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domingo, 24 de abril de 2022

Espionaje militar en la Guerra Civil

Hasta bien entrado el siglo XX España careció de un servicio de inteligencia equiparable con el de otros países europeos. Para subsanar esta carencia se creó el 27 de noviembre de 1912, bajo la dirección de Ramón Méndez Alanís, la Dirección General de Seguridad (DGS),  que, dada su orientación policial y anticonspirativa, no pudo evitar que, durante la Gran Guerra, numerosos agentes extranjeros actuaran en España con casi entera libertad.

Por todo ello, se hizo necesaria una reorganización que llegaría durante el breve mandato del general Emilio Mola, con la creación de un servicio específico de información que, entre otros éxitos, se apuntó el descubrimiento de la sublevación de Jaca, el 12 de diciembre de 1930. También montó una sección exterior en París al amparo del embajador José María Quiñones de León, si bien, dados los escasos medios de que disponía, esta tuvo que utilizar una agencia de detectives privados.

Sería bajo el ministerio de Guerra de Manuel Azaña, en 1932, cuando naciera el primer servicio de inteligencia militar como tal: la Sección del Servicio Especial (SSE) de la secretaría técnica del Estado Mayor Central . Dirigida por el general Carlos Masquelet Lacaci, en 1934 incorporaría un Servicio Especial de Contraespionaje y una Red Especial, presente en todas las unidades militares.

Su función consistía en “pisar la calle”, aunque fuera incapaz de desarbolar el Alzamiento. Quizá porque algunos de sus miembros, especialmente en el Protectorado de Marruecos, estaban comprometidos con los conspiradores.

Comienzo de la guerra

Al comenzar la contienda, tal como ocurrió en la sociedad, el Ejército estaba dividido, por lo que ambos bandos tuvieron que echar mano de lo que quedaba del antiguo SSE y las segundas secciones de las divisiones orgánicas, centradas en el análisis de los informes militares que les llegaban de las embajadas, para crear los  necesarios servicios de información. El problema surgió con los personalismos, las suspicacias ideológicas y el amateurismo de algunos entorpecieron su desarrollo. Con todo, pronto se observaría una distinta forma de actuar en ambos contendientes.

Del lado republicano, no solo la mayoría de partidos y los gobiernos autónomos de Cataluña y el País Vasco contaban con sus propios servicios de información, sino que el gobierno creó otros nuevos como el DEDIDE, el SIM, el SIEP, el SIEM, el SIEJ, etc., dependientes de distintos organismos y ministerios que poca o nula coordinación tuvieron entre sí y que, con demasiada frecuencia, más que colaborar, se estorbaban. Sin que podamos olvidar la pronta injerencia del NKVD y el GRU soviéticos.

También en el lado de los sublevados existieron diversas agencias, como el Servicio de Información e Investigación de Falange, o el muy eficaz SIFNE, pero, al igual que en lo político y militar, pronto se tendió a la unificación.

De carácter civil, aunque autorizado por el general Mola y en contacto con elementos carlistas, el Servicio de Información del Nordeste de España (SIFNE) creó una amplia red de espionaje, bajo la jefatura del conde de los Andes, Francisco Moreno Herrera principalmente, en Francia y Cataluña, aunque también en otras zonas de la retaguardia republicana, con un objetivo básicamente de información. De acuerdo con el embajador José Quiñones de León, actuaba a favor de la Junta de Defensa Nacional, y se extendió por toda la frontera noroeste, con centros en Francia e Italia.

La central, entre San Juan de Luz y Biarritz, estaba dirigida por el abogado y dirigente de la Lliga Regionalista José Bertrán y Musitu, bajo el amparo económico de Francesc Cambó y Juan March. Entre sus miembros había importantes intelectuales como Eugenio d’Ors o Josep Pla, y mantuvo contactos con otros servicios alemanes e italianos. Su actividad fue realmente eficaz.

El Servicio de Información Militar

En parte porque obedecía a una necesidad imperiosa –aunque el papel civil y demasiado catalanista del SIFNE seguramente tuvo algo que ver–, el 26 de septiembre de 1936, poco antes de su disolución, la Junta de Defensa Nacional, presidida por el general Miguel Cabanellas, crearía el Servicio de Información Militar (SIM), que no debe confundirse con su homólogo republicano del mismo nombre. El SIM de los sublevados quedaba a las órdenes del coronel Salvador Múgica Buhigas, y tenía su sede en la calle Almirante Bonifaz 23-25 de Burgos.

Su función era dirigir "todo lo relacionado con los servicios de espionaje y contraespionaje, centralizando las informaciones de esta clase procedentes de los segundos negociados SSE y Jefes de Columnas", aunque su labor principal fue la clasificación ideológica de los civiles de las poblaciones ocupadas conseguida de prisioneros y evadidos, amén de las escuchas de radio, preparaba un boletín que hacía llegar a la superioridad. 

Aunque no era su jefe nominal, el servicio cayó pronto en manos del impulsivo comandante militar de Irún, paso de entrada obligado a la España “nacional” de los evadidos que cruzaban los Pirineos. Julián Troncoso Sagredo, amigo personal de Nicolás Franco, era partidario de las labores de sabotaje contra intereses republicanos en Francia, algo que Roma y Berlín consideraron peligroso, por lo que advirtieron a Franco.

En marzo de 1937, el coronel Múgica sería sustituido transitoriamente por el comandante Escartín, y este, a su vez, por el coronel José Ungría Jiménez, el 17 de mayo de 1937, a fin de reorganizar el servicio. Una de sus primeras medidas sería integrar en su seno el Servicio de Información de Falange; otra, pedir ayuda a los servicios germanos e italianos para estructurarlo.

Número uno de su promoción de Estado Mayor en 1922, el coronel Ungría era un hombre disciplinado y metódico, que había ejercido como agregado militar en la embajada de París entre 1930 y 1934. Escondido en la legación francesa de Madrid, al estallar la contienda, conseguiría llegar a Francia, vía Marsella, y de allí a Irún, siendo recomendado para el puesto por el general Mola, con el beneplácito de Franco.

Algo más que un cambio de nombre

El 30 de noviembre de 1937 a través de Orden secreta, el SIM no solo cambió su nombre por el de SIPM (Servicio de Información y Policía Militar), sino que sufrió una amplia reestructuración, en la que, entre otras cosas, se regularon las tareas de los agentes y sus modos de actuación “para dar carácter homogéneo y coordinado a la función del contraespionaje”. Para cubrir el personal necesario se recurrió a voluntarios civiles españoles, muchos de ellos falangistas y todos fieles al nuevo régimen, militares franquistas, militares alemanes e italianos, y ciudadanos de otras nacionalidades que apoyaban a la dictadura.

Asimismo, sus funciones básicas quedaron mucho mejor definidas: investigación militar en territorio enemigo y en el extranjero; seguridad y orden público en la zona de vanguardia (unos treinta kilómetros por detrás del frente); y contraespionaje en lugares o regiones de interés militar.

Es decir, información, propaganda y acción en territorio enemigo; y contraespionaje, contraguerrilla y antiextremismo en campo propio, todo ello sin interferir en las segundas secciones del Estado Mayor, a las cuales “compete la información total de carácter militar”.

Igualmente, se crearía un Servicio Exterior, bajo el control del teniente coronel Francisco Bonel Huici, con la función de coordinar los diferentes grupos que, de forma autónoma, habían surgido en la retaguardia republicana: la célebre Quinta Columna.

En el mismo proceso, tal como había ocurrido con los servicios de Falange o las agencias que operaban en el Protectorado de Marruecos, el 28 de febrero de 1938 el SIFNE también se integró en un SIPM que, al contrario que en el bando republicano, no apostó por el empleo de guerrilleros y/o saboteadores, centrándose en la información, quizá porque dada la iniciativa del ejército nacional durante casi toda la guerra, no lo consideró necesario.

Con la promulgación de un reglamento, en mayo de 1938, y la concesión de una partida presupuestaria por la Junta Técnica del Estado, que dejaba atrás pasadas estrecheces y le permitía establecer acuerdos de tú a tú con algunos servicios extranjeros, el SIPM quedaba definitivamente constituido.

Mucho se ha hablado del número de agentes que incorporó a lo largo de la contienda, según algunos, hasta treinta mil, cifra que parece excesiva. Sea como fuere, sus hombres no solo estaban identificados con una letra y un número, sino que se les había inculcado cómo debían obtener la necesaria información, así como un sistema para los interrogatorios de prisioneros y evadidos.

Tales informaciones eran sistematizadas y ordenadas en un boletín que, desde el 1 de diciembre de 1937 hasta julio de 1939, llegaba diariamente al Cuartel General del Generalísimo. Dicho documento se hizo cada vez más amplio, hasta el punto de que requirió un índice por materias. Franco lo valoraba mucho y, tras leerlo, realizaba múltiples anotaciones y comentarios en sus márgenes.

Reinventarse tras la contienda

A pesar de su excelente labor, los hombres del SIPM no siempre fueron bien vistos por sus compañeros de armas, en especial por aquellos que actuaban tras las líneas enemigas. A Ungría le preocupaba cómo computaría el tiempo de servicio y las posibles pensiones para sus deudos, hasta que el 27 de septiembre de 1938, con el fin de la guerra en el horizonte, una orden del Cuartel General del Generalísimo estableció cuáles debían ser sus privilegios. Y lo cierto es que el mando nacionalista nunca se mostró especialmente generoso con aquellos hombres que habían arriesgado sus vidas, a veces, en condiciones muy difíciles.

Durante la inmediata posguerra, la función principal del SIPM consistió en descubrir elementos enemigos ocultos, hasta que, con la creación del Alto Estado Mayor, la inteligencia pasó a depender de su Tercera Sección (SIAEM), al mando del coronel Arsenio Martínez Campos, que absorbería las funciones antaño llevadas a cabo por el SIPM, que, finalmente, sería disuelto en diciembre.

La mayoría de sus elementos militares se reincorporaron entonces a sus puestos en el escalafón, mientras que los civiles reiniciaron sus vidas, con los privilegios propios de los excombatientes. Algunos, no obstante, se integraron en la Brigada Social y otros pasaron a colaborar con el germano Abwehr o el italiano Servizio di Informazione Militare (SIM), en el marco de la guerra mundial que ya había comenzado.

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