"Un pueblo puede vivir sin libertad: ello es duro; significa el dominio de una casta sobre la gran masa social que constituye el pueblo; pero en la noche sombría de su esclavitud siente cómo le recrece íntimamente el deseo de procurarse un mayor bien y después de esa noche de dictadura hay siempre, indefectiblemente, un amanecer radiante, esplendoroso, que compensa a los pueblos de la hora de la esclavitud. Un pueblo puede vivir -suele vivir, por desgracia- en condiciones económicas de franca inferioridad; pueblos que se encuentran en esa situación recorren el largo calvario de su vida procurando mejorar, dentro de la parvedad misérrima de sus posibilidades, la situación que les ha deparado el destino: pero la soporta, si no con resignación, con fe; tienen puesta la esperanza en otro día mejor.
Como no puede vivir un pueblo es en estado de constante insurrección e inquietud. (Muy bien.) Sin libertad, transitoriamente, sí; cercado por la necesidad, transitoriamente, sí; en constante situación de insurrección, de desmandamiento, donde cada cosa abandone su asiento natural para que lo ocupe fraudulentamente el más audaz, el más desaprensivo, el más osado, así no vive. Corre el riesgo... (Grandes y prolongados aplausos impiden al orador terminar la frase. Una voz: ¡Viva el prohombre de la República!).
Los vencidos en las contiendas políticas -y a ellos se debe fundamentalmente este estado de inquietud de la sociedad española- tienen la obligación de soportar el vencimiento y el derecho a procurar el recobro por vía pacífica y legal. (Aprobación.)
Por contra, la obligación de los vencedores es administrar inteligentemente la victoria. Administrar inteligentemente la victoria, amigos míos, ¿sabéis en qué consiste? En administrarla no en favor de las clientelas, sino en reparto equitativo y justo para todos; no en servicio de los partidos; sino en holocausto y devoción del país.
De ese espíritu de sacrificio y de generosidad se nutre la autoridad de los hombres públicos y de las corporaciones políticas. Cuando les falta son gentes que mandan, pero que no gobiernan, y ya sabéis vosotros... (Nutridos aplausos impiden oír el final de la frase.)
Se dirá: ¿Pero quién puede forjarse la ilusión de que los partidos vencidos renuncien a recobrar por medio de la violencia el dominio de lo que perdieron?
Yo no me asombro de que entre sus armas de combate los derrotados conserven aquellas que pueden dirimir dura y cruelmente la contienda en medio de la plaza pública; lo que quiero es que sepan que esa táctica tiene sus riesgos, que no se juega sobre seguro y que de tal manera van embarcando al país en un viaje tan proceloso y difícil, que deben hacerse a la idea de que si pierden, el viaje no tiene retorno. (Grandes aplausos.)"
El Liberal Año XXXV Número 11215 - 1936 Julio 01
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