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sábado, 25 de junio de 2022

Sanjurjo y Mola, las muertes oportunas para Franco


A pesar de las décadas transcurridas, la gran mayoría de la población considera que el levantamiento contra la República fue encabezado por Francisco Franco, pero nada más lejos de la realidad. Es verdad que Franco era uno de los militares más reputados del ejército en aquel momento, (jefe del Estado Mayor y director de la Academia General Militar) pero había otros generales que podían rivalizar  con él, como José Sanjurjo o Manuel Goded.

La personalidad de Franco, poco propensa a las aventuras, lo alejó de la dirección del complot que se estaba fraguando. Estuvo relacionado con la Unión Militar Española y participó en la conspiración, pero su carácter precavido y la constancia de que sus pasos eran vigilados por el gobierno hicieron que adoptara una actitud prudente, vista por algunos como dubitativa. Prueba de ello es la carta que envió al jefe de gobierno, Santiago Casares Quiroga, el 23 de junio de 1936, advirtiéndole del ruido de sables. Pero hubo un momento en el que todo eso cambio, tras el asesinato del político monárquico y derechista José Calvo Sotelo, Franco comunicó al general Emilio Mola que podía contar con él.

Entonces ¿quién dirigía la conspiración? Tras muchos contactos y reuniones, la tarde del 8 de marzo, varios generales, entre los que se encontraban Mola, Franco, Andrés Saliquet y Joaquín Fanjul, se reunieron en la casa del diputado de la coalición derechista CEDA José Delgado Barreto. Acordaron que el mando del pronunciamiento recayera en Sanjurjo, que había encabezado ya un levantamiento en 1932 y que entonces se encontraba exiliado en Portugal.

Muy respetado por amplios sectores del Ejército, Sanjurjo había dirigido con éxito el desembarco de Alhucemas y había sido director tanto de la Guardia Civil como del Cuerpo de Carabineros. Además, su carácter afable le convertían en perfecto mediador entre las fuertes personalidades presentes en la trama, como las de Mola o Goded. Puesto que Sanjurjo no se encontraba en España en ese momento, la organización de la operación quedó en manos de Mola, un buen táctico que había sido director general de Seguridad en los últimos tiempos de la monarquía. Sería conocido como “el Director”.

Escalando posiciones

Sin embargo, el 20 de julio moría Sanjurjo cuando se dirigía a Burgos para hacerse cargo del alzamiento. Su aparato, una avioneta monomotor De Havilland DH 80 “Puss Moth”, pilotado por el también conspirador Juan Antonio Ansaldo, había despegado del hipódromo Quinta da Marinha, cerca de Cascais. Sobrecargado, no pudo alcanzar altura suficiente y se estrelló contra un muro de piedra.

Con la operación descabezada, resultaba necesario crear un órgano rector, y el día 25 se creaba en Burgos la Junta de Defensa Nacional, presidida por el general Miguel Cabanellas. Franco no formó parte de ella en un principio, aunque lo haría de facto el 3 de agosto y oficialmente el 17 de septiembre.

Avanzada la guerra, en el bando nacional se habían perfilado ya dos poderes militares. En el sur, Franco no solo había logrado hacer pasar el grueso del Ejército de África, el más preparado, a la península, sino que se había arrogado el papel de depositario de la ayuda germanoitaliana. Mientras tanto, en el norte, Mola luchaba sin demasiada fortuna por llegar a Madrid, falto de un material que, al parecer, su compañero le escatimaba.

Fue entonces cuando, después de haber recabado diversos apoyos políticos, Franco planteó la necesidad de un mando único. Lo hizo en dos reuniones en el aeródromo de San Fernando (Salamanca) los días 21 y 28 de septiembre. De ellas saldría investido como jefe de los Ejércitos y del Gobierno del Estado.

Ocurrió a pesar de la oposición de Cabanellas, que prefería una dirección colegiada. De hecho, el general murciano sentenció: “Ustedes no saben lo que han hecho, no le conocen como yo, que lo tuve a mis órdenes. Si le dan ahora España, va a creerse que es suya y no dejará que nadie le sustituya ni en la guerra ni tras ella, hasta su muerte”.

Tampoco se tuvieron en cuenta las reticencias de Mola, que consideraba que, tras la guerra, lo indicado sería replantearse la forma de gobierno que convenía a España.

Pero Mola no vería terminar la contienda. El 3 de junio de 1937 despegaba desde el aeródromo de Vitoria para dirigirse a Valladolid, vía Burgos, cuando, cerca de esta última capital, su bimotor Airspeed Envoy se estrelló, presumiblemente a causa de la niebla, en un cerro cerca de Alcocero.

Una vez más, la baraka jugó a favor de Franco, convertido ya en jefe del Estado. No solo había desaparecido un rival, sino que se había ahorrado un problema que, tarde o temprano, se le habría planteado.

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