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miércoles, 10 de diciembre de 2014

Réplica a unas palabras del general Mola, por Indalecio Prieto

El general Mola, según me dicen, pues yo no he tenido ocasión de oírle, ha contestado, también por Radio, al discurso que pronuncié el sábado desde el micrófono del ministerio de la Guerra. La síntesis de esa respuesta, según las referencias que de ella me dan, es negar fundamento a mis aseveraciones relativas a que triunfará en la presente guerra civil, como en todas las guerras, quien posea mayores elementos de resistencia, considerando, por tanto, baladí que el Gobierno disponga de todas las reservas en oro del Banco de España y estar en sus manos las zonas industriales del litoral. Según el general Mola, los rebeldes, entre cuyos caudillos figura, triunfarán rapidísimamente. 

No desconozco el valor que en esta clase de contiendas tiene la propaganda, y, por consiguiente, estimo atinado que el señor Mola apele, como apelamos nosotros, al procedimiento de difusión más poderoso y eficaz en estos instantes: el de la Radio, mereciendo la pena anotar que, al utilizarlo él, haya prescindido de las chocarrerías y necesidades que caracterizan los discursos radiofónicos de otros jefes de la insurrección. Declaro que tan notable diferencia no me sorprende, conociendo, como les conozco, a casi todos ellos. Sin haber llegado a tener trato directo con el general Mola, sé bastante de él desde que, como teniente coronel del regimiento de Andalucía, perteneció a la guarnición de Santoña. Cuando, en 1921, fue a Melilla a sustituir en el mando de los Regulares Indígenas a González Tablas, la primera vez que éste cayó herido, pedí antecedentes de Mola y los tuve, muy satisfactorios, a través de Gregorio Villarias. 

Los hombres nunca somos dueños de nuestros destinos. Mola no lo fue de los suyos. Una intima amistad con don Dámaso Berenguer le obligó a venir de Marruecos para hacerse cargo de la Dirección General de Seguridad cuando la monarquía agonizaba y eran inútiles todos los esfuerzos policiacos para salvar la vida de aquella Institución, en podredumbre. Posiblemente el desempeño de la Dirección General de Seguridad en circunstancias tan excepcionales y duras cambió el rumbo de la vida política de Mola, quien quizá, quizá, de no mediar ese período que hubo de caracterizarle singularmente, hubiese marchado por otros derroteros. 

Claro que en las «Memorias» publicadas por el general no hallará el lector atisbo alguno de esto que me atrevo a apuntar yo. Esas son cosas que, adheridas con fuerza a lo más íntimo del espíritu, las dejamos desprenderse para que vuelen libre y escandalosamente. Tales «Memorias» registran algunos aciertos y no pocos errores. Uno de estos últimos es el de atribuir mi desaparición de Bilbao, en diciembre de 1930, a raíz de la sublevación de Jaca, a una confidencia de Juan Donoso Cortés, entonces secretario del Gobierno Civil de Vizcaya. Hoy, que ya ha desaparecido de entre los vivos aquel pulcro funcionario, proclamo su completa inhibición en cuanto se refiere a mi fuga. Y otro yerro que estampa Mola en la colección de sus recuerdos es el de suponer que no habíamos descubierto a determinado confidente suyo, ofreciendo como prueba de ello el hecho de que la República le confiara un cargo bien retribuido. En efecto, la benevolencia, que toma frecuentemente aspecto de bobaliconería, y el paisanaje, que suele saltar sobre bastantes escrúpulos, otorgaron esa merced a un sujeto con respecto al cual ya había extendido yo, mucho antes de ser Gobierno el título de confidente, previniendo de ello a las personas en torno a las cuales andaba revoloteando. De modo que no todos estábamos en la higuera... 

Pero, sin darme cuenta, mi pluma ha empezado a esbozar la biografía del general Mola, y hasta se ha entretenido en minucias impropias de la ocasión, porque a lo que yo iba (y ahora voy a ello) es a replicar a las manifestaciones del general. 

¿De dónde infiere éste que la guerra civil será corta, porque a ella pondrá pronto término la victoria de los facciosos? No será, ciertamente, por los avances de las tropas que personalmente manda Mola, pues todas ellas están, poco más o menos, en los sitios donde se encontraban cuando se sublevaron. Podrán haberse movilizado las tropas en el Norte, dentro del área que ocuparon en el instante mismo de insurreccionarse; pero ¿qué extensión han conseguido en ese área? Ninguna absolutamente. Si acaso, habríamos de computarles repliegues, y no avances. ¿Cómo en avance desde Pamplona y Vitoria no se han adueñado de Guipúzcoa y Vizcaya? ¿Cómo no han ido desde Zaragoza sobre Cataluña y Valencia? ¿Cómo partiendo de Burgos, no han invadido Santander? ¿Cómo, desde Valladolid, no se ha caminado hacia Asturias? ¿Cómo, con todos los medios militares de Castilla la Vieja, no se ha entrado en Madrid? Pues, sencillamente, porque no se ha podido. Y cuando al cabo de tres semanas largas no cabe ofrecer en el balance militar más que una inmovilización desmoralizadora, las palabras anunciando un triunfo inmediato suenan a hueco.

Madrid era el objetivo de las fuerzas que Mola manda. Y tan presto creyeron sus compañeros los generales del Sur que la capital caería en sus manos, que incluso llamaban telefónicamente desde Sevilla preguntando por él al ministerio de la Gobernación cuatro o cinco días después del estallido. Y Madrid está indemne, habiendo, cuando no rechazado, contenido, en los puntos donde se presentaron por sorpresa, a las avanzadas que tenían encargo de abrir los boquetes por donde había de entrar victorioso en la capital el ejército de Mola

En cuanto a la eficiencia de las zonas industriales, supongo que el general con quien discuto cambiaría muy gozoso, si para el cambio se le ofreciera coyuntura, Galicia por Asturias, Burgos por Santander, Logroño por Vizcaya, Navarra por Guipúzcoa; Huesca, Teruel y Zaragoza juntas, no ya por Cataluña, sino por Barcelona sólo, y Soria, Ávila y Segovia por Valencia. 

Las palabras radiadas de Mola tienden a tranquilizar al buen burgués, a ese a quien se le hizo creer que todo iba reducirse a un cambio de decoración teatral, y que un día, acostándonos en una República democrática, al despertar del día siguiente nos hallaríamos bajo un régimen autoritario. 

Ahora ese buen burgués se encuentran con que no tendrá modo de rescatar los dineros que dio para la insurrección, sino que, además, está abocado a que se le conviertan en cenizas sus acciones industriales y bancarias y sus títulos de renta. Porque no cabe duda que al empobrecerse el pais, como se ha de empobrecer por la guerra civil, las primeras victimas del empobrecimiento serán los ricos, al pulverizárseles, por la devaluación, sus preciadísimos títulos mobilarios. 

No sé por que, acaso por suponerle más inteligente que a casi todos sus colegas en subversión, creo que el general Mola figura hoy, aunque no le deje entrever, en la lista de los arrepentidos. ¡Ah si pudiera retroceder hasta la víspera del día en que, por su encargo, el coronel García Escámez notificó la proximidad de la sublevación al segundo jefe de la Guardia Civil de Navarra! ¡Con qué gusto retraería semejante orden! Con la misma con que, seguramente, habría rehusado, en 1930, la Dirección General de Seguridad, de haber sabido lo que se le venía encima. 

(De «Informaciones»). 

El Día : diario de información defensor de los intereses de Alicante y su provincia Año XXII Número 6240 - 1936 agosto 12

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