Pionero de la Aviación española, ostenta la jefatura del
Arma aérea nacional, pero tras la Guerra, su apoyo a la monarquía le lleva a
ser marginado por Franco, a cuyo nombramiento como Caudillo contribuyó
decisivamente
Concluida la Guerra Civil, Alfredo Kindelán; afronta
ilusionado el cargo de capitán general de Cataluña. A sus 60 años es una
eminencia de la Aviación española, tiene a sus espaldas una brillante
trayectoria como ingeniero y piloto en los ámbitos civil y militar, y acaba de
cumplir su sueño de vencer al Ejército de la República. Tres años atrás, en
1936, encontró en la sublevación militar una esperanza que le llevó a suspender
su retiro voluntario en Suiza, donde trabajaba como ingeniero en una empresa privada
desde que su amigo personal Alfonso XIII tuvo que partir hacia el exilio. Y
consagró todos sus esfuerzos como jefe de las fuerzas aéreas nacionales a
combatir la bandera tricolor.
Ahora, con la misión cumplida, asume sus nuevas
responsabilidades esperando el momento de ver regresar a su rey. Y así lo
expresa en forma de carta y junto a otros generales en 1943. Tres años después
vuelve a repetir su petición, por lo que Franco le destituye de su cargo y le
envía a las islas Canarias.
Desde allí lamentará públicamente el gran error de su vida,
porque fue él quien, en septiembre de 1936, impulsó con todas sus fuerzas al
general Franco a la jefatura del Ejército sublevado y, por ende, a la del
Estado; convencido de que una vez ganada la Guerra traería de vuelta al
monarca exiliado.
Alfredo Kindelán Duany nace en Santiago de Cuba el 13 de
marzo de 1879. Hijo de un militar español destinado en la isla, con 14 años
ingresa en la Academia de Ingenieros de Guadalajara y se convierte en piloto
de globo libre del Servicio Aerostático. Con el tiempo, a este título añadirá
el de piloto de dirigibles -en 1905 había construido, junto a Torres Quevedo,
el primer dirigible español- y, por último, obtendrá el carné número 1 de
piloto militar de aeroplanos, convirtiéndose así en el primer español que
ostenta el título de piloto en las tres especialidades.
No es casualidad que la cátedra creada por el Ejército del
Aire en 1988, con motivo del 75 aniversario de la Aviación militar española,
fuera bautizada con el nombre de Alfredo Kindelán. Su vida transcurre entre
aviones, una industria que entonces, en nuestro país, se encontraba en pañales, Kindelán no se
limita a pilotar aparatos: la investigación, la instrucción, la ingeniería y la
experimentación son otras actividades que Kindelán abordará tarde o temprano,
convirtiéndose en una suerte de experto aeronáutico pluridisciplinar. Una vez
dominado el arte de pilotar aviones, en 1911 se pone al frente del aeródromo
de Cuatro Vientos (Madrid) y, dos años más tarde, al crearse el Servicio
Aeronáutico Militar, marchará a Marruecos al frente de la escuadrilla aérea
española. Allí, en 1923, durante una misión de bombardeo en la zona de Tizzi
Azza, cae herido y se ve obligado a permanecer un año apartado del servicio
activo. Pese a este percance, Kindelán, como Franco, Alonso Vega y otros
militares, se labra una brillante hoja de servicios en África, contando entre
otros méritos su participación en el histórico desembarco de la bahía de
Alhucemas. Sus memorias sobre Marruecos quedan recogidas en un libro, Ejército
y política, donde detalla las operaciones y tácticas militares que el Ejército
español pone en práctica en tierras africanas.
Tras terminar sus servicios en Marruecos, Kindelán continúa
su carrera haciéndose cargo de la Jefatura Superior de Aeronáutica desde el
mismo momento de su creación, en 1926; ese mismo año recibe el ascenso a
coronel por méritos de guerra, un honor que había declinado anteriormente.
Alfredo Kindelán se ha convertido ya en uno de los más prestigiosos militares
de la monarquía. Su actividad se mantiene a un ritmo febril hasta 1931 pero el
30 de abril de ese año, ya proclamada la República, pide el pase a la reserva
para marcharse a trabajar a Suiza en una empresa privada del sector
aeronáutico.
Desde su exilio voluntario, sin embargo, permanece atento a
todos los movimientos de los conspiradores contra el régimen republicano,
tomando parte activa en las conjuras contra el Gobierno español desde abril de
1936. A la altura del mes de julio, Alfredo Kindelán se ha convertido en un
enlace eficaz entre los generales que preparan la sublevación. Será él quien
traslade al marqués de Luca de Tena la orden para fletar el Dragón Rapide, el avión
que trasladará a Franco desde las Islas Canarias hasta Marruecos, y será él
quien, en persona, tras ponerse a las órdenes directas del general Franco el
19 de julio, se traslade a la localidad gaditana de Algeciras para asumir allí
el mando de la sublevación. En Gibraltar, Alfredo Kindelán podrá utilizar las
comunicaciones telefónicas sin tener que pasar por ninguna línea española;
desde allí, los rebeldes hablarán con Roma y Berlín con plena libertad durante
las siguientes semanas.
La Aviación nacional quedará en sus manos durante toda la
contienda: la 1ª Brigada Aérea y varios grupos independientes; la
legionaria, que cuenta con escuadras de caza, bombardeo pesado y rápido y la
aviación de Baleares, y la Legión Cóndor. La actuación de Kindelán será
cuestionada, sin embargo, por los excesos de las aviaciones italiana y
alemana; para algunos, el jefe del Aire del bando nacional les deja demasiada
libertad de movimientos, que se traduce en la utilización de la Guerra Civil
española como banco de pruebas para los escuadrones del Eje de cara al conflicto
internacional que se avecina.
Al margen de su labor como jefe de la Aviación nacional,
Alfredo Kindelán protagonizará durante la Guerra un acontecimiento cuya
trascendencia se extenderá mucho más allá de la evolución de los frentes. En
septiembre de 1936, . ; tos generales sublevados y el propio Kindelán en
su condición de jefe del Aire -es el único de los presentes que no ostenta el
título de general-, se reúnen en Salamanca para elegir un mando único en las
fuerzas nacionales; Kindelán presiona para que esa tarea se lleve a cabo cuanto
antes, pues los roces entre los generales son cada vez más frecuentes y
amenazan con minar la eficacia del Ejército nacional. Miguel Cabanellas, con
quien Kindelán ha chocado ya en varias ocasiones, no ve con buenos ojos la
figura de un mando único, y propone la creación de un triunvirato de
generales; pero, para Kindelán, no habría "manera mejor y más rápida de perder
la Guerra".
.
El hijo de Cabanellas, Guillermo, narra en La guerra de los
mil días los entresijos de aquella reunión. El líder de la Aviación no tiene
dudas sobre quién debe asumir esa responsabilidad: para él, Franco es el
hombre más capacitado para ello. Kindelán relata cómo, para conseguir sus
propósitos, "busqué una recomendación. Y, ya en esta vía, siguiendo las normas
clásicas, acudí como intermediario recomendante a un próximo pariente de Franco: a su hermano Nicolás". De nuevo, Miguel
Cabanellas se muestra más que reticente ante la perspectiva de poner en manos
del ferrolano el poder de la España nacional, pero Kindelán insiste. No sólo
porque está seguro de las cualidades de Franco, sino, sobre todo, porque ve en
él la persona que traerá de vuelta a Alfonso XIII. "No saben lo que han
hecho", les advierte el 28 de septiembre, un día antes de la publicación del
decreto, Cabanellas.
Y Kindelán pronto empieza a temer que el veterano general
tenga razón. Entre otras cosas, porque ha desaparecido del texto la limitación
del poder de Franco a un periodo determinado, "mientras dure la Guerra"; esa
frase, que el propio Kindelán había introducido para salvaguardar la
monarquía, ha sido eliminada del decreto.
Pero lo cierto es que, como demuestra la correspondencia de
la época entre Kindelán y Alfonso XIII, recogida en el libro postumo La verdad
de mis relaciones con Franco, el general no hace más que refrendar el apoyo del
rey exiliado a la causa nacional y al liderazgo de Franco.
Los hechos de 1940 vendrán a confirmar lo que ya se temía
Cabanellas: que Franco no sólo no va a traer de vuelta al rey Alfonso XIII,
sino que tiene la intención de permanecer en el poder de modo vitalicio, y no
va a permitir que nadie le estorbe en el camino. A Kindelán, Franco le quita de
en medio en cuanto se pronuncia a favor de la restauración monárquica, y el
jefe del Aire pasa el resto de su vida dedicado a la aeronáutica, su gran
pasión, y lamentando una y otra vez el error que no sólo dio el golpe de gracia
a la monarquía -nunca llega a ver el regreso de los Borbones en la persona de
Juan Carlos I: Kindelán muere en Madrid a los 83 años, el 14 de diciembre de
1962-, sino que, además, desembocó en una dictadura militar y vitalicia en
España en la persona que él mismo había contribuido, de manera decisiva, a
encumbrar al poder aquella tarde de septiembre de 1936. Se ha dicho que Alfredo
Kindelán llega a conspirar contra Franco en algún momento de su vida, y no duda en dejar por
escrito su famoso diagnóstico sobre el jefe del Estado, a quien, según los
síntomas que tan bien conoce Kindelán, le aqueja el mal de altura: "Es un
enfermo de poder decidido a conservar éste mientras pueda, sacrificando cuanto
sea posible, ciñéndolo con garras y con pico. Muchos le tienen por hombre
perverso y malvado; no lo creo así. Es taimado y cuco, pero yo creo que obra convencido
de que su destino y el de España son consustanciales (...)", Y añade: "Mareado
por la elevación excesiva y desarmado por la insuficiente formación cultural,
no sabe apreciar los riesgos de una prolongación excesiva de su Dictadura y
la cada día mayor dificultad de ponerle término (...)".
El régimen, por su parte, mantiene a Kindelán bajo una
estrecha vigilancia hasta su muerte; incluso el cuñadísimo Serrano Suñer cursa
órdenes para que ta policía italiana le espíe durante un viaje que realiza por
aquel país.
Pese a todo, Alfredo Kindelán es nombrado director de la
Escuela Superior del Ejército en diciembre de 1942 e ingresa más tarde como
miembro de número en la Real Academia de la Historia. Recibe toda clase de
honores, incluido el título nobiliario de marqués de Kindelán, y es condecorado
con la Medalla Aérea. Su pase definitivo a la reserva no se produce hasta
1947. Además de sus contribuciones al desarrollo de la Aviación española,
Kindelán deja como legado numerosos artículos y publicaciones. Y no
únicamente sobre la aeronáutica: sus recuerdos de la Guerra Civil quedaron
recogidos en Mis cuadernos de guerra (1936-1939).
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