HABLARE POR EL
Mi gran amigo, mi admirado amigo Tomás Borràs, una de las más valiosas plumas con que cuenta el
«ABC». Hoy con solo su voz legítima de Sevilla, me dibujaba en el curso de 1934, en conversación sobre el papel que difundí por mis colaboraciones en América española, un precioso esquema de la España que empieza a amanecer.
Hablo por él, porque mi entrañable amigo no se halla entre nosotros. Confío que la providencia habrá custodiado su preciosa vida.
España, como la palmera, renace entre sus cenizas
En mi reciente artículo «España rota», pero España viva» lo he afirmado. Confío abierta y rotundamente en las reservas de España, que harán posible, pese a las pérdidas sufridas, la iniciación y seguridad de un nuevo Imperio.
De sus mismas cenizas surge la palmera; y así España. El caso no será nuevo. Lo define Tomás Borrás, con su prosa, llena de valor y sustancia.
¿Qué intelectual de 1800, sostendría que en España había energías raciales inéditas para arrancarse la
decadencia, sostener una guerra como la de la Independencia y rehacerse entre los escombros de la mayor catástrofe imperial que se registra? Quien conozca la historia de los primeros Borbones en España y examine la situación del semicadáver denominado España al terminar el reinado de Carlos II, quedará estupefacto de que el territorio no haya sido repartido entre las potencias circundantes.
Y, sin embargo, los tres millones de habitantes de Felipe V, son los veinticinco millones de nuestros
días, además de los cinco millones que habitaban en América; la ruina total y quiebra de las finanzas
españolas en aquel año -hasta el punto de no existir en realidad Hacienda- son los cinco millones del presupuesto actual, mas dos millones para Ayuntamientos y Diputaciones, y es el valor de la renta actual de la producción española, cifrado en más de doce mil millones de pesetas; cuando todo lo perdimos en América, en ese largo proceso que va de la sublevación de Riego a la firma del tratado de Paris, cuando sostenemos la dicha guerra con Napoleón, las guerras civiles, las americanas y coloniales y las de Marruecos; y ese destrozo hace exclamar a Salisbury que «España es una nación moribunda». A los pocos años adquirimos, por conquista, todo el Norte del África marroquí, y liquidado el proceso de descomposición de la monarquía, empezamos una etapa nueva. Esta es España a la muerte de Enrique IV, e inmediatamente después, (quizás en el mismo instante, por el poderoso genio de don Alvaro de Luna), prototipo de Estados, que hace aquellas cosas estupendas que nutren el reinado de los Reyes Católicos. Son tres épocas muy semejantes: la que precede a Isabel y a Fernando. La que precede a Felipe V, y la actual. Si las leyes históricas se cumplen, ahora debe seguir España, lógicamente, la misma trayectoria.
Y esa trayectoria es, para lo que queda de siglo, ascensional. España, la de 1935, está en el primer peldaño de una escala gloriosa.
España Una, Grande, Libre y Centro
Imperio Azul surge con necesidad y justificación de vida. No sólo en virtud del esfuerzo heroico de una España que pugna por la conquista de unidad, de su grandeza y su libertad, sino también porque el destino la sitúa hoy como centro del mundo y no puede evitar el grandioso deber.
Entonces, en 1934, Tomás Borràs me escribía:
Por dicha el empalamiento de España ha quedado en la encrucijada del mundo. Antes, en el mismo siglo XIX, España era el «rabo de Europa», el «finístérras» de los romanos. De pronto, América cobra impulso gigantesco; Oriente y toda la cuenca del Mediterráneo acrecientan su tráfico; África se pone en explotación y se anuncia como el continente del porvenir; la aviación y aerostación se hacen prácticas, y España queda en el centro geográfico de la vida universal. Pasa a ser lo que ha sido Francia en el mundo del siglo XV al XIX. De ahí que España, como territorio, haya subido de tal modo de valor, que es, ahora mismo ya, indispensable sitio d e tránsito para todas partes. Ello es la mejor riqueza que puede tener un país.
Qué coincidencias más íntimas del pensamiento de Borràs con la realidad que estamos tocando. Como Italia, España ha de sacrificarse en la organización de un Ejército y una Marina y una Aviación que jueguen el gran papel en el mundo que nuestro destino marca. Como en Italia en la conquista de Abisinia, las camisas azules colaboran, en todos los grandes empeños, al lado del buen ejército, de una bien reorganizada Marina, de una eficaz Aviación. Entonces, logrado esto, sí que podremos decir: España una, grande, libre y... Centro del mundo.
A la sombre del yugo y las flechas
Era en 1934 y ya Tomás Borràs percibía con aguda mirada, el alborear de la Nueva Era. Vea el lector
sus alusiones al movimiento de Falange, que había conseguido ya, de hecho, incorporar a la atención por la vida del Estado, a lo mejor de la juventud española. Cuando dice que hay primeros síntomas de un estilo español en todo, y que cuando hay estilo, hay revelación de algo nuevo, no puede dudar que ese alumbramiento de nuevo estilo es el Estilo de Falange.
Asi me escribía:
«De ser el centro del mundo, se deduce, naturalmente, que ha crecido la potencialidad militar de España. Dominamos todos los caminos. Por lo tanto, somos elementos indispensables para la vida internacional. La cotización de España con costas artilladas, con un Ejército dotado de elementos modernos y con la marina precisa, será en un plazo de pocos años la más alta. Sin España no se
puede ganar una guerra en Europa, España decide.
«España se ha rejuvenecido. Observamos los síntomas: entrada de toda la población en la política de
modo briosamente polémico, lo que significa despertar de energías y anhelos que quieren emplease de modo constructivo; predominio de los valores: catolicismo y nacionalidad sobre los gérmenes disolventes: separatismo y marxismo internacionalista, que son aplastados en circunstancias en que su triunfo se favorecía desde el Poder; minorías intelectuales selectísimas se han puesto a vanguardia de un movimiento virilmente español, integralmente español, totalitariamente español; espíritu de perfección y de creación de la juventud que sabe, en sus especialidades, muchísimo más que en las precedentes y puede resistir la competencia con la juventud universal en ciencias y artes; entrada
de la mujer en el examen y decisión de los asuntos generales, porque la mujer en España ha demostrado que posee inapreciables prendas de sagacidad, prudencia y un amor entrañable a la Patria; vuelta al estudio de la España clásica y revalorización de tantos hechos, símbolos y doctrinas que el liberalismo francés había desconceptuado; anuncio, primeros síntomas de un estilo español en todo, que cuando hay estilo hay revelación de algo nuevo. España, en suma, ha encontrado su alma, perdida desde el final del siglo XVII y se dispone a actuar y ha decir otra vez su palabra».
Concluía con esta frase a la que sólo hemos de oponer un leve reparo, a nuestro juicio no hemos de aguardar al año 2000 porque os ya España protagonista.
«Estos son -termina Borràs- a mi juicio los datos favorables a una predicción sobre España de sentido positivo. Con tierra, raza y paz, con fe en esa frase de San Agustín «En el interior de España esta la verdad», el año 2000 España volverá a ser protagonista».
Imperio : Diario de Zamora de Falange Española de las J.O.N.S. Año I Número 11 - 1936 Noviembre 10
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