y a Gómez-Jordana en sustitución de éste último. Pero el órgano de Burgos le produce ya el primer día "una pésima impresión" y a la semana le deja "descorazonado" por "la casi imposibilidad de arreglar este maremágnum". La Junta se halla alejada del cuartel general del Generalísimo en Salamanca, padece el carácter asistemático de Nicolás Franco ("hombre genial pero desbarajustado", le describe Jordana) y ha de gestionar los caprichos de Queipo de Llano, virtualmente autónomo en Sevilla y con quien Jordana mantiene varias discusiones. En tales circunstancias, éste será, junto a Ramón Serrano Suñer pero por razones pragmáticas y no doctrinales, el asesor que más trate de persuadir a Franco de la necesidad de constituir un Gobierno estable. En diciembre llega a escribir: "Mi labor es cada vez más penosa y difícil. ¡Veremos lo que dura!".

La investidura del Gabinete tiene lugar en febrero de 1938. Pero, a pesar de que el veterano y prestigioso militar es nombrado nada menos que vicepresidente y responsable de Exteriores, cargos por los que le felicita por escrito Alfonso XIII, el verdadero plenipotenciario es Serrano. La vicepresidencia de Jordana carece de funciones concretas, depende de las que delegue el jefe del Estado, su orientación es meramente coordinativa para cuando no esté Franco y tampoco puede firmar decretos. Mientras tanto, la prensa falangista emprende una campaña "ególatra y absurda de propaganda, en la cual aparece siempre la figura de Serrano Suñer", según se queja Jordana en privado. Recíprocamente, para Serrano, el monárquico Jordana, aunque le merece respeto por su moderación y su buena disposición a adoptar los símbolos de Falange, no deja de ser un hombre "de otro tiempo y otra mentalidad".

En cuanto al Ministerio de Asuntos Exteriores, a los ocho meses le parece a su titular "un buen embolado" y "el más complicado y difícil de todos". Asegura: "Sólo mi amor a España y a la causa que defendemos me alientan y me dan fuerzas para soportar la carga". Jordana litiga en el Comité de No Intervención y trata de combatir la buena imagen de la República en Francia e Inglaterra. Pero los falangistas quieren otra cosa. Ven en él a un anglofilo, muy lejano a Italia y Alemania, que jamás haría nada por reparar "el crimen de Gibraltar".

Serrano no tarda en querer extender hacia la diplomacia la preeminencia absoluta de que goza en el interior. Y, a pesar de que poco antes de la Conferencia de Múnich Franco promete su neutralidad en caso de guerra, acaba teniendo éxito en el empeño. En marzo de 1939, España firma el Tratado Anti-Komintern con Italia, Japón y Alemania y otro de amistad con ésta última, mientras a Jordana le toca minimizar la importancia de estos gestos ante sus interlocutores británicos. El teórico ministro de Asuntos Exteriores protesta ante Franco por la intromisión de Serrano en su parcela y recoge en su diario: "Semana de lucha enorme para contrarrestar la propaganda tendenciosa y nociva en extremo para nuestra política internacional. Todos mis esfuerzos por lograr que sea yo, como responsable, el que lleve la dirección de la política internacional, son completamente inútiles porque el ministro de Gobernación y Propaganda, en su desmesurado afán de invadirlo todo, y la colección de inconscientes que le rodean, que se atribuyen todas las inquietudes del Movimiento, campean por su respeto sin freno".

Jordana sale inicialmente derrotado en la batalla. El 8 de agosto, a menos de un mes del estallido de la guerra mundial, Franco remodela su Ejecutivo y, en una decisión impulsada por Serrano, le aparta de la dirección de la diplomacia española que recaerá un par de meses en el coronel Juan Beigbeder y luego en el propio cuñado; sintomáticamente, los dos fervientes partidarios de la asociación de España con el Eje.

Al ex ministro se le retira a presidir el simbólico Consejo de Estado, y lo cierto es que, aun siendo plenamente consciente de que se le ha defenestrado por no estar en la cuerda del cuñadísimo, en principio parece muy satisfecho por la carga que le han quitado de encima, hasta que asiste con pavor a la deriva de los acontecimientos europeos y a las velas que Franco y Serrano les ponen a Alemania e Italia. Sin llegar a rechistar públicamente, en junio de 1940 escribe en su diario: "Dios ayude a España y la proteja evitando que entre en el conflicto, pues ello sería catastrófico para nosotros".

Serían las rivalidades internas las que harían de ángel protector de nuestro país, cuando el lobby militar, preferentemente monárquico, conservador y proclive a la neutralidad, según Carlos Seco y el periodista Miguel Platón, termina venciendo en su litigio con el omnipotente falangista, gracias a la inquietud que el general Varela y Carrero Blanco consiguen despertar en Franco ante el poder que está adquiriendo su cuñado. El jefe del Estado prescinde de Serrano y Gómez-Jordana vuelve a Asuntos Exteriores en septiembre de 1942. Paul Prestan no se cree la posterior versión oficial de que esta sustitución marcara también el cambio en la orientación internacional, ya que Franco pensaba nombrar a Jordana para Defensa y sólo le encomienda Exteriores al fallarle sus dos primeros candidatos.

Cualesquiera que fueran las intenciones de Franco, la simpatía de Jordana  por los aliados tendrá su efecto en la rehabilitación posterior de España, aun cuando un Franco muy interesado en la situación internacional se reúne con él casi a diario, imparte las directrices y contradice a menudo su supuesta neutralidad con palabras y hechos como la exportación de wolframio a Alemania. Pese a todo, las potencias anglosajonas prometen no atacar España mientras se mantenga en la situación presente, y en 1944 firman los llamados Acuerdos de Mayo, que pavimentan el posterior reconocimiento de la España de Franco. Además, se constituye el Bloque Ibérico con Portugal, en tanto que la actuación de Japón en Filipinas justifica la ruptura de relaciones con el otro amigo inoportuno y España se llega a permitir el lujo de vender la versión de un doble frente, anti-soviético y anti-alemán. Por todo ello, el segundo periplo del conde de Jordana en el Ministerio merece un elogio rendido del historiador británico Arnold Toynbee, que relata cómo "los representantes aliados se encontraron con un hombre de grandes dotes de integridad, firmeza y buen sentido, cuyo propósito era evitar que España se viera arrastrada a la guerra por cualquiera de los beligerantes, y que nunca estuvo sometido a la fascinación del Eje".

De puertas adentro no hubo tantos aplausos. Los falangistas no se conforman con la hegemonía en lo simbólico ni con la promoción que han experimentado hacia todos los brazos de la Administración, y se resisten a perder su preponderancia real también en el ámbito diplomático. La prensa, que sigue mayoritariamente en sus manos, empequeñece o silencia los logros de Jordana, y Franco le escatima frecuentemente los elogios. En 1944, en los que serán sus últimos meses de vida, el ministro lamenta repetidas veces en su diario este menosprecio y su aislamiento dentro de un Gobierno todavía germanófilo. El 9 de mayo, por ejemplo, escribe un expresivo: "Qué asco de vida, y qué cantidad de patriotismo hace falta para trabajar con tan poco estímulo".

El 10 de agosto, Francisco Gómez-Jordana muere de una angina de pecho en San Sebastián, donde acababa de trasladarse con su familia. Franco ni siquiera envía sus condolencias

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